29 de junio de 2017
Cuando vemos que llegan al poder personajes como Donald Trump, o a Gran Bretaña recorriendo el camino del Brexit, es interesante preguntarnos si estamos atravesando un proceso de desintegración o desglobalización en el sistema mundial. Pareciera una vuelta atrás en la tendencia globalizadora e integradora de los 90, cuando el espíritu de la época llevaba a pensar en un mundo post Guerra Fría donde el final de los antagonismos aunaría a todo el planeta bajo la bandera del liberalismo económico. La experiencia latinoamericana demostró que el libre comercio absoluto no es sinónimo de crecimiento con inclusión e igualdad.
Recién la crisis de 2008, mostraría esa realidad a los países desarrollados, cuando la depresión económica hizo mella en las naciones centrales. La recesión exacerbó el nacionalismo económico, y, paso siguiente, la xenofobia, acelerado esto por los conflictos generalizados en el mundo. Y eso llevó a ver cómo la derecha nacionalista va ocupando lugares de poder, lo que marca un giro ideológico no solo en el «norte» desarrollado, sino a nivel global.
Ejemplo de ello es Gran Bretaña, que comienza a desandar el camino recorrido en el proceso de integración europeo, lo que desencadenó una crisis política, que aún persiste, con los conservadores atravesando serios inconvenientes para armar gobierno. Por su parte, los escoceses ven aquí la oportunidad de un «desacople» del Reino Unido, con la excusa de seguir siendo miembro de la Unión Europea.
Del otro lado del Atlántico, aparece el «pintoresco» Donald Trump, con la idea de crear muros y barreras, autoexcluyéndose del Acuerdo del Pacífico, y poniendo límites al comercio y las inversiones extranjeras. En ambos ejemplos, nos referimos a situaciones generadas por el voto popular, y la pregunta es: ¿en qué medida los fallos del proceso globalizador son responsables?