Economía

Debate productivo

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Durante los últimos 10 años el sector fabril registró una expansión sin precedentes en ritmo y duración, atenuada sólo por la crisis internacional en 2008. Las cuestiones pendientes.

 

Planificación estatal. Políticas públicas que orienten, dinamicen y fortalezcan el proceso de crecimiento de la última década son necesarias para revertir 25 años de desmantelamiento. (Jorge Aloy)

El proceso de desindustrialización que en Argentina se relaciona con la pérdida de importancia del sector industrial respecto a otros en la constitución del Producto Interno Bruto (PIB) que se desplegó a partir de la dictadura cívico militar de 1976, se consolidó durante la década del 90 –afectando en particular a las actividades más intensivas en mano de obra– y estalló en la crisis de diciembre de 2001. Durante los últimos años de la convertibilidad (1998-2002) el PIB global se redujo un 18%, mientras que el industrial se contrajo, en el mismo período, un 27%, acompañado por una caída similar de la ocupación del sector (28%). A poco más de una década de aquella crisis, los índices del sector parecen haberse revertido en forma drástica. Desde 2003 la industria nacional experimentó un proceso de expansión acelerada (atenuada sólo por las incidencias a nivel local de la crisis internacional de 2008). Germán Herrera y Andrés Tavosnanska en su trabajo ¿Reindustrialización en la Argentina? Una década de expansión industrial en la Argentina, sostienen que «esta evolución resulta a todas luces sorprendente, dado que la industria no sólo logró recuperar, a partir de 2003, la impactante caída que había experimentado durante la etapa final de la Convertiblidad sino que se consolidó como uno de los sectores más dinámicos de la economía, creciendo por encima del nivel general de actividad en varios años que conforman la década».
Pero, además, lo que puede observarse es un cambio en el régimen de crecimiento del sector. Durante los 90, el escaso crecimiento se basó en el incremento de productividad, con una clara expulsión de empleo. Mientras que a partir de 2002-2003, si bien el crecimiento de la productividad sigue siendo importante, adquiere la particularidad de crecer también por una fuerte expansión del empleo. «Este cambio –sostiene el economista Fernando Porta, profesor de la Universidad de Buenos Aires y especialista en economía industrial– modifica las condiciones de crecimiento vinculado con los cambios de las condiciones macroeconómicas, como el tipo de cambio competitivo, las políticas de ingresos y las de protección, que instalan un horizonte de mayor estímulo a la demanda». Ancladas en ciertas condiciones de partida que son decisivas para explicar los primeros años del proceso –como la brutal transferencia de ingresos y la recomposición de los márgenes de ganancias del sector industrial que supuso la salida de la convertibilidad, sumado a las medidas con que se gestionó la crisis junto con la capacidad productiva ociosa–, «generó posibilidades de reactivación importante. Las condiciones externas favorables también juegan a favor. Tiene un crecimiento exportador significativo y abastece a un mercado interno que crece activamente», agrega Porta.
Si se hace foco en algunos indicadores de estos 10 años, puede observarse que el sector industrial revierte su caída de la participación en el PIB, se convierte en generador de empleo, con un comportamiento diferenciado de exportaciones industriales y no sólo agroindustriales, sino también de manufacturas de origen industrial. Sumado a la creación de nuevas empresas en el sector, especialmente de micro y pymes, con cierto crecimiento de tamaño de las medianas, estos indicadores demuestran fehacientemente la recuperación industrial.
Sin embargo, y acaso relacionado con el balance que cada década pareciera exigir, economistas heterodoxos debaten acerca de un aspecto relevante para el sector y para el futuro del país. La premisa que despierta encendidos debates se centra en si estos indicadores favorables del sector pueden asociarse a la existencia de un nuevo modelo productivo industrial. Aquí el parte aguas.

 

Discusión en marcha
«Soy cauto, me parece que no es un nuevo modelo productivo industrial», señala Porta. «Creo que es el modelo heredado de la desindustrialización de la dictadura y de los cambios estructurales de los 90 caminando en un contexto macroeconómico diferente que, por supuesto, no minimizo. Eso hace una enorme diferencia. Pero no tenemos indicadores importantes de cambios estructurales en el sector en los últimos años. Ni en términos de la estructura sectorial ni entre ramas. Y en líneas generales, no se advierten conductas microeconómicas diferentes. Si se calcula  la relación entre inversión privada y excedente bruto de explotación, que da una idea aproximada de cuánto del excedente es reinvertido, no vemos demasiados cambios».
Para esta línea de análisis, los núcleos problemáticos del sector son un continuo de la década del 90. En términos de estructura productiva es un sector altamente asociado con la producción de  commodities y a dos actividades poco industriales y que lo vinculan con la dinámica comercial externa, como son los sectores de armaduría (industria automotriz) o ensamblado (productos electrónicos en Tierra del Fuego), que crecieron en los últimos años pero, al mismo tiempo, generaron un problema importante en la balanza comercial del sector. Desde el punto de vista de la estructura del capital es un sector muy concentrado y extranjerizado. Y los grupos locales con intereses en la industria continúan privilegiando estrategias relativamente rentistas de acumulación. En lo que respecta a la aplicación del excedente de la inversión, no se avizora un cambio significativo, más allá de la mayor intervención pública a través de políticas e instrumentos puntuales.
Martín Schorr, economista e investigador de Flacso, asegura que «en estos 10 años, el régimen económico que se adoptó coloca al sector industrial como “la locomotora del crecimiento”, como el sector que estaría llamado a ser el que conduzca un modelo de acumulación con inclusión social. Sin embargo, ese escenario de una apelación constante a la industria como núcleo dinamizador del crecimiento y del esquema económico,  ha jugado con una ausencia de política industrial más allá de que se hayan aplicado algunos instrumentos. Por esto, para mí, esta  es una etapa de crecimiento industrial, pero no de desarrollo industrial, porque hay ausencia de un cambio estructural. Por lo tanto, la reindustrialización que ha vivido el país de la mano del cambio de régimen económico, aunque no en el modelo de acumulación de capital, es una etapa que se podría denominar fase de crecimiento sin desarrollo o de reindustrialización acotada».

 

 

El coordinador asistente del departamento de Economía Política y Sistema Mundial del Centro Cultural de la Cooperación (CCC), Martín Burgos, en su trabajo La industrialización en la desconvertibilidad, responde a estas críticas analizando «si existió un proceso de sustitución de importaciones en este modelo, entendiendo que ese proceso es fundamental para poder hablar de un cambio en el sector industrial». Para Burgos, «el grado de utilización de la capacidad de producción fue creciendo hasta llegar a 73% en 2005, nivel en el que queda estable hasta 2010, mientras la producción industrial siguió creciendo. La explicación  reside en la ampliación de la capacidad de producción». Asegura también que «el sector manufacturero argentino vive un proceso que quebró la tendencia histórica a la desindustrialización, tanto en términos de producción nacional como de empleo industrial». Y señala que «la recuperación y posterior ampliación de la capacidad instalada de la producción nacional parece un elemento consistente con el proceso de industrialización por sustitución de importaciones que se refleja en el cambio en la composición de las importaciones». Importaciones que, si bien crecen más rápido que la producción, se orientan menos hacia los bienes de consumo y más hacia inversiones. Al analizar las causas por las cuales la proporción de la industria en el total del PIB, tanto en valor bruto de producción como de empleo, no sufrió grandes variaciones respecto de la Convertibilidad, enumera tres razones: el crecimiento equilibrado de todos los sectores de la economía, por lo cual el PIB creció a un promedio de 7%, mientras el desempleo bajó a 7,8%; la falta de encadenamientos productivos por el cual el crecimiento de las grandes empresas no puede ser aprovechado plenamente por las de menor tamaño y, por último, el problema del financiamiento a las inversiones de las pymes, que limita la ampliación de su capacidad de producción y por ende, su crecimiento. «Las dos últimas razones –asegura el economista del CCC– requieren para su solución una política industrial “activa”, y son el centro de la crítica al desempeño del Gobierno en el sector industrial. Por nuestra parte, seremos más cautelosos y preferimos ponderar la medida de los cambios ocurridos a la luz de las restricciones institucionales existentes».

 

En movimiento
Diego Coatz, integrante de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (SIDbaires) y jefe del Centro de Estudios de la Unión Industrial Argentina (UIA), sostiene que «hay un cambio muy importante en las condiciones macroeconómicas, en particular de la orientación de la política, sea esta financiera o comercial. Sin dudas, los principales instrumentos vinculados con la industria se modifican durante los últimos 10 años, lo que hace que los sectores que estaban a punto de desaparecer a fines de la década pasada, se recuperen muy rápidamente, sectores  intensivos en trabajo o en ingeniería, hecho que hay que ponderar. Desde la crisis de 2001 hasta hoy, la industria casi se duplica, los primeros años utilizando capacidad ociosa y después con inversión genuina. Y no debe olvidarse la respuesta del Gobierno a la crisis internacional de 2008, que fue muy audaz y articulada y puso a la industria en movimiento».
El debate está abierto. Los especialistas no llegan a un acuerdo. Sin embargo, en lo que todos coinciden es que sin planificación industrial y políticas públicas, una fuerte articulación público-privada, con un sector público nacional que dinamice, oriente y fomente la integración entre grandes y pequeñas empresas y proveedores locales, mejor empleo y mayores salarios, el sector industrial está condenado a un comportamiento pendular, con una gran heterogeneidad a nivel tecnologías, salarios y productividad. En síntesis, la construcción de un modelo industrial requiere un Estado planificador, con capacidad de diagnóstico, acompañado por una coalición social amplia para revertir de forma definitiva un cuarto de siglo de desindustrialización.

—Mirta Quiles

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