12 de agosto de 2015
La adopción de novedosas modalidades de manufactura digital es aún incipiente en el país, pero genera fuertes expectativas en el sector productivo. Financiamiento de proyectos y capacitación.
Al margen de los temas distributivos y de las brechas sociales, existe amplio consenso en que las economías desarrolladas se caracterizan por sólidas plataformas industriales y por una base difundida de la innovación. Este perfil estructural, a la vez, se vincula íntimamente con un respaldo autónomo en materia de investigación y desarrollo (I+D, según la sigla usual).
Los esfuerzos locales por ganar terreno en este orden incluyen claros desafíos, en especial en las denominadas «tecnologías emergentes». Aquellas aún en proceso de instalación pero que pueden impactar de modo sustantivo en la vida de las personas, a través de nuevas maneras de hacer, producir o comunicarse. Entre otros casos que concitan grandes expectativas como puertas de ingreso a la sociedad del conocimiento, la generación de valor y los nuevos productos, figura uno poco difundido en los medios: el de la impresión 3D. Esto es, las tecnologías de manufactura que permiten materializar modelos digitales diseñados en tres dimensiones en objetos físicos, a partir de las instrucciones de una computadora.
El proceso consiste, entre las técnicas más difundidas, en ir depositando de manera aditiva capas de material como plástico, resina, cerámica o metal, entre otros. Las impresoras 3D tienen diferentes aprovechamientos y aplicaciones, que van desde el prototipado rápido –orientado a industrias manufactureras tradicionales, como la de autopartes– hasta la biomedicina, las artes, la educación y los usos hogareños. Los expertos coinciden en señalar que esta tecnología puede provocar un fuerte impacto económico al favorecer la creación de nuevos productos y servicios, aumentar la competitividad e impulsar el empleo de calidad y la formación de nuevos perfiles profesionales.
La impresión 3D, por lo pronto, atraviesa los 6 sectores identificados como prioritarios por el Gobierno en el Plan Argentina Innovadora 2020 –agroindustria; ambiente y desarrollo sustentable; desarrollo social; energía; industria; y salud–. Sobre esa base, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCyT) impulsa desde 2013 diversas iniciativas orientadas a difundir el desarrollo de materiales para el uso de la tecnología 3D, la introducción de innovaciones en hardware y software, así como la creación de nuevos servicios complementarios.
Las mesas consultivas, talleres de difusión y las dos jornadas nacionales (la última, en mayo último) reunieron a actores representativos del nuevo ecosistema, junto con el Centro INTI de Diseño Industrial. En 2014, además, se lanzó un instrumento de promoción a fin de estimular procesos de aprendizaje de la tecnología entre estudiantes y docentes de carreras de diseño e ingeniería.
Como resultado de estas políticas, se financiaron 10 proyectos de I+D y 25 de adopción de la tecnología en universidades públicas nacionales. En forma simultánea, el MINCyT acordó planes de capacitación con el Ministerio de Trabajo, que equipó con impresoras 3D a 20 Centros de Formación Profesional de sindicatos y cámaras empresarias (sector automotor, construcción, metalurgia y muebles, entre otros). Además, se publicó un catálogo informativo destinado a propagar las iniciativas en marcha y fortalecer las nuevas comunidades de proveedores y de usuarios.
Potencial
En el país se considera que la actividad de los centros tecnológicos y de servicios, tanto públicos como privados, que cuentan con equipamiento de mediana y alta gama para fines industriales o de investigación, aunque aún son incipientes, posee un gran potencial. Como así también la proliferación de espacios de construcción y colaboración (FabLabs, según fueron denominados a principios de siglo en el Instituto Tecnológico de Massachussets, MIT, y que hoy constituyen una red a nivel global).
Otra muestra del desarrollo del nuevo sector es la enumeración de los espacios de trabajo abiertos a la comunidad, en los cuales aficionados a la tecnología, estudiantes, diseñadores, ingenieros y los llamados «makers» se reúnen a dar forma a sus ideas. Se agrupan allí herramientas de fabricación digital «high tech», como máquinas CNC, de corte láser e impresoras 3D, que pueden ser utilizadas por quien lo desee.
Por lo pronto, existen en la actualidad más de una decena de técnicas de impresión diferentes que admiten, según la tipología, diversos tipos de materiales. Entre las más difundidas se encuentran: el modelado por deposición fundida (FDM), que utiliza la extrusión de termoplásticos, materiales comestibles y biológicos, entre otros; la estereolitografía (STL) y el procesamiento digital con luz (DLP), en base a un fotopolímero; y el sinterizado selectivo laser (SLS,) que utiliza termoplásticos, polvos metálicos y cerámicos. Hace unos meses, incluso, se lanzó la tecnología de producción líquida de interfaz continua (CLIP), que permite construir piezas a gran velocidad, sin emplear la superposición de capas. Estas tecnologías pueden ser aprovechadas en diferentes instancias del ciclo de vida del producto. Por el momento, debido a cuestiones relacionadas con los tiempos de impresión, los costos y la terminación superficial, se utilizan mayoritariamente en las etapas de diseño (elaboración de prototipos para testeo del diseño, dimensiones, ergonomía, etc.), pero crece su aplicación para la fabricación de un producto final.
Paradigma
La secretaria de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Ruth Ladenheim, no duda: «Esta tecnología emergente posee el potencial de modificar radicalmente la industria manufacturera, ya que su utilización para la fabricación de un producto final implicará nuevas maneras de producir, diseñar, distribuir y comercializar bienes». Su posible aplicación, además, atraviesa una amplia variedad de actividades productivas y sociales, al punto de considerarse como un nuevo paradigma tecnológico. «Al tratarse de una herramienta de fabricación digital directa y prescindir del uso de matricería, permitiría un grado de personalización de piezas sin precedentes, alentando la producción a demanda y de piezas únicas, y admitiría asimismo el desarrollo de morfologías inimaginables para los métodos tradicionales», afirma Landheim.
Desde ya, se destacan los posibles beneficios medioambientales y de logística, como resultado de la reducción de los desperdicios del proceso productivo que implicaría el empleo de la cantidad de materia prima exacta, y la disminución de espacios de acopio y costos de trasporte. Las tecnologías 3D, por otra parte, están impulsando iniciativas de investigación sobre nuevos materiales y prometen aplicaciones diversificadas. Se mencionan especialmente los impactos previstos de la impresión de material biológico, prótesis e implantes, medicamentos o productos alimenticios.
Un punto relevante radica en el protagonismo relativamente extendido de la innovación, como consecuencia del libre acceso a los desarrollos, de igual manera que sucede con el software de código abierto (open source), y las prácticas de experiencias compartidas. Así, al escenario vigente dominado por las grandes empresas fabricantes de maquinarias de uso industrial y profesional se sumaron nuevos emprendimientos comerciales, movimientos de usuarios-productores y comunidades de aficionados.
El impulso gubernamental, académico y privado a la impresión 3D apunta a una apropiación local genuina de la tecnología, a maximizar sus posibilidades y a fomentar el dominio de sus principios y herramientas. El ministro Lino Barañao remarcó, en tal sentido, que estas tecnologías «habilitan a la gente a desarrollar proyectos distintos y son casi como una segunda revolución industrial. Las impresoras 3D permiten aplicar rápidamente una idea, y eso redunda en una explosión de nuevas iniciativas que pueden capitalizarse y tener impacto en la matriz productiva del país».
—Daniel Víctor Sosa