17 de mayo de 2021
Los Estados de todo el mundo han tomado para sí la potestad de la distribución de las vacunas dentro de su territorio, y los laboratorios negocian directamente con cada país. Eso no ha evitado que las desigualdades que campean en nuestro mundo aparezcan, no ya discriminando el acceso a las vacunas entre ciudadanos ricos y ciudadanos pobres, sino entre países ricos y países pobres. Así como denunciara recientemente la Organización Mundial de la Salud, la falta de equidad en la distribución de las vacunas a nivel mundial está alcanzando niveles «grotescos». El 60% de las vacunas inoculadas se han aplicado en países de altos ingresos, donde vive el 16% de la población mundial. Este hecho tiene una consecuencia económica directa, dado el impacto económico devastador y sin precedentes que ha tenido la pandemia en la economía mundial. La pandemia ha empeorado las condiciones de vida para cientos de millones de personas y, en buena medida, la recuperación económica estará atada a la marcha de los planes de vacunación. Nos encontramos, entonces, con el contrasentido que allí donde es más necesario (los países más pobres donde vive la mayor parte de la población mundial) será donde más tarde lleguen las vacunas, demorando la recuperación económica allí donde más se la requiere. Si bien los Estados se han embarcado en programas de asistencia sin precedentes para sus economías, los esfuerzos de cooperación internacional aún lucen exiguos ante la magnitud del desafío que enfrenta la humanidad. Pareciera entonces que a menos que los esfuerzos se redoblen en este plano, una consecuencia de la pandemia será un mundo más desigual. Como lo ha hecho a lo largo de la historia, seguramente la humanidad superará la pandemia del COVID-19. Para la otra pandemia, la de la desigualdad económica y social, aún no hay vacuna a la vista.