El gobierno nacional quiere al país dentro de la organización de naciones más poderosas del planeta y no duda en ceder porciones de soberanía para ganar la confianza de los inversores. Por primera vez en su historia la Argentina solicitó el ingreso.
24 de agosto de 2016
Beneficios. No serán financieros porque a diferencia del Banco Mundial y el FMI el organismo no otorga subsidios ni préstamos. (OCDE)
El proceso de «vuelta al mundo» de la Argentina, según la lectura que hacen en la Casa Rosada, amerita la búsqueda de membresías que avalen la seriedad del cambio. En ese marco, por primera vez en la historia argentina, un gobierno nacional solicitó el ingreso a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), nucleamiento que hasta las postrimerías del siglo pasado era conocido como «el club de los países ricos». La canciller Susana Malcorra y el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay, manifestaron durante una reunión en la sede de la entidad en París el interés por formar parte del grupo. En el Consejo Ministerial de la OCDE, la posición argentina recibió el apoyo de poderosos miembros del G7, como Gran Bretaña, Francia e Italia, además del soporte de España, Portugal, México y Chile, entre otros países.
Estos dos últimos son, por ahora, los únicos socios de la región, mientras Colombia y Costa Rica esperan su turno. Brasil, en tanto, revista como «socio clave» activo y se inició un «Programa País» con Perú. Todos ellos, junto con la Argentina, República Dominicana y Panamá, integran el Centro de Desarrollo de la OCDE, y en ese contexto participan de diversas actividades, foros y redes regionales.
A fines de junio, una misión del organismo inició en Buenos Aires las tratativas concretas. Días después, otra delegación de alto nivel, encabezada por el director adjunto de Asuntos Financieros y Empresariales, Pierre Poret, arribó al país para diseñar una hoja de ruta en materia de Inversiones y Mercado de Capitales, Competencia y Políticas Anticorrupción. Los contactos continuarán en octubre próximo con nuevas visitas.
Socios
Originalmente circunscripta a Estados Unidos, Canadá y 18 países europeos (cuando se fundó en 1961), la Organización pronto sumó a Japón (en 1964), y en el decenio posterior a Finlandia, Australia y Nueva Zelanda. Las puertas se cerraron en 1973 y se volvieron a abrir en 1994 para México, por entonces flamante miembro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por su sigla en inglés).
Con el fin de las democracias populares en el Este, llegaron la República Checa, Hungría y Polonia, junto con Corea del Sur. En 2000 ingresó la República Eslovaca y en 2006, Eslovenia y Estonia. También en este último año se aceptó la membresía de Israel y de Chile (el primer sudamericano), mientras próximamente los miembros llegarán a 35 con la incorporación de Letonia.
La aglomeración de participantes, ricos y emergentes, nubla la vista sobre quién es quién en la OCDE. Para evitar confusiones basta observar cómo se sostiene la entidad, cuyo presupuesto de 2015 fue de 363 millones de euros.
El principal contribuyente del exclusivo club es Estados Unidos, con 21%, seguido por Japón (11,9%), Alemania (7,5%), Francia (5,5%) y Reino Unido (5,2%). Es decir, cinco naciones aportan más de la mitad de los recursos del organismo, y es de suponer que definen su orientación. Es cierto que el secretario general es un mexicano, el ex secretario de Hacienda José Angel Gurría, y que las decisiones son tomadas «por consenso», pero nadie duda que las políticas centrales se fijan en Washington, Berlín, Tokio, París y Londres.
Paso a paso
La expectativa del gobierno argentino es que el proceso para ingresar a la OCDE concluya antes de la finalización del mandato de Mauricio Macri. Si esto sucediera, el país pasaría a aportar aproximadamente 2% al presupuesto de la Organización. A valores actuales, unos 9 millones de dólares anuales.
Por esa módica cuota se esperan obtener beneficios que no serán financieros en forma directa, ya que, a diferencia del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional, la OCDE no otorga subsidios ni hace préstamos. Los defensores de la apuesta arguyen que las ventajas de «pertenecer» se medirán en la confianza ganada y en las oportunidades que se deriven de codearse con quienes representan algo así como el 70% del mercado mundial.
La organización se describe a sí misma como de «ayuda a los gobiernos, frente a los retos económicos, sociales y de gobernanza de una economía globalizada». Según la retórica de uso, a partir de abundante información sobre una amplia variedad de temas se fomenta la prosperidad y la lucha contra la pobreza, mediante el crecimiento económico y la estabilidad financiera. Para eso se monitorean diferentes sucesos de los países miembros y se crean proyecciones a mediano y largo plazo.
A cambio, los aspirantes deben cumplir ciertas exigencias. «Se requieren ciertos “códigos de etiqueta” y la definición de buenas políticas públicas, a través de la experiencia comparada de los países», según definió en su momento Ignacio Briones, ex embajador de Chile ante la OCDE. El matiz tecnocrático se impone así a todo otro posicionamiento, ya que no entran jamás en cuestión las bases neoliberales –promercado y antiestatistas– por más que sus líneas directrices hayan provocado crisis y desigualdad, una y otra vez, en cualquier punto del planeta.