9 de abril de 2014
Con un conjunto de medidas adoptadas desde enero, el Gobierno respondió a una nueva corrida. Influencia del contexto internacional, impacto en las reservas y en la actividad económica.
Las presiones sobre el mercado cambiario fueron permanentes durante los dos períodos de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Las ocho corridas cambiarias que se sucedieron en este lapso implicaron una salida de alrededor de 60.000 millones de dólares. La aceleración de ese proceso provocó una significativa reducción de las reservas internacionales del Banco Central de la República Argentina (BCRA). El Gobierno apeló a diversas herramientas tendientes a incrementar la oferta de dólares (liquidación de exportaciones petroleras y mineras en el mercado local, repatriación de inversiones externas de compañías aseguradoras, blanqueo fiscal) y a moderar su demanda (prohibición de compra de moneda extranjera para atesoramiento, limitación de importaciones). La fuerte disminución de las reservas durante el mes de enero pasado (2.851 millones de dólares) motivó un replanteo de la política cambiaria oficial. La devaluación gradual dio paso a una suba del 16% del dólar oficial en apenas dos días (del 22 al 24 de ese mes). A su vez, la devaluación alcanzó un 26% en el período noviembre-enero.
La convalidación de un «valor de convergencia» cercano a los 8 pesos intentó incrementar la oferta de dólares mediante el desaliento de las conductas especulativas (falta de liquidación de las exportaciones, aumento de la cotización en el mercado ilegal).
La nueva estrategia incluyó también: incremento de las tasas de interés, autorización para que pequeños ahorristas pudieran comprar dólares y adopción de medidas regulatorias que apuntaron a que las entidades financieras se desprendieran de parte de sus tenencias en moneda extranjera. Las medidas adoptadas lograron el objetivo de estabilizar el frente cambiario aunque a un costo todavía indeterminado en materia de actividad económica.
La lectura de cierta dirigencia política y empresarial es que la devaluación demostró el fracaso del «relato» oficialista. El intenso ajuste correctivo cambiario daría cuenta de que el kirchnerismo se «topó con la realidad». El dato fuerte es que solamente Argentina y Venezuela sufrieron fuertes depreciaciones de su moneda doméstica durante los últimos meses. La inexistencia de problemas en la balanza de pagos de los países «serios» demostraría la ineficacia de las políticas «populistas». Una revisión comparativa de las cuentas externas desmiente esas apresuradas conclusiones.
Los componentes más importantes de la balanza de pagos son la cuenta corriente y financiera. La primera muestra el resultado del intercambio de bienes y servicios. La segunda refleja la diferencia entre las entradas y salidas de capitales por conceptos tales como inversión extranjera (especulativa o productiva), préstamos, depósitos de residentes en el exterior, etcétera.
La irrupción del déficit en cuenta corriente implica dos alternativas posibles (o una combinación de ambas):
• Ingreso de capitales compensatorios (vía préstamos o inversiones).
• Caída de las reservas internacionales.
La cuenta corriente de los países latinoamericanos se mantuvo positiva durante buena parte de la década anterior debido a la mejora en los términos de intercambio. La tendencia se revirtió por una serie de razones internas (mayor demanda de importaciones debido al elevado ritmo de crecimiento económico) y exógenas (retroceso del precio de los commodities en relación con los valores récord de 2011).
El reseñado proceso culminó con un déficit de cuenta corriente de entre 3 y 6% del PIB en la mayoría de los países latinoamericanos. Así, esas naciones pasaron de acumular reservas por valor de 104.935 millones de dólares –en 2011– a incrementar sus tenencias en apenas 2.003 millones de dólares durante el año pasado.
Los únicos que registraron saldos positivos fueron Venezuela, Bolivia y Paraguay. Por su parte, el déficit de cuenta corriente argentino ascendió, el año pasado, a 4.430 millones de dólares, equivalente al 0,7% del PIB.
El modelo brasileño
El establishment resalta la relativa tranquilidad del frente cambiario brasileño en contraposición con las turbulencias locales. Sin embargo, el déficit de la cuenta corriente argentina es muy inferior al del país vecino. La cuenta corriente brasileña registró –en los últimos doce meses– un saldo negativo de 82.500 millones de dólares. Esa cifra representa nada menos que el 3,7% del PIB verdeamarelho.
¿Cómo se financia esa diferencia negativa? La respuesta es sencilla: manteniendo elevadas tasas reales de interés. Pero eso genera una masa inmensa de recursos destinados a la especulación financiera. La cobertura del bache externo mediante capitales golondrina supone una amenaza potencial para la estabilidad de la principal economía regional.
El economista Claudio Scaletta en El factor Brasil sostiene que «si bien existe un aumento del déficit por cuenta corriente, su contrapartida no son obligaciones en moneda extranjera, sino un ingreso constante de dólares por la cuenta capital que, además de acumular reservas, se destinan a activos financieros nominados en reales. Si bien existe el riesgo de que en un contexto de corrida estos instrumentos puedan intentar ser transformados en dólares, se trata de una posibilidad remota que está lejos de entrañar riesgo sistémico, más si se considera que la deuda pública neta se encuentra estabilizada en torno del 35% del PIB y que las reservas internacionales suman más de 370.000 millones de dólares». Lo real es que la acumulación de reservas mediante la cuenta financiera implica un incremento de los pasivos. Por eso, las luces de alerta se encendieron ante la amenaza estadounidense de empezar a recortar los estímulos monetarios otorgados por la FED. La irrupción de un escenario de mayor volatilidad financiera internacional puede tornar muy vulnerable a la economía brasileña.
Mientras tanto, ¿por qué la Argentina sufrió una pérdida más acentuada de reservas que Brasil (y otros países) a pesar de tener un menor déficit de cuenta corriente? El drenaje de divisas producido a través del canal financiero explica esa aparente paradoja. El 70% de la salida de dólares es resultado del proceso de desendeudamiento. Esa es la razón principal de la estrategia gubernamental tendiente a despejar el horizonte para futuras renegociaciones de la deuda a tasas reducidas. Las negociaciones con el Club de París, el lanzamiento de un nuevo índice de precios con la venia del Fondo Monetario Internacional, el acuerdo con Repsol por la expropiación del 51% del capital accionario de YPF, la cancelación de la deuda con tres compañías que tenían juicios favorables ante el Ciadi, se inscriben en esa lógica.
Sin embargo, no faltan advertencias ante las presiones existentes para que se retome sin más el camino del endeudamiento. Aldo Ferrer sostiene que «volver a endeudarse para cubrir un déficit del presupuesto y el balance de pagos (no para financiar inversiones y crecimiento) es el camino más corto para reproducir la pérdida de soberanía y la paralización del Estado. Por eso, la prédica del neoliberalismo de “volver a los mercados” es la receta para, nuevamente, someter al país a la especulación financiera y al desmantelamiento de su industria».
Compensaciones y variables
La superación de la restricción externa (escasez de dólares) es un desafío histórico para la economía argentina. Eso requiere resolver aspectos coyunturales (estabilizar el frente financiero) y estructurales (diversificar la economía, profundizar la sustitución de importaciones, etcétera). El combo de medidas implementado (aceleración del ritmo devaluatorio, incremento de la tasas de interés) apuntaron al primer objetivo. La cuestión a dilucidar es cuál será el costo de esa política en materia de actividad económica y situación distributiva. La devaluación, en ausencia de medidas compensatorias, implica una caída del poder adquisitivo debido al impacto en los precios domésticos.
Los economistas Fabián Amico y Alejandro Fiorito sostienen en un artículo que «la sensibilidad del comercio exterior (exportaciones e importaciones) a las variaciones del tipo de cambio real es muy pequeña. Sin embargo, el efecto inflacionario y regresivo sobre la distribución (caída del salario real) es mucho más poderoso y por ende el resultado global de la devaluación es claramente recesivo».
De ahí que el accionar oficial esté centrado en evitar (o moderar) esos perniciosos efectos «colaterales». En ese sentido, el programa Precios Cuidados es apenas la punta del iceberg de una estrategia que tiende al disciplinamiento de los precios internos.
A su vez, mientras algunos analistas piensan que el incremento de las tasas de interés podría provocar una retracción del consumo y la inversión, el economista Matías De Lucchi sostiene en Monetarismo teórico e intenciones heterodoxas que «tanto los economistas ortodoxos como buena parte del progresismo (heterodoxo en las intenciones pero neoclásico en el razonamiento) no dudan en afirmar que un aumento de la tasa de interés es siempre contractivo. La fundamentación es la siguiente: cuando aumenta la tasa, crece la “especulación financiera” y cae la inversión productiva». De Lucchi agrega «en el mundo real, una vez garantizada la rentabilidad normal, la inversión depende del crecimiento del producto y no de los costos. Se invierte porque aumentan las ventas y no porque la nueva maquinaria esté barata».
Sin perjuicio de eso, el BCRA anunció un conjunto de medidas (nuevos desembolsos del Programa de Financiamiento Productivo del Bicentenario, autorización para utilizar el financiamiento de la Línea de Crédito para la Inversión Productiva al descuento de cheques de pago diferido de compañías mypymes, disminución de encajes para bancos que financien a largo plazo a pequeñas y medianas empresas) tendientes a «mantener fluido el préstamo de capital de trabajo de firmas de menor tamaño y mayor generación de empleo en términos relativos».
El impacto en el cuadro distributivo es otro factor de preocupación. La distribución de la riqueza computó un leve retroceso en el último trimestre del año anterior. Según datos del INDEC, el coeficiente Gini pasó de 0,364 a 0,372 para la población ocupada. Ese indicador oscila entre uno (mayor nivel de desigualdad) y cero (equidad absoluta). La distribución también empeoró para el caso de los ingresos familiares per cápita cuyo coeficiente aumentó de 0,411 a 0,413. En ese marco, la implementación del plan Progresar fue una poderosa señal de que el Gobierno no convalida la receta ortodoxa de reducción del gasto público. Por el contrario, las transferencias monetarias a los sectores más vulnerables constituyen un pilar de la estrategia oficial destinada a limitar los efectos negativos del aumento de precios. La evolución de las principales variables económicas (precios, salarios, tipo de cambio) en los próximos meses será clave para dilucidar el resultado de las medidas adoptadas. Despejadas las turbulencias, el desafío mayor continuará siendo revertir la estructura productiva desequilibrada que caracteriza las economías latinoamericanas, en general, y la argentina, en particular.
—Diego Rubinzal