Economía | COSECHA Y DIVISAS

La soja que viene

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Daniel Víctor Sosa

Tras la sequía de 2023, la producción de la oleaginosa duplicará la del ciclo anterior. Pero la baja de los precios externos recorta las expectativas sobre el ingreso de divisas.

De exportación. En la campaña actual se sembró una superficie de 16,7 millones de hectáreas en todo el país.

Foto: NA

La tonelada de uno de los principales granos cultivados en el país (la soja, cuyo volumen de cosecha solo es superado por la producción de maíz) cotiza actualmente un 15% por debajo del promedio alcanzado en 2023. Esta baja recorta los cálculos sobre las próximas exportaciones e ingresos de divisas, dado que la mitad de los envíos del país corresponden al complejo oleaginoso. De todas maneras, el balance en general es favorable en comparación con el mal período de la sequía.
El descenso en la curva de precios es evidente, desde los casi 580 dólares la tonelada alcanzados a fines de junio del año pasado en el Chicago Board of Trade, hasta menos de 430 de las últimas jornadas. Sin embargo, para precisar el aporte final de la oleaginosa a la macroeconomía argentina debe considerarse también el nivel de producción esperado, que rondaría los 50 millones de toneladas. Esto es, nada menos que el doble de lo recolectado en la campaña previa.
Al inicio de la siembra (desde la primavera pasada) las proyecciones eran más favorables, debido a las mejores condiciones hídricas y a la mayor superficie implantada, 16,7 millones de hectáreas en todo el país, frente a los 15,9 millones de la campaña 2022-23. Luego los pronósticos se ajustaron a la baja por la demora de las lluvias y el calor intenso a fines de enero, que afectó las siembras tardías, hasta que las recientes precipitaciones volvieron a apuntalar las expectativas. «Prácticamente toda la región pampeana recuperó niveles de humedad adecuados», resaltó la Bolsa de Comercio de Rosario.

Variables
El negocio, según las evaluaciones que en estos días realizan distintas consultoras, depende en primer lugar del impacto provocado en cada zona (o la capacidad de recuperación del grano) tras el golpe de calor de fines de enero y principios de febrero.
En el plano internacional influye además el pronóstico del USDA (Departamento de Estado de Agricultura de EE.UU.) sobre una probable cosecha récord en aquel país, junto a mejoras productivas en Brasil y la Argentina. 
A lo cual se suman las consecuencias de conflictos bélicos como el de Rusia-Ucrania, iniciado dos años atrás, y el de Israel-Palestina, que afectan la oferta, junto al debilitamiento relativo de las compras realizadas por China. 
En todo caso, aún en medio de factores inestables, como la intermitencia de las lluvias y la despareja evolución de los rindes, habrá que esperar hasta la próxima siega de los porotos de soja (a fines del invierno) para que los agricultores, exportadores y el fisco puedan hacer el reparto final de los beneficios. 
Por el momento, pese a la baja de los últimos meses, el precio (aunque no lo reconozcan abiertamente) dista de ser negativo para los productores. El experto Dante Romano, de la Universidad Austral, puntualizó al respecto que recién «valores por debajo de 300 dólares la tonelada generarían un resultado económico malo» para los productores.
En tanto, analistas de la Fundación Mediterránea estiman, sobre la base de las pizarras de operaciones a futuro, que el valor de la oleaginosa proseguiría su declino durante marzo, ante previsiones de una oferta mundial abundante. Pero luego se mantendría en torno a los 425 dólares la tonelada hasta agosto, en septiembre bajaría otro escalón más y cerraría a 413 dólares la tonelada en diciembre.
«Este escenario de precios, de confirmarse, implicaría una pérdida del 18% del valor real de la oleaginosa en 2024 (en relación a 2023) y del 24-28% comparado con los picos 2021-2022», indica el informe del centro de estudios con sede en Córdoba, al comparar el ciclo actual con los muy buenos anteriores.
El horizonte es aún más sombrío para la próxima campaña (2024-25) según vislumbra el empresario Diego Sánchez Granel, de Man Agro (que cultiva 60.000 hectáreas con distintos granos). «Estamos proyectando una soja de 270-280 dólares la tonelada. Sin cambios en los valores de arrendamientos, el margen bruto proyectado caería en torno a un 70% respecto del ciclo inmediato anterior», calcula.

Ventas demoradas
La realidad es que los precios agrícolas, no solo los de la soja, se acercaron a su promedio de años anteriores al concluir la pospandemia y ya asimilados los efectos de la guerra ruso-ucraniana. Así, lo que se ve en los gráficos es que la soja se comercializa a niveles mínimos en los últimos dos a tres años. Lo cual deja abierto el interrogante sobre cuál será el ingreso de divisas. 
Esa duda es compartida por los distintos actores de la actividad, incluido el Gobierno, que espera contar con ese respaldo para su plan dolarizador.
Los productores sojeros argentinos, en este marco, prefirieron demorar ventas anticipadas, a la espera de una nueva devaluación del peso que corrija el supuesto «retraso» del tipo de cambio por la alta inflación. Paulina Lescano, especialista del mercado de granos, confirma que «en el campo se espera una corrección en el valor local del dólar, que permita paliar en parte la baja de las cotizaciones internacionales».
Romano precisa a su vez que los productores solo llevan un 1,4% vendido, cuando los cultivos ya están avanzados y a esta altura lo normal llega al 9%. «Esperamos que se venda lo justo para cubrir deudas, y que se guarde la mayor cantidad posible de soja. Incluso recurriendo a créditos, o ventas de otros productos, como maíz y trigo», señala el analista.
La producción sojera quizás no alcance en esta campaña los 52 millones de toneladas que se esperaban meses atrás. «Pero junto con el aporte de los otros granos de la cosecha gruesa, se volverá a una campaña normal, promedio, luego de la extraordinariamente mala sufrida el año pasado», sostiene el consultor Javier Preciado Patiño.
Por otra parte, el experto advierte sobre una distorsión de mercado que no suele ser tema de debate público. «Tomando los últimos seis años –explica– hay un sobrante de 34,6 millones de toneladas de soja, casi una campaña entera, de las que no se sabe qué pasó: se procesó o se vendió por una vía informal o no se produjo». 
Ese volumen cuyo destino se desconoce surge de comparar, a partir de datos oficiales, la producción estimada con lo que efectivamente se molió (restada la importación de granos, habitualmente desde Paraguay, para abastecer a las procesadoras), más lo exportado como poroto, más el uso como semilla.
Frente a ese desfasaje se reiteran críticas sobre las metodologías en las cuales se apoyan quienes realizan previsiones de producción. Pero a la vez surge como hipótesis que al menos cierto tonelaje de granos se «negrea» y su comercio ilegal termina evadiendo el pago de impuestos para luego formar parte de la fuga de divisas al exterior.

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