25 de septiembre de 2013
Un reciente informe del Foro Económico Mundial ubica a la economía argentina en el fondo de la tabla a nivel internacional. Ortodoxia neoliberal versus alternativas de desarrollo y crecimiento.
La supuesta pérdida de competitividad argentina ocupa un lugar privilegiado en la agenda informativa de los principales diarios de negocios locales. De acuerdo con esa visión, la brecha entre la cotización oficial del dólar y el precio en el segmento ilegal reflejaría la existencia de un virtual atraso cambiario. La solución más evidente ante ese diagnóstico es apelar a una depreciación de la moneda doméstica.
El oficialismo rechaza esa alternativa al sostener que una megadevaluación provocaría reducción salarial, incremento del desempleo y caída del nivel de actividad. Los funcionarios nacionales sostienen que el mantenimiento del superávit comercial es indicativo de la inexistencia de un atraso cambiario. La estrategia gubernamental apela a miniajustes periódicos del tipo de cambio en respuesta a la evolución de distintas variables internas y externas.
La competitividad de la economía local volvió a estar sobre el tapete a partir de la difusión del ranking elaborado anualmente por el Foro Económico Mundial (FEM). La economía argentina cayó 10 posiciones, desde el reporte anterior, ubicándose en el puesto 104 sobre un total de 148 países relevados. El país «más competitivo» resultó ser Suiza, escoltado por Singapur, Finlandia, Alemania, Estados Unidos y Suecia. La nación latinoamericana mejor posicionada fue Chile, en el puesto número 34, seguida por Panamá (40), Barbados (47), Costa Rica (54), México (55), Brasil (56) y Colombia (69).
Los analistas financieros entienden que la pésima posición argentina se explica porque los empresarios prefieren otros destinos para radicar sus inversiones. Por el contrario, la política económica brasileña suele ser calificada como virtuosa en esta materia. Sin embargo, los números revelan que la tasa de inversión argentina (21% del PBI) es superior a la de Brasil (18%). Este ejemplo da cuenta de uno de los tantos casos en los que una cuidadosa revisión de los números permite desmontar ciertos mitos muy instalados en la agenda pública.
Palabra santa
El término «competitividad» se puso de moda a mediados de la década de los 80. El oficial de Asuntos Económicos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Luis Mauricio Cuervo, explica en El desarrollo leído en clave de planificación: piezas para la reinvención del concepto que «durante el último cuarto del siglo XX suceden cambios económicos y políticos mayores que modifican el curso del pensamiento universal acerca del desarrollo. Este, como concepto, cae en desuso y tiende a ser reemplazado por una visión con marcado énfasis en lo económico y el crecimiento como principal preocupación (…) el concepto de la competitividad intenta descifrar las causas y los medios para obtener éxito económico en el contexto de la globalización».
La ortodoxia económica asimila la competitividad a la capacidad de competir exitosamente en el mercado internacional. De esa manera, ese concepto queda desligado de los niveles de vida alcanzados por la población doméstica, lo que «se constituye entonces en un índice individualista que se centra en la maximización de la renta empresaria conquistada con un bajo costo de producción que garantiza un menor precio global», explican los economistas que integran el colectivo Economía del Bicentenario en su trabajo La competitividad nacional: conceptos y medición. Por el contrario, ellos sostienen que «la competitividad de una economía consiste en su capacidad para incrementar las exportaciones aumentando simultáneamente el nivel de vida de la población».
Bajo esta línea de pensamiento, la competitividad se asocia con crecientes niveles de vida y no es una mera medida de la capacidad del país para vender en el exterior…para obtener una medida de la evolución de la competitividad genuina, es necesario construir otro índice que incorpore aquellas dimensiones que dan cuenta de la capacidad de los países de incrementar sostenidamente la inclusión social. Las dimensiones son: crecimiento económico, inversión, industrialización y cambio en el patrón de inserción internacional, inclusión social y políticas públicas.
Ambigüedades y percepciones
¿Qué representa la competitividad para el FEM? Los redactores del informe la identifican con «el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad del país». Esa ambigua definición requiere la adopción de una serie de variables susceptibles de ser cuantificadas y medidas. Los determinantes del Indicador Global de Competitividad (IGC) elaborado por el FEM se apoyan en doce pilares: instituciones, infraestructura, macroeconomía, salud y educación primaria, educación superior, eficiencia en el mercado de bienes, eficiencia en el mercado de trabajo, desarrollo del sector financiero, acceso a la tecnología, tamaño del mercado, sofisticación en los negocios e innovación.
A su vez, cada uno de esos pilares se descompone en más de un centenar de variables. La mayoría de estos determinantes se obtiene a partir de los resultados de una Encuesta de Opinión a Ejecutivos, donde 13.500 empresarios asignan una puntuación de 1 a 7 a cada ítem evaluado (donde 1 representa la peor situación posible y 7, la mejor). En Argentina, la institución seleccionada para relevar la opinión de alrededor de un centenar de ejecutivos empresarios es la IAE Business School de la Universidad Austral.
Las mediciones nunca son neutrales y requieren de un cuidadoso análisis interpretativo. En esa línea, el grupo Economía del Bicentenario sostiene que «la EOE mide la percepción que los empresarios tienen respecto de un amplio conjunto de factores y posee por lo tanto un componente subjetivo que dificulta la representatividad y la comparabilidad de los resultados entre los distintos países».
Los ejecutivos consultados ubicaron a la Argentina, por ejemplo, en el puesto 145 en materia de corrupción, en el 147 en eficiencia gubernamental y en el 146 en el rubro favoritismo de grupos o empresas. Los principales problemas identificados por los empresarios fueron la inflación, las regulaciones en materia de moneda extranjera, la corrupción, el acceso al financiamiento y la ineficiencia de la burocracia estatal.
La calificación otorgada a la Argentina arroja un resultado sorprendente ya que la sitúa en una peor ubicación (104) que, por ejemplo, Guatemala (86), Nicaragua (99) y El Salvador (97).
Esa comparación pone en evidencia que los resultados de ese «ranking de competitividad» no tienen ningún correlato con los «datos duros» emergentes de los indicadores económico-sociales. En síntesis, se trata de evaluaciones subjetivas teñidas por una fuerte carga ideológica.
En ese sentido, la presidenta del Banco Central de la República Argentina (BCRA), Mercedes Marcó del Pont, afirmó que «todas las variables que usa ese informe para cuestionar la performance de Argentina son aquellas en las que justamente el país se ha destacado dentro de la región e incluso entre otras economías emergentes y avanzadas».
Marcó del Pont rescató que «el desempeño económico de la Argentina está entre los más destacados de la región, a pesar de ranking interesados y poco transparentes que lo que buscan es cuestionar la estrategia que le permitió al país recuperar soberanía en el manejo de sus políticas, generando crecimiento con inclusión social».
—Diego Rubinzal