10 de mayo de 2017
Desde el núcleo del equipo económico se ha dejado en claro el objetivo de que el crecimiento sea liderado por la inversión y las exportaciones, relegando el consumo a un papel subsidiario. Analicemos cómo ha sido la evolución reciente en ambas variables. Por un lado, la inversión enfrenta fuertes limitantes. Entre ellas se destaca la baja utilización de la capacidad instalada industrial y una política antiinflacionaria basada en tasas de interés reales elevadas. Únicamente muestran algún dinamismo inversor los sectores con intervención del Estado gracias a la inversión pública (infraestructura vial) o bien por medio del otorgamiento de mayores márgenes de rentabilidad (energía).
Las exportaciones tampoco han tenido una evolución descollante. Más allá de la crisis de Brasil, factores internos las han debilitado. Si bien durante 2016 se registró un leve incremento en las cantidades exportadas tras cuatro años consecutivos de declive, tal progreso se concentró en escasos rubros. Es más, en el primer trimestre de 2017 se registró un nuevo retroceso. La situación es particularmente difícil para las denominadas «economías regionales» y las manufacturas de origen agropecuario. Basta citar la crisis que aflige al sector lácteo, la cadena avícola y la fruticultura. No se trata de problemas nuevos, sino que datan de varios años, pero durante 2016 y lo que va de este año, lejos de solucionarse, se han agravado. La rentabilidad de estas exportaciones se ve afectada por la apreciación real del peso y, en el caso de lácteos y aves, por el encarecimiento interno de los granos que se utilizan como materia prima.
A casi un año y medio de iniciada la actual administración, los resultados conseguidos en ambas variables son decepcionantes y explican bastante sobre la negativa evolución reciente de la actividad económica.