30 de noviembre de 2015
Para el nuevo gobierno se impone como necesario garantizar el nivel de crecimiento y de empleo. Restricción externa y matriz productiva incompleta. Las enseñanzas de la situación en Brasil.
La historia argentina es pródiga en transiciones traumáticas con crisis políticas y/o económicas. El próximo traspaso presidencial no parece estar ese signo. La economía cierra el año con leve crecimiento, baja tasa de desempleo y una amplia red de inclusión social.
Por otro lado, el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones se encuentra en el nivel más elevado desde la salida de la convertibilidad. El último informe del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (Ceso) revela que el nivel general de salarios mejoró un 29,8% en términos nominales comparado con el mismo mes del año pasado. La mejora en términos reales alcanzó el 4,5% interanual «si se consideran los ingresos deflactados por el IPC-provincias».
Lo antedicho no implica negar la existencia de renovados desafíos en el terreno económico. Por ejemplo, la campaña electoral estuvo dominada por el tema cambiario. La polémica alrededor del tipo de cambio resulta confusa si no se enmarca en un debate más amplio.
La cotización del dólar es un dato muy relevante al tratarse de un precio fundamental de la economía. Sin perjuicio de eso, el tipo de cambio no deja de ser un instrumento de la política económica. En otras palabras, la discusión es más fructífera cuando está centrada en cuál es el proyecto político-económico que se propugna.
El desafío central es crecer, distribuir ingreso y generar empleo, de manera simultánea. Un objetivo adicional debiera ser propender a un equilibrado desarrollo territorial. La jurisdicción más rica de la Argentina es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con un ingreso per cápita similar al de Bélgica. En el extremo opuesto se ubica la provincia de Formosa. La distancia del Producto Bruto Geográfico per cápita entre ambas jurisdicciones es de 8 veces. En los países centrales la brecha entre las regiones de mayor y menor desarrollo relativo, se reduce a 3.
En vistas a la etapa que comienza con la asunción del nuevo presidente, es de utilidad realizar un repaso por algunos de los desafíos futuros en materia económica.
Dinámica de expansión
El menor ritmo de crecimiento de la economía argentina en los últimos años estuvo ligado con la «restricción externa». Ese fenómeno registra antecedentes históricos en América Latina. Por caso, la restricción externa fue el talón de Aquiles del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Esta restricción irrumpía cuando la dinámica de crecimiento económico incrementaba las importaciones a un ritmo mayor que el aumento de las exportaciones. En otras palabras, la fase alcista del ciclo económico provocaba escasez de divisas por dos razones: el mayor consumo de la población reducía los saldos exportables. Las menores exportaciones determinaban una caída de los ingresos de divisas; y la expansión económica provocaba un incremento de las importaciones debido a la mayor demanda de insumos y bienes de capital extranjeros. La combinación de menores ingresos (por exportaciones) y mayores egresos (por importaciones) impactaba negativamente en la balanza de pagos.
Es decir, la escasez de divisas derivada de una restricción externa es consecuencia de un intenso proceso de crecimiento económico. Esto diferencia a ese proceso de la caída de reservas originada en crisis económicas o financieras.
El ingeniero argentino Marcelo Diamand sostenía que la restricción externa era causada por la existencia de una estructura productiva desequilibrada (EPD), «compuesta de dos sectores de niveles de precios diferentes: el sector primario, que trabaja a precios internacionales, y el sector industrial, que trabaja a un nivel de costos y precios considerablemente superior al internacional. Esa configuración peculiar da lugar a un nuevo modelo económico, caracterizado por la crónica limitación que ejerce el sector externo sobre el crecimiento económico», explicaba Diamand.
El desafío central es resolver la restricción externa sin aplicar la salida «fácil»: el plan de ajuste. Una megadevaluación no soluciona esa tensión económica. Por el contrario, la tensión se termina transformando en un verdadero problema.
La trayectoria reciente de la economía brasileña es un claro ejemplo. En los últimos 8 meses, la moneda brasileña se devaluó cerca del 60%. En el mismo período, las exportaciones verdeamarelhas se retrajeron un 16%. Los números revelan que la caída de las exportaciones se explica por razones ajenas al tipo de cambio.
Lo único que logra la megadevaluación es una fuerte caída del salario real. El equilibrio de la balanza de pagos se obtiene por vía recesiva. Los números cierran dejando a millones de personas fuera del circuito económico.
El esquema recesivo se podría resumir de la siguiente forma: la caída del salario real se traduce en menos importaciones (la población demanda menos bienes importados –computadoras, celulares, autos, etcétera– y viaja menos al exterior); y la reducción de los ingresos provoca una contracción de las ventas en el mercado interno. El siguiente paso es la reducción de las importaciones de insumos y bienes de capital debido a la menor actividad económica. La consecuencia directa de ese círculo vicioso es el incremento del desempleo. La fuerte caída de las importaciones «soluciona» el problema de la balanza de pagos. El resultado es mayor desocupación y caída de los ingresos reales de asalariados y jubilados. La contracara de ese proceso es la retracción de las ventas de las empresas mercadointernistas.
La alternativa a esa política de ajuste es salir del laberinto por arriba. La política de ajuste no resuelve nada e incluso agrava los problemas estructurales. La condición macroeconómica necesaria para el desarrollo económico es mantener una demanda pujante. Desde los tiempos de Keynes se sabe que los niveles de producto y empleo dependen de la demanda efectiva. Diamand explicaba que había que alejar la restricción externa para crecer y no dejar de crecer para alejar la restricción externa. La solución definitiva pasa por el desarrollo de un entramado industrial más integrado, es decir, menos dependiente de las importaciones.
El desequilibrio estructural externo requiere de la elaboración de políticas industriales específicas. Para ello, resulta indispensable el involucramiento del «Estado en las arduas tareas de inducir la sustitución selectiva de importaciones, la diversificación de las exportaciones, la modernización de la infraestructura y las políticas que induzcan el cambio estructural y tecnológico, en un marco de crecimiento alto y sostenido. No podemos confiar la consecución de estas grandes metas a la performance de una sola variable (refiriéndose al tipo de cambio)», sostienen los economistas Fabián Amico y Alejandro Fiorito en su trabajo El misterioso optimismo sobre la relación tipo de cambio y crecimiento.
Las dos ovejas negras
El último documento del Plan Fénix sostiene que «el futuro modelo productivo debe basarse en una visión renovada y actualizada del viejo modelo de sustitución de importaciones, que no considera las nuevas orientaciones de la producción de bienes en el mundo actual y es incapaz de enfrentar la “restricción externa”. Es preciso sustituir el futuro, no solo el pasado. Anticiparse a los cambios previsibles impuestos por el avance de la ciencia y la tecnología, incorporando en el tejido productivo las actividades que lideran el desarrollo, para abastecer el mercado interno y exportar».
En la actualidad, las ramas industriales que demandan mayor cantidad de divisas son: automotriz, energética, química, metalmecánica y electrónica de Tierra del Fuego. La estatización de YPF apuntó a recuperar el autoabastecimiento energético. El desarrollo tecnológico vinculado con la explotación de recursos no convencionales es un interesante «nicho» productivo para «sustituir el futuro», como sugiere el grupo de economistas. La tarea del Invap y de Arsat ha sido fundamental en esta materia.
De los restantes sectores, la rama electrónica y automotriz son las mayores demandantes de divisas. Las dos industrias tienen un muy reducido nivel de integración nacional. La mayoría de sus piezas y componentes son importadas.
El economista Claudio Scaletta explica en su artículo Las dos ovejas negras que «por su fuerte crecimiento, los dos sectores estrella a partir de 2003 fueron el automotor y la electrónica fueguina. Se trata de actividades muy diferentes pero que, a la vez, tienen profundos denominadores comunes: están controladas por un núcleo cerrado de empresas que se apropian de los beneficios recibidos, tanto de regímenes impositivos especiales –en Tierra del Fuego–, como de reservas de mercado –en ambos casos–, y se tornarían no sustentables frente al cese de toda protección y estímulo. En sus procesos productivos predomina el ensamblado, con desnacionalización de las etapas de diseño y desarrollo, y presentan un déficit en la composición nacional de insumos, piezas y partes que se traduce, a su vez, en un potente déficit de divisas. Adicionalmente, cuanto más crece el mercado interno, mayores son los déficits externos».
El grado de integración nacional en la industria automotriz ronda el 25%. Ese reducido nivel contrasta con lo que ocurría en épocas pasadas. Por otra parte, el derrame tecnológico es muy acotado. Las terminales están en manos de firmas multinacionales que reservan para sus casas matrices las actividades más rentables (diseño, investigación y desarrollo).
La asignatura pendiente es avanzar en mayores niveles de integración nacional, en rearmar una red de proveedores locales. El economista Aldo Ferrer sostiene que «si hicimos reactores nucleares, ¿cómo no vamos a poder hacer motores de autos? Hay que impulsar la apertura de una gran autopartista nacional que funcione como empresa testigo. Es necesario que produzca motores y componentes en el país. Y que cree cadenas de valor locales, regionales y transnacionales. Se trata de un emprendimiento que podría realizarse en conjunto con Brasil».
Por su parte, la industria electrónica radicada en Tierra del Fuego es el resultado de un régimen promocional que se remonta a la década del 70. La necesidad de promover el desarrollo de un territorio escasamente poblado (13.431 habitantes en 1970) motivó la sanción de la Ley de Promoción Económica en 1972. En 1973 existían solamente 60 industrias, fundamentalmente aserraderos, que empleaban a 581 personas. En la década del 80 se radicó un importante conjunto de empresas, en su mayor parte productoras de electrónica, electrodomésticos, textiles y plásticos. Las plantas industriales sufrieron un proceso de reconversión a partir de la crisis económica iniciada en esos años. La radicación de empresas y la fabricación de nuevos productos se multiplicaron a partir de 2003.
Lo cierto es que más allá de algunos aspectos positivos (creación de miles de puestos de trabajo, mayor equilibrio regional, entre otros) los tipos de actividades localizadas (básicamente armaduría de productos electrónicos) no generaron encadenamientos productivos, ni realización de tareas de investigación y desarrollo, ni aparición de sectores de servicios vinculados con los requerimientos productivos.
Algunos especialistas aconsejan la reconversión de la industria fueguina. La idea tiene como eje que se transforme en una proveedora de componentes de diferentes ramas manufactureras (industria naval, automotor, maquinaria agrícola). Sin embargo, la condición necesaria es que se defina un proyecto de país que promueva la industria nacional.
—Diego Rubinzal