14 de mayo de 2014
La expansión del gigante asiático se pone de manifiesto a través de una creciente presencia de sus empresas en las economías locales. Desafíos y riesgos del vínculo bilateral.
El canciller chino, Wang Yi, suscribió diversos acuerdos en materia de infraestructura espacial con la Argentina. El diplomático anunció también el próximo inicio de conversaciones sobre temas relacionados con la cooperación económica, la agricultura, la energía, la ciencia y la tecnología. La presencia del canciller chino fue la antesala de la visita de Estado que realizará el presidente Xi Jinping a la Argentina, durante el mes de julio, en su segunda gira latinoamericana. La realizada en junio del año pasado había incluido a tres países: Costa Rica, México y Trinidad y Tobago. En esta oportunidad, el premier asiático tiene previsto visitar Cuba, Venezuela, Brasil y Argentina.
El canciller argentino, Héctor Timerman, sostuvo que el arribo del mandatario chino «será un hito en la historia de las relaciones entre nuestras dos naciones». El estrechamiento de lazos con el gigante asiático integra la agenda oficial desde los inicios de la administración kirchnerista. El presidente anterior (Hu Jintao) visitó la Argentina en 2004. En esa ocasión, circularon versiones acerca del arribo de multimillonarias inversiones destinadas a infraestructura ferroviaria (trenes de pasajeros, electrificación de las líneas Belgrano Norte y General San Martín), obras en el Aeropuerto de Ezeiza, construcción de 300.000 viviendas y explotación petrolífera off-shore. Si bien debió esperarse cerca de un lustro para que las inversiones se concretaran, capitales chinos ingresaron como accionistas en la minera Sierra Grande (ex Hipasam), las petroleras Occidental Petrolum Corp y Pan American Energy, y en el ex Standard Bank Argentina, entre otras. A finales del año pasado, los ministros de Economía y Planificación Federal, Axel Kicillof y Julio De Vido respectivamente, viajaron a China para presentar 15 grandes obras de infraestructura proyectadas por el Gobierno nacional. El road show de los funcionarios, que también incluyó visitas a Brasil y a Rusia, buscaba inversores y financiamiento. Precisamente, los aportes financieros de los bancos chinos resultaron –y resultarán– clave para la adquisición de material rodante ferroviario (destinado a los ramales Sarmiento, Roca, Mitre y Belgrano Sur), la reconstrucción y reequipamiento del ramal Belgrano Cargas y la construcción de las represas hidroeléctricas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic en Santa Cruz. Esta última obra estará a cargo de un consorcio integrado por la empresa local Electroingeniería y la firma china Gezhouba.
La expansión mundial del gigante asiático es una realidad indiscutida. La multiplicación por 20 de sus Inversiones Extranjeras Directas (IED) durante los últimos 7 años revela una aceitada estrategia. El objetivo principal es garantizarse el aprovisionamiento presente y futuro de materias primas esenciales. Eso explica por qué la mayoría de los fondos están invertidos en actividades relacionadas con la producción primaria. En Argentina, las inversiones de ese origen ocupan el tercer lugar detrás de las estadounidenses y españolas.
El crecimiento chino también impactó fuertemente en el comercio internacional. En ese marco, la relación bilateral entre Argentina y China se incrementó un 367% desde 2003. La mayoría de las exportaciones argentinas estuvieron concentradas en la producción sojera y sus derivados. El complejo exportador sojero local fue uno de los mayores beneficiarios del recorrido alcista de los precios de los commodities. Las modificaciones operadas al interior de la estructura económica china impulsaron esa tendencia. En efecto, el fuerte crecimiento del sector capital-intensivo (productos eléctricos, electrónicos) multiplicó la demanda minera y metalífera. En ese sentido, la industria siderúrgica china consume más del 40% del mineral de hierro mundial. Por otra parte, la expansión del consumo energético interno provocó un aumento de la demanda de crudo. El mismo proceso se verificó en el caso de los productos alimentarios. La industrialización china, acompañada de una intensa migración hacia las ciudades, provocó una modificación de los patrones de consumo. El profesor de la universidad inglesa de East Anglia, Rhys Jenkins, señala en su artículo El efecto China en los precios de los productos básicos y en el valor de las exportaciones de América Latina que «después de los minerales y metales, el grupo de productos más importante en cuanto a la participación de China en el consumo mundial es el de las oleaginosas. Esto pone de manifiesto el rápido crecimiento de la demanda de forraje en China, a medida que se eleva el nivel de vida y cambian los modelos de consumo. Hacia fines de la década de los 90, el nivel de consumo de calorías diarias per cápita en el país asiático ya era relativamente alto y, sobre todo en las zonas urbanas, los consumidores comenzaron a volcarse más a la carne, el pescado, los aceites vegetales y las frutas. En la actualidad, China es un importante mercado para la soja y la harina de pescado, y su participación en el consumo mundial ha ido en alza con el transcurso del tiempo».
Perfil de intercambio
El patrón de intercambio comercial América Latina-China es muy particular. Los países latinoamericanos son proveedores de commodities (minerales, productos oleaginosos, hidrocarburos) y compradores de diversos productos manufacturados (maquinarias, textiles, calzados, manufacturas de cuero). Los investigadores Blázquez-Lidoy, Rodríguez y Santiso sostienen en el trabajo ¿Ángel o demonio? Los efectos del comercio chino en los países de América Latina (Revista Cepal Nº 90) que «aunque el intercambio se concentra en un número reducido de productos básicos, la vigorosa demanda china de materias primas es auspiciosa para América Latina. En términos económicos, se trata de un shock de demanda positiva».
Lo cierto es que ese tipo de intercambios refuerza el esquema centro-periferia que caracterizó al antiguo modelo primario exportador. La historia latinoamericana demuestra que esa especialización productiva, asentada en las ventajas comparativas naturales, conduce a una sociedad desintegrada y con déficits económico-sociales. Blázquez-Lidoy, Rodríguez y Santiso sostienen que habría que lograr «una mayor especialización, ya que de lo contrario aumentará la dependencia de América Latina de los productos básicos y los países de la región seguirán expuestos a los vaivenes de la relación de los términos del intercambio».
El desafío es cómo enfrentar a una competencia china asentada en deprimidos niveles salariales. Los economistas Eduardo Crespo y Juan Matías De Lucchi sostienen en su trabajo Impacto de la industrialización china en las estrategias de desarrollo (Revista Argentina Heterodoxa, de la Universidad Nacional de San Martín) que «las estrategias de desarrollo deben partir del reconocimiento de que en muchas áreas industriales es altamente improbable que se reduzca la brecha de costos con la competencia asiática». En ese caso, «la política industrial debe ser más específica y localizada, buscando desarrollar el potencial de actividades no competitivas sino complementarias con la producción asiática, como, por ejemplo, nuevas fuentes de energía basadas en recursos naturales, alimentos de mayor elaboración y alto valor agregado, medicamentos, software».
El desarrollo de determinados rubros industriales puede, aun cuando no se alcancen los estándares internacionales de costos y/o productividad, coadyuvar al cumplimiento de determinados objetivos (empleo, ahorro de divisas, aumento de la productividad). «Una política obsesionada con la competitividad externa de la industria, un crecimiento liderado por las exportaciones (industriales) y la selección de futuros “ganadores” de mercados externos, muy probablemente acabará como una experiencia frustrada –concluyen Crespo y De Lucchi–. Esto no invalida la posibilidad de impulsar políticas industriales que contribuyan al ahorro de divisas sustituyendo importaciones, aumenten los niveles de empleo en sectores industriales y eleven la productividad en la elaboración de productos básicos, transables o no».
—Diego Rubinzal