25 de mayo de 2025
Se la considera el punto de partida de la independencia nacional, aunque se suelen omitir los intereses de sus protagonistas, el papel de la plebe y la coyuntura que posibilitó la rebelión.

Cabildo. Primer registro fotográfico del que se tiene constancia del edificio emblemático, de mediados del siglo XIX.
Foto: Charles DeForest Fredrick/ Cabildo Nacional
El 25 de mayo es un día emblemático para la historia argentina. Sin distinciones ideológicas, se lo considera el punto de partida de la independencia nacional, pero suele evocárselo en los actos escolares y los manuales educativos con estereotipos que omiten consignar la ideología e intereses de quienes fueron sus protagonistas, el papel de la plebe en los acontecimientos y la coyuntura que posibilitó esta rebelión. Las concepciones simplistas de exaltación patriótica eluden referirse a las particularidades del acontecimiento y a las contradicciones que signaron su desarrollo, donde el azar intervino decisivamente, como suele suceder en las epopeyas históricas.
En efecto, las inquietudes de la parte de la élite porteña refractaria al monopolio español, prudentemente morigerado por las reformas que pocos años antes había impulsado el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros –que preanuncian el desmoronamiento del sistema colonial– hallaron la ocasión propicia cuando la llegada al puerto de Santa María de los Buenos Aires, el 13 de mayo de ese año, del buque Mistletoe –hay investigadores que señalan a la fragata John Paris como la anunciadora– arribaba con la noticia de la caída del régimen borbónico de Fernando VII, derrotado por la ofensiva napoleónica y reemplazado por la Junta Central de Sevilla, que se disolvió a comienzos de 1810, con lo cual desapareció el último elemento de legitimidad monárquica, y las colonias quedaron libradas a su propia suerte.
El poder del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros se asentaba en los grandes comerciantes ligados al puerto de Cádiz, de donde partían los buques cargados de mercaderías que arribaban a un alto costo para los habitantes del virreinato, pero también formaban parte de la élite quienes pugnaban por terminar con el monopolio comercial español, entre ellos muchos de los próceres de mayo que pertenecían a la burocracia del Estado. Ninguno proponía terminar con la monarquía, a lo sumo planteaban darle un carácter constitucional. De allí que sus intereses distaran de ser homogéneos.
Entre los impugnadores del régimen monopólico sobresalía un conjunto de jóvenes que había establecido un verdadero programa que, inicialmente, solo se proponía introducir pequeñas reformas en el orden vigente que garantizaran la autonomía de las colonias. La dinámica de los acontecimientos determinó que en poco más de un lustro el proceso se radicalizara y culminara con la derrota militar de las fuerzas españolas y la declaración de la independencia, que introduciría profundos cambios económicos, sociales y culturales.

Celebración. Figuras del período asoman por el balcón con motivo de los festejos por el Bicentenario, con el pueblo en un primer plano.
Foto: Sandra Rojo
La Semana de Mayo, como se conoce popularmente la sucesión de hechos que culminaron con el nombramiento de una Junta de Gobierno, comenzó el viernes 18 con un anuncio del virrey en el que puntualizaba que, «en el desgraciado caso de una total pérdida de la península y falta del Supremo Gobierno», asumiría el poder acompañado por otras autoridades y prevenía contra «los genios inquietantes y malignos que procuran crear divisiones». La misma noche –cuenta Felipe Pigna– los jóvenes revolucionarios decidieron exigirle al virrey la convocatoria a un Cabildo Abierto para discutir la nueva coyuntura. Ante la gravedad de la situación, el domingo 20 Cisneros reunió a los jefes militares para solicitar su apoyo, el que le fue negado. Frente a la magnitud de las presiones, el virrey contestó: «Ya que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran». Juan José Castelli y un grupo autodenominado «La Legión Infernal», encabezado por Domingo French y Antonio Beruti, armados de pistolas y puñales y con un retrato de Fernando VII en el sombrero, tuvieron un rol decisivo en la convocatoria del 22 y en desbaratar la maniobra de nombrar a Cisneros como presidente de la Junta. Así se arribaría al mítico 25.
Un episodio acaecido en circunstancias en las que se demoraba la decisión final revela la importante participación de la plebe en los sucesos, algo que suele no mencionarse en los textos escolares.
Cuando la mayoría de los reunidos frente al edificio del Cabildo se retiraron cansados de esperar, el síndico salió al balcón y preguntó: «¿Dónde está el pueblo?». Fue Castelli quien irrumpió en la sala de sesiones y contestó: «El pueblo en cuyo nombre hablamos está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toque la campana y si es que no tiene badajo nosotros tocaremos generala y verán ustedes la presencia que echan de menos. Pronto, señores, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras o engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada».
Poco después se anunció que se había formado una nueva Junta de Gobierno, fruto de arduas negociaciones.
¿Quiénes eran esos hombres a los que aludía Castelli? Gabriel Di Meglio lo ha analizado exhaustivamente. Se trataba de lo que este historiador denomina «bajo pueblo», negros, mulatos, mestizos y zambos que no sabían leer y escribir y ejercían los más diversos oficios menores. Todos ellos estaban sujetos a severas restricciones: tenían prohibido comprar alcohol, usar determinadas vestimentas y portar armas. Habían adquirido alguna experiencia bélica durante las invasiones inglesas y a partir de allí fueron siendo incorporados al Ejército y a las milicias que abrieron nuevos espacios de poder y crearon nuevas identidades. Di Meglio considera tres formas de intervención plebeya en la vida política: la participación en las luchas facciosas de la élite revolucionaria para arbitrar conflictos internos, la movilización en la ciudad a través de fiestas cívicas que se organizaban para conmemorar las gestas patrióticas y, por último, el alistamiento tanto en el ejército regular como en las milicias urbanas.
Sus miembros solían reunirse en las pulperías donde intercambiaban informaciones surgidas de los pasquines que les leía el pulpero que en ocasiones operaba como un caudillo. El autor sostiene que este lento y paulatino empoderamiento promovió una concientización en las acciones colectivas que fortaleció la posibilidad de ejercer resistencias ante situaciones adversas a sus intereses y demandas.
La gesta de Mayo fue una esperanza para «el bajo pueblo», pero en lo inmediato las medidas adoptadas favorecieron la introducción de mercancías de todo el mundo que comenzaron a destruir la producción local y a encarecer los productos de consumo popular.