21 de diciembre de 2025
La velocidad con la que el Gobierno pensaba tratar sus proyectos chocó contra la realidad. Las masivas movilizaciones y la ruptura del consenso legislativo que parecía garantizado, complicaron el trámite legislativo.

Miles dijeron que no. En Buenos Aires y en otras ciudades del país se realizaron populosas marchas en rechazo al proyecto libertario de reforma laboral.
Foto: NA
«Cuidado con los Idus de Marzo», le habían advertido a Julio César, por ese 15 de marzo del 44 a. C., que sería el último de sus días cuando fue asesinado por Marco Junio Bruto. A los Gobiernos neoliberales argentinos les cabe un «cuidado con la Señora de la Esperanza», que según el santoral de la Iglesia Católica se celebra el 18 de diciembre. O, si vamos al caso, por San Ceferino, el 20. Tienen tan presente esas fechas que buscan cambiarles el sentido desde el fin del Gobierno de Fernando de la Rúa, en 2001, y el inicio de la debacle de Mauricio Macri, en 2017. Y esta semana, por tercera vez, el empecinamiento chocó contra multitudes reclamando cambiar el rumbo que se avizoraba dentro del edificio del Congreso, ideado por el arquitecto italiano Víctor Meano e inaugurado en mayo de 1906.
En esos tres acontecimientos históricos fue figura protagónica Patricia Bullrich. Tanto es así que la imagen de la actual senadora por la Ciudad de Buenos Aires dentro del espacio de La Libertad Avanza refleja mejor que mil palabras lo que ocurrió entre el miércoles y el jueves para el oficialismo: del gesto prepotente ante el peronista José Mayans cuando ella armó a piaccere la Comisión de Trabajo y Previsión de la Cámara Alta, a la convocatoria calma y dialoguista con la no menos peronista Juliana di Tullio 24 horas más tarde, cuando –obligada por la realidad o algún sedante, incluso– invitó a posponer el tratamiento de la polémica reforma laboral para febrero.

Desde la Plaza de Mayo, y decenas de plazas en todo el país, multitudes convocadas por la CGT, las dos CTA, partidos políticos y movimientos sociales mostraban que ese 40% oficialista del electorado del 26 de octubre es importante, pero no es tanto como pretenden creerse y hacer creer desde la Casa Rosada. Y que tampoco eran de arrear con el poncho los gobernadores que están más dispuestos a bancar al proyecto del Gobierno nacional o, al menos, intentan obtener fondos para sus provincias mediante discretas negociaciones fuera de los radares. Como sea, un recuento de las últimas jornadas puede ilustrar cómo fue que aparició ese paredón frente a una ruta que lucía despejada como para acelerar a fondo. Fue una marcha masiva y sin incidentes, no como aquella de hace ocho años, con las «14 toneladas de piedras» contra la ley de reforma previsional del macrismo. Y menos como aquel 20 de diciembre trágico de hace 24 años que clausuró el Gobierno de la Alianza.

Cambio de ritmo. Luego de intentar un tratamiento exprés, la senadora Bullrich anunció que la modficiación del régimen laboral se debatirá en febrero.
Foto: @PatoBullrich
Cancheros
Se dijo en estas páginas que desde el oficialismo y los medios consustanciados con el proyecto neoliberal, el resultado de las elecciones de medio término fue interpretado como una abrumadora mayoría para las derechas, que no fue tal. Ante la carencia de una oposición que se muestre unida para poner freno a este relato, el Gobierno –y especialmente el presidente Javier Milei– cometió el error de consumir los cuentos que le cuentan a la sociedad. Hubo un hecho que despertó alarmas, pero los medios le quitaron los focos de encima, aunque sí impactó en los despachos. Fue cuando en los primeros días del mes el Ministerio de Economía buscaba la gran noticia de que había logrado regresar a los mercados internacionales de deuda para fondearse ante los inminentes vencimientos del mes de enero.
Luis Caputo canchereaba diciendo que iban a obtener hasta 4.000 millones de dólares a un 6,5% de interés que, cuando se desmenuzaba la cosa, se veía que el número rondaba el 9%, disfrazado por esas alquimias en las que es especialista el equipo de esa cartera. Fueron apenas 1.000 millones y al 9,25%. Como colofón, cinco días más tarde el Banco Central anunció que desde enero de 2026 el piso y el techo de las bandas cambiarias se actualizarán cada mes en línea con el último dato de inflación disponible, en lugar de ese 1% arbitrario que se implementó en abril. Y Caputo juró que, ahora sí, la idea es acumular reservas, como indicaban los economistas de «mandrilandia», el FMI y la administración de Donald Trump.
Ese mismo estilo de «muchachos piolas» que, desde que se hizo conocido en los medios, sostiene Milei, se utilizó para apurar las leyes que pretendía aprobar antes del fin de año. Una, la de Presupuesto, sería la primera en votarse desde que se puso la banda presidencial; la otra, de reforma laboral, es el viejo sueño húmedo del conservadurismo local desde hace 80 años. Sí, desde el 17 de octubre de 1945.
Con la incorporación de diputados «amarillos» que no dudaron en teñirse de violeta, más el aporte insoslayable de radicales y peronistas dispuestos a usar peluca y Bullrich metiendo presión desde el Senado y el apoyo incondicional de los medios amigos, ¿qué podría salir mal?
Pero, así como los inversores no entraron en el juego de creerse que la oferta de deuda era conveniente –y en general demuestran con hechos que no se tragan el discurso de Caputo– resulta ser que los ministros de Hacienda provinciales descubrieron una trampita. Escondido en el proyecto de ley laboral había artículos que bajan impuestos coparticipables y, para peor, se incluyó en el dictamen del Presupuesto un par de triquiñuelas adicionales. Una, que no se votaría por artículo sino por capítulo. Otra, que en el capítulo XI se incluyó una adenda para darle los fondos que reclama la Ciudad de Buenos Aires y se incrementa el financiamiento del Poder Judicial; pero lo más espinoso es que derogaba las leyes de Emergencia en Discapacidad y de Financiamiento Educativo. O sea, pretendía que los mismos que habían aprobado las leyes y rechazado luego los vetos con mayorías especiales las borraran con el codo tres meses más tarde.
En una sesión maratónica y cargada de voltaje, Diputados aprobó en general el proyecto de ley del Presupuesto 2026 por 132 votos a favor, 97 en contra y 19 abstenciones, pero rechazó por 123 votos a 117 el ya famoso capítulo XI. Subido al mismo impulso quimérico, desde las usinas mediáticas del oficialismo se dijo que el presidente vetaría esa ley. Luego, quizás con una dosis de Nervocalm –el medicamento que tomaba el papá de la inefable Mafalda– se adujo que en el Senado negociarían los términos para no hacer un nuevo papelón. Lo que demoraría, en caso de modificaciones, la aprobación.
Para colmo, mientras se debatía la Ley de Leyes, en otro lugar del edificio juraban como integrantes de la Auditoría General de la Nación (AGN), Mónica Almada, por La Libertad Avanza; Juan Forlón, por el kirchnerismo; y Pamela Calletti, aliada del gobernador salteño, Gustavo Sáenz. Otra «avivada» que salió mal , ya que despertó la ira de Cristian Ritondo. El titular del bloque del PRO sacaba chispas cuando se enteró y denunció la falta de códigos del Gobierno, dijo que la designación es anticonstitucional y adelantó que judicializará la medida.
Este sábado, como en una letanía que ya no sorprende, Milei pidió desde la cumbre del Mercosur en Foz de Iguazú una reforma institucional integral de la organización regional. Fiel a sus principios neoliberales extremos, reclamó una baja de aranceles y, ya que estaba, se sumó a la Casa Blanca al considerar al gobierno de Venezuela de «narcoterrorista», mientras aplaudió las presiones contra Nicolás Maduro.
Se entiende el pago geopolítico por el apoyo de la administración Trump en la previa a las elecciones pasadas. Lo que los mandatarios presentes no terminan de comprender es el fervor por la «libertad aduanera» cuando su mentor ideológico marcha en camino contrario y, además, se acababa de anunciar que no se firmaría el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea porque los agricultores, sobre todo franceses, rechazan abrir las puertas a la competencia sudamericana.
