Política | ACUERDOS Y SECRETOS

A la medida de Estados Unidos

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Alberto López Girondo

La opacidad caracteriza al vínculo del Gobierno de Milei con sus pares del Norte, mientras Trump y Bessent informan sobre las operaciones financieras, comerciales y políticas entre ambos países.

«Protector». El secretario del Tesoro junto al presidente en un evento empresario en Nueva York.

Foto: NA

En condiciones normales, la frase del canciller Pablo Quirno, «estamos yendo con la valijita a vender la Argentina» hubiese sonado como un programa virtuoso para abrir puertas en el mundo al comercio de los productos nacionales. Pero algunas condiciones objetivas impiden esa lectura optimista de lo que está ocurriendo con el país a tres semanas de la elección de medio término que le dio un nuevo impulso a la gestión de Javier Milei. Una de ellas es, claramente, que el Gobierno logró salir airoso de las urnas y del escenario de catástrofe posterior a las elecciones provinciales bonaerenses por el apoyo inclaudicable de la administración de Donald Trump. La otra es que para lograr ese salvavidas la gestión local quedó en manos de la Casa Blanca, que se lo refriega en el rostro a cada paso. A esto se podría agregar que los terminales locales del banco JP Morgan (JPM) que fungen de ministros argentinos se manejan con un grado tal de sigilo que semejan intrusos que ingresaron a una vivienda para vaciarla antes de que los residentes despierten. Por ejemplo: el titular de Economía, tras asegurar que era inminente un acuerdo comercial con Estados Unidos, se negó a dar detalles porque, dijo, había un pacto de confidencialidad, como si se tratara de negociaciones entre privados y él no fuera funcionario. Y que los detalles los anunciaría la Casa Blanca, cosa que hizo en la tarde de este jueves, junto con acuerdos similares para Guatemala, Ecuador y El Salvador. 

A los fines de este análisis, entonces, no está mal recordar que Quirno es descendiente de una familia de alcurnia que se remonta nada menos que hasta 1810, cuando Norberto de Quirno y Echandía firmó en el Cabildo Abierto del 22 de mayo por la continuidad del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. Cinco años después, otro antecesor, este por vía materna, el entonces director supremo Carlos María de Alvear (nacido Carlos Antonio del Santo Ángel Guardián de Alvear y Balbastro) le hizo llegar una carta a lord Stangford, embajador británico en Río de Janeiro, pidiendo el protectorado británico. Es de la familia también un ministro de Relaciones Exteriores de Bartolomé Mitre, Marcelino Ugarte, y él mismo fue director de Fusiones y Adquisiciones para América Latina del JPM. Dentro del área económica del Gobierno, fueron gente de esa banca Luis Caputo y su segundo, José Luis Daza; Alejandro Lew, secretario de Finanzas; Santiago Bausili, presidente del Banco Central y Vladimir Werning, vicepresidente; Demián Reidel, exjefe de asesores de Milei y ahora presidente de Nucleoeléctrica Argentina. Como sea, la venta de Argentina parece haber resultado, ya que el propio Quirno la celebró primero junto con Jamieson Greer, representante Comercial de EE.UU., y luego con Marco Rubio, el secretario de Estado.

Días febriles
Ahora, finalmente, se sabe qué estuvieron negociando en secreto aparte del megasalvataje elector Luis Caputo, Quirno, Bausili y Daza a principios de octubre con Scott Bessent, el secretario del Tesoro de EE.UU., en esos días febriles en que todo parecía que estaba yendo por la canaleta. Se trata de un acuerdo del que se habló desde el 26 de octubre pero del que nadie mostraba las cartas a la espera de que lo hicieran en el norte. En esta entrevista con el comunicador oficialista Luis Majul, Caputo se trabó al explicar que no podía contar de qué venía la cosa. Sonó a «no puedo disim… decir nada Luis, porque estoy bajo el tratado de confidencialidad». Ver minuto 33:40 en adelante del programa en LN+ del lunes 10.

Este tipo de secretismo que deja los anuncios en manos del Gobierno de Donald Trump es la característica de una gestión que supera con creces las «relaciones carnales» de los 90. Ahora hay carne pero también espíritu de seguidismo, al punto que el presidente ya anunció que no viaja a la cumbre del G20 en Sudáfrica porque no va Trump. Es difícil saber, por ejemplo, qué ocurrió con las cerca de 50 toneladas de oro que subrepticiamente salieron del Banco Central hacia Londres en julio de 2024. Otro dato: si no fuera porque Bessent avisó que se había activado parte del swap que «generosamente» se habilitó en octubre, en el Gobierno nacional todos se hacían los distraídos. Algunos economistas y sabuesos de las finanzas tenían certezas de que algo raro había ocurrido con el dinero fantasma aportado para la campaña. Hasta el locuaz Bessent lo confirmó el martes, con ese toque de «canchero» que tanto seduce a los financistas enquistados en el Ministerio de Economía vernáculo. 

El funcionario estadounidense dijo en una entrevista en Msnbc News que se había utilizado una parte de esos fondos –quizás entre 2.100 millones y 3.000 millones de dólares, vaya uno a saber– y para tranquilizar a sus ciudadanos dijo que EE.UU. había sacado ganancias de esa maniobra. El economista Christian Buteler lo celebró, irónicamente, como «el mejor rulo de la historia y una Masterclass del Tío Sccoty». 

Aliados
Pero Bessent habló más ese día. Dijo, sin despeinarse, que la operación tenía como propósito «la estabilización del Gobierno, uno de nuestros grandes aliados en América Latina, durante una elección», y avanzó con otras cuestiones de tipo geopolítico, el argumento esencial de su «ayuda» a Milei. «Yo prefiero usar la paz mediante la fortaleza económica antes que tener que disparar a narcolanchas si el Gobierno colapsa (…) Tenemos una oportunidad generacional en América Latina para crear aliados».

¿Quiénes serían los aliados con que puede contar el trío Trump-Rubio-Bessent? Lo desnuda sin pudores este último: «Acabamos de ver una elección en Bolivia. Probablemente veamos una elección en Colombia. Las vimos en Ecuador. Las veremos en Chile». 

Esto se complementa con declaraciones al canal Newsmax en las que dijo que «EE.UU. está recuperando América Latina a través de liderazgo económico, sin balas». Recuerda que Bolivia y descuenta que también Chile «están abrazando a los EE.UU.». Luego cuestiona que en 8 años Barack Obama no pudo hacer nada similar, aunque digamos que lo intentó. Lo que prefiere olvidar es que el No al Alca fue hace justo 25 años y en la cara de George W. Bush. Que no era demócrata precisamente.

Al mismo tiempo que se conocía el documento de EE.UU. con Argentina se supo que había pactos calcados con los Gobiernos de Guatemala, Ecuador y El Salvador –un Sí al Alca demorado– y otro funcionario, el secretario de Guerra, Pete Hegseth, anunciaba el Operativo Lanza del Sur, como se conocerá de ahora en más a la ofensiva, sin ahorro de balas, contra lanchas en el Caribe y que tienen como objetivo el Gobierno de Nicolás Maduro, ya que está el de Gustavo Petro, pero fundamentalmente el de Lula da Silva. Una remake del Big Stick (Gran Garrote) que puso en marcha en 1900 el presidente Theodore Roosevelt, primo lejano de Franklin Delano Roosevelt. Precisamente en aguas caribeñas y a dos años de una operación de «bandera falsa» que justificó la guerra de Estados Unidos contra España y la ocupación de Cuba y Puerto Rico.

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