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A medio camino

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D. V.

El resultado del 14 de noviembre confirmó el avance de la oposición en el Senado, pero significó también una recuperación del Frente de Todos desde las PASO.

Urnas. Sufragio en Santa Fe. La participación del 71% del padrón, si bien superó a la registrada en las primarias, fue la más baja desde 1983.

TÉLAM

No fue la catástrofe que predecían los medios agoreros y la dirigencia opositora, tampoco el triunfo que festejó con excesivo optimismo el presidente Alberto Fernández. Sin dudas el resultado otorga una indispensable bocanada de oxígeno que el Gobierno deberá administrar cuidadosamente. Es que los resultados de los últimos comicios que suelen ser adversos para el peronismo y en general para todos los oficialismos, no han logrado –por un lado– satisfacer las desmesuradas expectativas de la coalición opositora alentadas por su muy buen desempeño en las PASO y –por el otro– tampoco conforman plenamente a un Frente de Todos (FDT) que debió extremar la utilización de su arma más poderosa, la movilización de sus huestes, para evitar una caída que pudo ser muy dura.
A tal punto Juntos por el Cambio –en sus diversas denominaciones– sobreestimó sus propias fuerzas y la debilidad del adversario que pocos días antes de la convocatoria electoral, la candidata capitalina María Eugenia Vidal anunciaba que su conglomerado planeaba hacerse cargo de la presidencia de la Cámara de Diputados, que es igual a decir que pensaba formar parte de la sucesión presidencial, algo que nada tiene que ver con la tradición política del país y mucho menos con el sentido común. Decenas de panelistas televisivos, repitieron como un sonsonete que la gestión del primer mandatario estaba agonizando y los grandes diarios pronosticaban por enésima vez la muerte del peronismo. Por su parte, el expresidente Mauricio Macri, cuya intervención en la campaña no parece haber favorecido a sus conmilitones, se despachó con uno de sus habituales exabruptos: la constitución, a su juicio indispensable, de un «gobierno de transición».
Un somero análisis de las consecuencias del veredicto popular, indica que el FDT concretó una valorable remontada que le permitió recuperar distritos clave del Conurbano bonaerense como San Martín, Quilmes, San Fernando, un par de provincias (Chaco, Tierra del Fuego) y, en el caso de Buenos Aires, asegurarse el control del Senado bonaerense que se había convertido en una traba permanente para los proyectos de Axel Kicillof. Pero la pérdida del quorum propio en el Senado es una dificultad importante para lograr las leyes necesarias. Por otra parte, la victoria opositora en las provincias más importantes (Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Entre Ríos, Buenos Aires) aparece como una complicación inocultable.
En el caso de Juntos, si bien reafirmó su primer puesto con relativa amplitud, no pudo restarles a sus competidores los diputados que pretendía, estuvo lejos de los seis senadores que soñaba obtener y se desvanecieron gran parte de sus ilusiones destituyentes. Además, durante las celebraciones pudieron observarse gestualidades poco amigables entre un Macri desplazado a la segunda fila y un exultante Horacio Rodríguez Larreta que proclamaba el fin de la grieta, un objetivo que seguramente no compartirán el expresidente Macri ni Patricia Bullrich, entre otros. En tanto, la tribuna gritaba la poco unitaria consigna: «El que no salta es un radical». Aunque las encuestas fallidas hayan demostrado la endeblez de los pronósticos, algunos audaces se animan a augurar que, en 2023, los que hoy conforman Juntos acudirán separados a las urnas en por lo menos dos agrupamientos. El de los halcones del PRO, con Macri y Bullrich a la cabeza al que se sumarían Javier Milei y José Luis Espert y el de los «moderados» en el que competirían por la candidatura presidencial Rodríguez Larreta, Facundo Manes y Gerardo Morales. Basados en el último discurso de Manes, hay quienes llegan a sostener que el radicalismo podría correrse hacia el centro del espectro político y desmarcarse por las suyas con la tradicional lista 3.

En busca de un acuerdo
No obstante lo más trascendente recién empieza y está plagado de interrogantes. Muchos se preguntan cómo podría lograrse el anunciado Gran Acuerdo Nacional (una denominación problemática que evoca sin proponérselo un frustrado proyecto lanussista de la década del 70) si el sector más duro de la oposición ya ha rechazado terminantemente cualquier forma de diálogo y las palomas extreman la prudencia para no ser estigmatizadas por sus adversarios internos. En el plano legislativo es pública la decisión de practicar un obstruccionismo sin fisuras.

Nuevo tiempo. En el Senado el oficialismo
ya no contará con quorum propio.

NA

Lo cierto es que el Gobierno tiene una oportunidad que no puede desperdiciar. Si logra controlar efectivamente la cadena de precios, garantizar que los salarios y las jubilaciones superen permanentemente la inflación, contener la especulación financiera y cambiaria, promover una reforma fiscal equitativa, entre otras tareas prioritarias, no hay duda de que habrá conseguido recuperar las fuerzas perdidas y aun acrecentarlas.
Claro que hay un condicionamiento que no puede obviarse y es la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Las conversaciones se han endurecido a partir de que el Gobierno estadounidense de Joe Biden, de quien se esperaba una actitud positiva, presiona constantemente para que se concrete con urgencia el acuerdo, con la intervención del nuevo embajador en la Argentina, Marc Stanley, que no se priva de inmiscuirse en los asuntos internos. Todo el andamiaje de la economía local depende de lo que se convenga en uno u otro sentido. Si bien existe una coincidencia teórica en que la sociedad no resiste un nuevo ajuste, en la práctica podrían acordarse concesiones que tendrían un alto costo e impedirían el objetivo de crecimiento con inclusión. El presidente Fernández aseguró que no se pagará a costa de las necesidades de los argentinos, pero los intereses externos y sus socios autóctonos están afilando sus garras para arrojarse contra la gobernabilidad como siempre lo hicieron: especulando con el dólar en busca de una devaluación, desabasteciendo, desobedeciendo las regulaciones de precios vigentes, incentivando los conflictos sociales que amplifica la prensa adicta.
La salida no será fácil porque la oposición de derecha parece estar dispuesta a sabotear todo intento soberano y a «arreglar en cinco minutos» con el FMI, mientras en el FDT, cuya unidad parece garantizada, existe una intensa discusión sobre esta cuestión que subordina a todas las demás.

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