15 de octubre de 2025
El mandatario estadounidense condicionó su auxilio económico al resultado electoral del 26 de octubre. Las declaraciones desataron una nueva corrida. Sin anuncios concretos, un acto extorsivo e injerencista.

Solo gestos. Trump, Milei y sus respectivos equipos se reunieron en Washington.
Foto: Getty Images
Si no fuera que el destino de los 45 millones de argentinos está entre las bambalinas, el encuentro de este martes de Javier Milei con el presidente Donald Trump daría para un triste paso de comedia. Con un personaje lisonjeado hasta la exuberancia por un servidor sumiso que no alcanza a conmoverlo y al que humilla con displicencia. O vendedores de ilusiones que prometían volver con la gloria y el oro y ni siquiera recibieron palmaditas de consuelo. A tal punto llegó el dislate en la Casa Blanca que bastó que el cansado anfitrión dijera que habría plata para las desesperadas arcas del Gobierno nacional solo si ganaba las elecciones para que se desplomaran las acciones, subieran el dólar y el riesgo país y se reavivara la amenaza de peores calamidades sobre el experimento paleolibertario. Tanto fue el descalabro en los mercados que hubo todo tipo de interpretaciones retorcidas y pedidos de aclaraciones particularmente angustiosos para sofocar el vendaval que se desató en lo que se pregonaba como una marcha triunfal hacia el 26 de octubre gracias a la inestimable ayuda del hermano mayor.
Pero vayamos al contexto. La gestión económica de Milei tuvo que pedir un tercer rescate en seis meses, esta vez, de la ultimísima instancia que le quedaba: Estados Unidos. Sin embargo, a buen puerto fue por agua, justo cuando la administración Trump atraviesa el cierre del Gobierno por esa cuestión del Presupuesto que la oposición remolonea en aprobar. El destiempo fue otra característica de lo que prometía ser el Día D ‒así lo promovía el ministro Luis Caputo‒ para el colega ultraderechista de Trump. Porque el mandatario estadounidense venía de haber juntado las cabezas de los líderes regionales en el balneario egipcio de Sharm el Sheij para la firma de un acuerdo de cese el fuego entre Hamas e Israel. Y el hombre ya tiene sus años. En concreto: NSAP (Nada Salió de Acuerdo al Plan).
Quizás el cansancio le jugó una mala pasada o quizás Trump nunca terminó de entender qué es Argentina ni dónde queda. El caso es que en esa mesa, en la que de un lado estaba la plana mayor del Gobierno trumpista y del otro los funcionarios argentinos, al menos dos veces el anfitrión se mostró convencido de que las elecciones que se avecinan en el extremo sur del continente son presidenciales. Así, alabó la gestión de su aliado ultraderechista, del que afirmó: «El trabajo que hizo en estos cuatro años es increíble». Lo que despertó ironías sobre un supuesto elogio al tramo final de Alberto Fernández.
Lo insólito fue que el desplome de los mercados se produjo en tiempo real, mientras Trump insistía en una amenaza ni siquiera solapada contra los ciudadanos argentinos, a los que les avisó que si votaban mal, como quien dice se irían a la cama sin postre. Para que no quedaran dudas usó un ejemplo local, el del candidato a alcalde de Nueva York, Zohran Mandami, al que dijo que tampoco ayudaría si resultara electo. «Si Milei pierde, no seremos generosos con Argentina. No vamos a perder el tiempo», concretó, lapidario, en ese tono que Trump suele usar para quienes ningunea.
Ese mal trago despertó feroces internas dentro del propio Gobierno y lastimosos intentos de la ministra Patricia Bullrich y de Caputo para explicar que lo que se dijo no era lo que todo el mundo entendió, y que el mandatario no hablaba del 26 de octubre sino de 2027. Hasta hubo un reclamo al propio Trump para que explicara la cosa. Las bolsas ya habían hablado el martes, había que prepararse para el miércoles. En su red Truth Social, esta fue la aclaración del presidente estadounidense: «¡Excelente reunión la de hoy con Javier Milei! Está haciendo lo correcto para su país. Espero que el pueblo argentino comprenda el excelente trabajo que está haciendo y lo apoye durante las próximas elecciones intermedias, para que podamos seguir ayudándolo a alcanzar el increíble potencial de Argentina. Javier Milei tiene mi total apoyo. No los defraudará. ¡Hagamos que Argentina vuelva a ser grande!». Pero de plata o acuerdos comerciales, nada.

Quizás a Luis Caputo, que estuvo una semana en Estados Unidos presuntamente negociando un gran acuerdo salvador, la dura realidad lo hizo quedar en falsa escuadra. Y el presidente terminó envuelto en un desaguisado por el que uno de los trols pagos con dinero público, que firma como Gordo Dan, culpó al canciller Gerardo Werthein. Pero el ministro de Economía no fue el único que vendió la piel antes de cazar al oso. El desregulador Federico Sturzenegger había pronosticado horas antes del encuentro «un acuerdo comercial bastante inédito dentro de los Estados Unidos que va a permitir a ciertos sectores de nuestra economía tener un acceso privilegiado al mercado norteamericano». ¿Fue un error de diagnóstico el que llevó al papelón en el almuerzo presidencial? Porque el secretario del Tesoro, Scott Bessent, ya había dicho que el swap de 20.000 millones de dólares vendría después del 26 de octubre, lo que a buen entendedor implicaba que en Washington orejean las cartas hasta ver cómo caen las fichas. Eso no cambió. Lo otro que sigue inmutable es que sea cual sea el resultado, «los dueños de la pelota» quieren un amplio acuerdo de sustentabilidad política para la reforma impositiva, laboral y previsional que pretenden imponer a como dé lugar. Así aparece en el juego un oscuro lobista estadounidense, Barry Bennett, que trabaja con un no menos oscuro personaje ligado a lo servicios argentinos, Leonardo Scatturice. De este modo los presenta el periodista Marcelo Falak en el portal Letra P.
El lunes Carlos Pagni había contado en el canal La Nación+ que Bennet se había reunido con tres diputados que, se supone, pueden mover los hilos en el Congreso para esa sustentabilidad que el Gobierno de Milei no buscó hasta ahora y no logrará por sí solo: Cristian Ritondo, Rodrigo de Loredo y Miguel Ángel Pichetto. Dignos representantes, cada uno de ellos, de eso que el presidente calificaba de «casta» y que eventualmente podrían salvarle los papeles. Que cada vez están más devaluados por los dislates cotidianos del Gobierno.