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Alineados con Trump

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Palacio de la Moneda. En Chile se reunieron mandatarios de ocho países para intentar imponer un nuevo orden para el subcontinente. (NA)

El presidente Mauricio Macri se impuso desde el comienzo mismo de su gestión lograr que la Argentina se convirtiera en el aliado preferencial de los Estados Unidos en la región y realizó ingentes esfuerzos para arribar a su objetivo durante lo que restaba de la gestión de Barack Obama. Pero quien era en ese momento su canciller, Susana Malcorra, tuvo la mala idea de apostar todas las fichas a la victoria de la candidata demócrata Hillary Clinton en las elecciones estadounidenses que tuvieron lugar once meses después. El triunfo de Donald Trump trastocó los planes, aunque no motivó la necesaria adecuación del rumbo que imponían las circunstancias.
Malcorra optó por abandonar el barco jaqueada, además, por impugnaciones a su pasado como funcionaria internacional, y quien la reemplazó, Jorge Faurie, no atinó a promover iniciativa alguna que se apartara del seguidismo incondicional a la política exterior estadounidense. Por sus características personales y políticas, Macri tampoco pudo perfilarse –aunque lo intentó reiteradamente– como el principal interlocutor continental del mandatario republicano y debió resignarse a desempeñar un rol secundario, como acaba de demostrarlo su participación en la cumbre del denominado Foro para el Progreso y el Desarrollo en América del Sur (PROSUR), un ámbito que, tal como lo afirmó jubilosamente el brasileño Bolsonaro al arribar a Santiago de Chile, sede de la reunión, tiene entre sus  objetivos fundamentales la destrucción del Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR).
El referido pacto se formalizó en Brasilia, en mayo de 2008, pero el impulso inicial se produjo en diciembre de 2004 con la creación de la Comunidad Suramericana de Naciones, integrada por los países miembros del Mercosur, con los de la Comunidad Andina, y se afianzó en 2005 durante la reunión celebrada en Mar del Plata, donde Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa y Néstor Kirchner impulsaron el histórico No al Alca.
UNASUR surgió de consensos largamente elaborados y se proponía  concretar la complementación de sus integrantes en materia energética, educativa, sanitaria, medioambiental y de seguridad, entre otras, con el fin de afianzar su independencia política y económica, promover la defensa irrestricta de la democracia y el diálogo para resolver las controversias, actitud que se verificó –por ejemplo– ante la ofensiva separatista en Bolivia que amenazó la gobernabilidad o las tensiones militares en la frontera entre Colombia y Venezuela.
El nuevo foro, por el contrario, se propone articular un espacio funcional a los intereses de la gran potencia del Norte, lo que implica retomar la condición de «patio trasero» que caracterizara la situación del continente durante tantos años. Adicionalmente, tras el fracaso del grupo de Lima en su empeño por destituir al gobierno de Nicolás Maduro, la organización pretende estrechar el cerco sobre Venezuela, derrocar a sus legítimas autoridades y facilitar el acceso al poder de quienes no fueron elegidos para ejercerlo. Aquellos que procuran volver a la carga con los proyectos intervencionistas son los mandatarios de países tan democráticos como Colombia, donde han sido asesinados solo en lo que va del año alrededor de 150 dirigentes sociales; Paraguay, donde se reprime con rigor a los movimientos campesinos; Brasil, gobernado por el  homófobo, racista y protofascista Jair Bolsonaro; Ecuador, que –al igual que la Argentina– acaba de acordar su política económica con el FMI; y Chile, el mejor alumno del neoliberalismo. Cabe señalar que el acta constitutiva de PROSUR no fue firmada por los representantes de Bolivia –que reivindica abiertamente el espíritu de UNASUR–, Uruguay y Surinam, cuyos presidentes no concurrieron a la cita.

Venezuela en la mira
Este proceso destructivo pudo avanzar y consolidarse merced a manipulaciones promovidas por las derechas latinoamericanas, bajo la conducción de la administración Trump para arrasar con cualquier intento emancipatorio, e incluyó desde maniobras destituyentes impulsadas por una alianza judicial-mediática, como en Brasil, hasta la repentina conversión de presidentes electos con programas populares en entusiastas defensores del neoliberalismo, como es el caso de Ecuador.
El documento fundacional de PROSUR, que se extiende en generalidades, plantea una estructura flexible, no fija una sede permanente ni contempla un secretariado y, a sugerencia de Macri, será el primer mandatario chileno, Sebastián Piñera, quien se hará cargo de la presidencia por un período de doce meses. De esta manera, reciben un valioso aval las pretensiones de Piñera de convertirse en un líder regional. El analista chileno Germán Silva Cuadra lo expone con claridad: «En esta extraña mezcla entre simbiosis y competencia que sostiene con Michelle Bachelet desde 2006 –en que se han alternado el poder–, el hecho de que la expresidenta haya ocupado dos importantes cargos a nivel internacional en la ONU parece haber despertado una inquietud en Piñera. Tanto es así, que en este segundo período ha hecho un giro buscando un mayor protagonismo internacional. La crisis de Venezuela pasó a ser un eje central de su Gobierno y un pilar de la estrategia comunicacional del palacio de La Moneda. (…) Pero de seguro el mandatario chileno tuvo siempre en mira a PROSUR, de ahí su interés de proyectar un liderazgo en la región a propósito del país petrolero». En efecto, no solo fue el primero en reconocer al autoproclamado presidente a cargo Juan Guaidó, sino que también ha compartido con Macri una tarea de hostigamiento hacia Venezuela, destinada a justificar una eventual invasión a su territorio.  
A contramano de los intentos por «desideologizar» al flamante organismo, en el que se empeñaron vanamente sus impulsores, el presidente colombiano Iván Duque no se privó de opinar: «El fin de UNASUR es un primer paso para que haya una nueva visión de la integración regional, basada en principios como la democracia; una economía de mercado, pero con sentido social», enfatizó.
En lo que respecta a la cuestión de la descolonización de las Islas Malvinas, fuertemente apoyada por UNASUR desde sus inicios y que debería ser prioritaria para la política exterior argentina, la esperable indiferencia de los renovados socios continentales no afectará demasiado, dado el retroceso diplomático, político y económico que también en ese sentido ha generado el gobierno de Cambiemos. La mayoría de los pedidos británicos han sido concedidos en detrimento de los intereses nacionales y la discusión por la soberanía nacional sobre el archipiélago está fuera de la agenda bilateral. En verdad, Macri se ha mostrado coherente en este aspecto. Hace más de 20 años, en un reportaje publicado por el matutino Página/12, afirmó sin vacilar: «La verdad es que los temas de las soberanías con un país tan grande como el nuestro nunca los entiendo mucho. Nosotros no tenemos un problema de espacio como los israelíes. Acá lo nuestro es casi una cuestión de amor propio».

 

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