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Asuntos de familia

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La reaparición pública del expresidente agitó la interna de la principal alianza opositora, que se debate entre las disputas por el liderazgo, el avance de las causas por espionaje y el impacto de las revelaciones de un libro de reciente publicación.

Viejos tiempos. Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal ahora intentan tomar distancia del titular de la Fundación FIFA. (NA)

Un viejo apotegma que reza «la ropa sucia se lava en casa» suele ser prolijamente observado por las familias que ostentan riqueza, pero sucesos inesperados pueden dar por tierra con esta norma. En el caso de los Macri, las revelaciones de Mariano al periodista Santiago O’Donnell –contenidas en un libro que bate récords de venta–, aunque no aportaron pruebas concretas sobre los oscuros tejes y manejes del clan, ofrecen información acerca de supuestas características mafiosas de sus negocios y, sobre todo, permiten profundizar en la tortuosa personalidad de Mauricio. Una frase del menor de los varones puede tener un efecto devastador para sus pretensiones políticas: «Mi hermano es el mayor hijo de puta que jamás haya conocido en mi existencia», dijo.
El expresidente intentó por todos los medios detener la difusión de la obra, fruto de 17 horas de grabación, pero como él mismo hubiera dicho, «no logró lograrlo». Un disgusto que se sumó a las malas noticias que le proporcionó la Justicia respecto de las causas de espionaje que siguen avanzando a pesar de las maniobras para que viajen raudamente a los tribunales de Comodoro Py. Como para subrayar lo disparatado del asunto, un grupo de cambiemitas que fueron insólitamente fisgoneados por la Agencia Federal de Inteligencia, entre ellos Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Diego Santilli, se sumaron al pedido de que el expediente fuera a parar al edificio de Retiro.
Opacar las repercusiones de las causas que lo comprometen, neutralizar su baja imagen positiva –las encuestas le dan poco más del 25%– y pelear por un liderazgo que se le escapa serían las razones que originaron el tour que el expresidente protagonizó en los canales de televisión en los que fue interrogado por periodistas amigos con la expresa condición de que los programas fueran previamente grabados y editados. En esos contenedores escenarios fue desgranando su habitual discurso. Reiteró que el de Alberto Fernández será «el último gobierno populista de la historia argentina», sostuvo que el suyo quedó condicionado por «crear una expectativa imposible de cubrir» y aseguró que su «gobierno económico» había terminado en agosto de 2019. Pero en la consabida embestida polarizadora contra el peronismo cometió un exceso que le fue recriminado por muchos de sus socios: «Juan Perón –dijo– se enorgullecía de haber hecho un partido de los trabajadores y ahora es un partido de los que no trabajan».
No ahorró tampoco desestimaciones para Rogelio Frigerio, Nicolás Massot y Emilio Monzó, los primigenios armadores de su espacio político que desde hace tiempo resolvieron tomar prudente distancia de sus dislates, y ninguneó a Rodríguez Larreta sumándolo a un pelotón de presidenciables que incluía a personajes casi desconocidos por la opinión pública. Con su habitual ubicuidad, la hasta hace poco beligerante Elisa Carrió se despegó de la estrategia de Macri, con quien habría sostenido un violento diálogo telefónico, y pidió alejarse de los extremos, en obvia referencia al sector liderado por su tradicional rival Patricia Bullrich, en tanto el jefe de Gobierno de la Ciudad y la exgobernadora de la provincia de Buenos Aires se ausentaron de los Zoom en los que presuntamente se resuelven los asuntos más importantes de Juntos por el Cambio, denominación que ya se ha propuesto reemplazar por otra menos baqueteada.
Vidal, que ha retomado vigorosamente la actividad política a través de encuentros con los intendentes de la provincia de Buenos Aires, es por el momento una pieza esencial en la estructura que está montando Rodríguez Larreta con miras a las presidenciales de 2023. Partidaria de una autocrítica en pos de capturar al segmento más moderado del electorado peronista, se opone a polarizar con el kirchnerismo y propone ampliar la alianza actual. Su rol futuro está en discusión. No ha decidido aún si será candidata en 2021 y tampoco si insistirá en participar en el distrito que gobernó o emigrará a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un ámbito más amigable para su estilo.

Detrás de la tranquera
En otra familia conflictiva, la de los Etchevehere, se ha producido una novedad contundente en la disputa por la herencia del pater familias, un intríngulis judicial que se desarrolla desde hace once años. La única mujer, Dolores, viene denunciando que sus tres hermanos y su madre, a través de espurias maniobras, que incluyen falsificación de firmas, pretenden despojarla de su parte. Pero lo notable es que resolvió donar el 40% de esa porción de las tierras que le pertenecen de la estancia La Nueva, en La Paz, Entre Ríos, a un emprendimiento agroecológico bautizado Proyecto Artigas, orientado por Juan Grabois, en claro homenaje a José Gervasio de Artigas, quien creó en 1815 el Reglamento Provisorio de Tierras, el primer intento de Reforma Agraria de América Latina que puso en duda la tenencia individual de la tierra, para generar el cultivo comunitario entre los más pobres de la provincia oriental.
La osadía de Dolores de abrir las tranqueras a los «negros pobres» provocó la ira de sus hermanos. Quien pretendió ingresar a la fuerza en ese predio indiviso y desobedeció la orden judicial de retirarse del lugar fue el exministro de Agricultura de Macri, Luis Miguel Etchevehere, en cuya gestión se produjo una crisis ganadera que generó el cierre de centenares de tambos y la reducción interanual del 7,2% en el rodeo lechero. Además, tiene varias causas en la Justicia nacional y en la provincial por evasión tributaria y administración fraudulenta, entre otras.
Los Macri, los Etchevehere, sus socios y amigos, se consideran dueños de un país que detestan. El exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, define con precisión ese comportamiento: «A medida que lo popular se apropia del hecho democrático, las fuerzas conservadoras van perdiendo el control y van distanciándose, porque ya no sirve a sus intereses. Les servía en la medida en que había un consenso general, aún en las clases populares: libre mercado, globalización, privatizaciones, emprendedurismo. Entonces no había disputas de proyectos, lo que se dirimía era qué élite iba a dirigir el proyecto general. Pero cuando surge otro proyecto y comienza a ganar votos, dicen: “es demasiada democracia”».

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