Política | INTERNAS EN LA ALIANZA OPOSITORA

Batalla radical

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Daniel Vilá

Luego de las elecciones legislativas se abrió una fuerte disputa entre los principales dirigentes del tradicional partido para posicionarse con vistas a 2023.

Enfrentados. Martín Lousteau y Gerardo Morales, dos de los contendientes por el liderazgo de la UCR y el rol dentro de Cambiemos.

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Durante las últimas semanas el escenario político argentino estuvo dominado por una de las ya clásicas crisis del radicalismo que determinó la división del bloque de Diputados y enfrentó con una violencia inusitada a los principales dirigentes de la organización: el diputado Mario Negri –que perdió la interna en su provincia con Rodrigo de Loredo–, el senador nacional Martín Lousteau, Alfredo Cornejo, exgobernador de Mendoza y senador nacional, y Gerardo Morales, quien gobierna desde 2015 la provincia de Jujuy y no oculta sus aspiraciones presidenciales. Aunque se mantiene al margen de la disputa más encarnizada, mira de cerca la evolución de la pelea el flamante diputado Facundo Manes, para muchos, un posible presidenciable de la UCR para 2023. Pero esta vez, las confrontaciones no estaban basadas en diferentes criterios respecto de las alianzas electorales o en la colisión entre distintas concepciones ideológicas, sino en posicionamientos personales orientados al control de una fuerza decididamente dispuesta a sostener los postulados económicos de la derecha y reivindicar, en general, lo actuado durante el gobierno de Mauricio Macri.
Quien pretenda explicar estos hechos a partir de las trayectorias de los personajes involucrados fracasará rotundamente. Ambos sectores exhiben una confusa mixtura que impide cualquier intento de análisis. Solo es posible aproximar una conclusión: todos intentan hacerse del timón de la UCR, sea para disputarle al PRO la conducción de Cambiemos apoyándose en los resultados de las últimas elecciones, que indican un mejoramiento relativo del radicalismo dentro de la alianza conservadora, sea para intentar el quimérico relanzamiento del partido como opción electoral por fuera de Juntos por el Cambio y presentar un candidato propio en 2023.
Si bien hay quienes aún se muestran sorprendidos por esta explícita adscripción a la derecha de un partido que nació como expresión de las embrionarias clases medias y otros sectores excluidos por la oligarquía de la participación política, un somero análisis de su historia permitirá comprobar que en distintas etapas de la vida nacional abundaron las piruetas políticas, las deslealtades y las defecciones.
Poco antes de que culminara la década del 90 del siglo XIX, el presidente Miguel Juárez Celman arrastró al país a una de sus crisis más profundas y el 13 de abril de 1890 nació un nuevo partido, la Unión Cívica. En ese espacio convivían Bartolomé Mitre, Leandro N. Alem, Marcelo Torcuato de Alvear, el ultracatólico José Manuel Estada, entre otros dirigentes dispuestos a enfrentar el Unicato de Juárez Celman. El 26 de julio se produjo la Revolución del Parque, un sangriento levantamiento que causó la caída del cuestionado mandatario.
La Unión Cívica llegó a designar una fórmula presidencial propia encabezada por Mitre, pero este último prefirió acordar con el general Julio Argentino Roca, líder del oficialista Partido Autonomista Nacional, un pacto de «unidad nacional». Alem, indignado, fundó la Unión Cívica Radical, que inmediatamente fue falsamente acusada de urdir un complot para tomar el poder. Los principales líderes, entre ellos Alem, fueron detenidos. Por entonces, imperaban el fraude y el voto cantado. Tras ser liberados, los radicales se reorganizaron y prepararon un nuevo levantamiento armado. La intentona estuvo cerca de la victoria, pero discrepancias internas permitieron que el Ejército, dirigido por Roca, retomara el control de la situación. Alem, enfrentado con su sobrino Hipólito Yrigoyen, se suicidó en 1896. En su testamento, una frase definitoria fue reiteradamente violada por sus variopintos correligionarios: «Que se rompa pero que no se doble».

Del voto a los aristócratas
La abstención radical y los conatos de rebelión armada se prolongaron durante una década hasta que los sectores más lúcidos del autonomismo conservador liderados por el presidente Roque Sáenz Peña, confiados en que disponían de un aparato político capaz de imponerse en elecciones libres, aceptaron sancionar una ley de voto universal, secreto y obligatorio, restringido a los electores masculinos. El 2 de abril de 1916, la fórmula encabezada por Yrigoyen se impuso por 370.000 votos contra 340.000 de los demás partidos. «El Peludo», como se lo llamaba popularmente, tomó medidas nacionalistas e impuso importantes reformas laborales, pero también convalidó las masacres de la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde. Lo sucedió Alvear, un aristócrata conservador que sostuvo algunas de las conquistas impuestas por su correligionario, pero incrementó notablemente la deuda externa y consolidó el poder de la oligarquía.
Las tensiones internas entre yrigoyenistas y alvearistas estallaron en 1924 cuando Leopoldo Melo se convirtió en el principal referente de la Unión Cívica Radical Antipersonalista, apoyada por la Confederación de las Derechas, que unificaba a todo el espectro conservador.
Concretado el golpe de Estado de 1930, el antipersonalismo se alineó con los sublevados y se unió a la Concordancia, un frente que integraban también el Partido Demócrata Nacional y el Partido Socialista Independiente. Así, a través del fraude y la persecución a los sectores populares se sostuvo durante más de diez años –la denominada «década infame»– una de las etapas más autoritarias y entreguistas que conoció la Argentina. Alvear partió hacia un autoexilio en París. No obstante, dos días después del golpe liderado por José Félix Uriburu, declaró ante los periodistas en su mansión parisina: «Mi impresión, que transmito al pueblo argentino, es de que el Ejército, que ha jurado defender la Constitución, debe merecer nuestra confianza y que no será una guardia pretoriana ni está dispuesto a tolerar la obra nefasta de ningún dictador».

Divididos otra vez
Después de innumerables contingencias se concretó una precaria unidad que duró muchos años, aunque la actitud ante el peronismo fue controvertida. Mientras la derecha radical extremaba su dureza, un sector intransigente dirigido por Moisés Lebensohn elaboraba el programa de Avellaneda, documento avanzado para su época. Más tarde, el radicalismo en su conjunto apoyó sin hesitar a la autodenominada Revolución Libertadora. En 1957 se produjo otra división: la UCR del Pueblo encabezada por Ricardo Balbín, marcadamente antiperonista, y la UCR Intransigente, liderada por Arturo Frondizi, que aspiraba, a través de un pacto con Juan Perón, a capitalizar los votos del peronismo. Su programa «nacional y popular» fue prolijamente desconocido desde el poder y reemplazado por un desarrollismo dependiente, en una de las clásicas piruetas que caracterizan al radicalismo.
Se fueron sucediendo los gobiernos y los malabares políticos. El Gobierno radical de Arturo Illia fue jaqueado por grandes intereses económicos ante la indiferencia de la mayoría de la dirigencia. Después del triunfo de Juan Perón, se produjo el abrazo de Balbín con el líder y tres años más tarde, su silencio ante la barbarie genocida. «Creo que no hay desaparecidos, creo que están muertos, aunque no he visto el certificado de defunción de ninguno», decía Don Ricardo, mientras aportaba 310 intendentes al «Proceso de Reorganización Nacional». ​Paralelamente, una corriente que parecía decidida a recuperar los principios intransigentes avanzaba con las banderas desplegadas: el Movimiento de Renovación y Cambio que en 1983 derrotó al peronismo.
El retorno de la democracia engendró esperanza, pero Raúl Alfonsín, asediado por las rebeliones militares, los poderes fácticos y los quintacolumnistas que parieron el Plan Austral e impusieron la Obediencia Debida y el Punto Final debió retirarse antes de tiempo en el marco de un golpe de mercado. En un carrusel vertiginoso, se sucedieron el Pacto de Olivos, la Alianza que prolongó la mentirosa convertibilidad y la frutilla del postre: la desesperada propuesta de Ernesto Sanz para salvar la marca: una coalición con el PRO y partidos menores para fundar Cambiemos. Lo demás es demasiado conocido. Algunos intrigantes se plantean una pregunta: ¿La histórica consigna «la causa o el régimen» ha mutado en «la causa es el régimen»?

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