Política

Cambio de aliados

Tiempo de lectura: ...

El gobierno consolida el giro en los vínculos internacionales: acercamiento con Estados Unidos y avances con Gran Bretaña para la explotación petrolera en Malvinas. Críticas de la oposición y el falso anuncio de un diálogo por la soberanía de las islas.

Dupla. Macri ingresa a la ONU junto con la canciller Malcorra, quien debió desmentir al presidente por su relato del encuentro con Theresa May. (Télam)

 

La insólita desmentida de la canciller Susana Malcorra a las declaraciones públicas de Mauricio Macri acerca de la supuesta aceptación por parte de Gran Bretaña del inicio de conversaciones sobre la soberanía argentina en las Islas Malvinas y la posterior ratificación por parte del Foreign Office de la negativa a cualquier tipo de diálogo sobre la cuestión confirman que el presidente suele abordar con ligereza temas que deberían constituir políticas de Estado. Al mismo tiempo, revelan las contradicciones y la precariedad de la política exterior del país, subordinada a los intereses de Estados Unidos y sus aliados europeos y condicionada por la necesidad de mantener, aunque con un perfil distinto, las relaciones con el resto de las naciones de América Latina.
En lo que hace a Malvinas, el comunicado conjunto de la Argentina y el Reino Unido sobre la voluntad mutua de crear una joint venture para la explotación hidrocarburífera en las islas y el restablecimiento de los vuelos desde y hacia el archipiélago, confirmados por Malcorra en una entrevista publicada por el matutino británico The Guardian, provocaron un tembladeral en el propio oficialismo,  ya que tanto el radicalismo como la Coalición Cívica de Elisa Carrió manifestaron en distintos tonos que no es oportuno priorizar lo comercial por sobre el histórico reclamo de soberanía. La oposición –desde el comprensivo y funcional Frente Renovador y el negociador Partido Justicialista, hasta los sectores más duros del kirchnerismo– coincidió, con matices, en advertir que la concreción de estas intenciones significaría contradecir la cláusula transitoria primera de la Constitución Nacional y violar las leyes vigentes referidas a la exploración y explotación petrolífera, así como las normas dictadas por el Mercosur y las resoluciones 31/49 y 2065 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, todo lo cual implicaría el derrumbe de una reivindicación apoyada por la mayoría de las naciones del mundo.

 

Error de diagnóstico
Los expertos en la materia aseguran que los preacuerdos son una moneda de cambio para que Gran Bretaña no vete a Malcorra en el hipotético caso de que la funcionaria –respaldada claramente por Estados Unidos– consiga su propósito de ser electa secretaria general de la ONU. Lo cierto es que, desde el inicio de su gestión, el gobierno de Cambiemos ha omitido toda reivindicación de los derechos de la nación sobre el archipiélago malvinense.
Al respecto, el coordinador del Departamento del Atlántico Sur del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de La Plata, Carlos Alberto Biangiardi Delgado, apunta: «Existe indudablemente un error de diagnóstico que conduce al fracaso. La República Argentina no puede tener relaciones plenas con el Reino Unido porque ocupa con fuerzas militares parte de su territorio, usufructúa los recursos vivos marinos de la zona económica exclusiva reconocida a nuestro país, realiza exploración ilegal de los hidrocarburos existentes en la plataforma continental argentina, niega a los ciudadanos argentinos adquirir tierras o invertir y hasta residir en el archipiélago de las Islas Malvinas».
Es evidente que en todos los aspectos de su política exterior y con la excusa de la «desideologización», el gobierno macrista se ha apartado de la defensa autónoma de los intereses nacionales para alinearse incondicionalmente con Estados Unidos y sus aliados, lo que en el contexto regional conduce a la desactivación del Mercosur, hoy prácticamente paralizado, para reformularlo como una plataforma del libre comercio. El golpe de Estado parlamentario en Brasil, que consolida el proceso de derechización política en Latinoamérica y expone descarnadamente los riesgos y las limitaciones a los que está sometida la democracia en la región, fue respaldado en los hechos por el gobierno argentino que se apresuró a reconocer a Michel Temer. Esta conducta apunta a la ruptura de los acuerdos establecidos en la última década y motivó que los diputados de Cambiemos impidieran el debate del tema y se negaran a votar la condena a la maniobra urdida por el establishment brasileño.

 

Vía Pacífico
El abrupto giro –que incluyó la permanente crítica por supuestas violaciones de los derechos humanos al gobierno de Nicolás Maduro y la oposición a que Venezuela presidiera pro tempore el Mercosur, tal como le correspondía–  fue notoriamente respaldado por la visita del presidente estadounidense Barak Obama y el secretario de Estado, John Kerry. Este último festejó «la decisión del presidente Macri  de insertar a la Argentina en la economía mundial». Sin embargo, tanta empatía no se tradujo en la anunciada «lluvia de inversiones».
Pero hubo un elemento crucial que demostró la firme determinación de desandar el camino emprendido a partir de 2003: la decisión de que el país ingresara como observador en la Alianza del Pacífico, conformada por Chile, Perú, Colombia y México, todos firmantes de tratados de libre comercio (TLC) con Estados Unidos y la Unión Europea, por los cuales se eliminaron el 92% de los aranceles de los productos comercializados. Para el gobierno de Cambiemos, la Alianza es apenas la estación intermedia para alcanzar la verdadera meta: sumarse al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) que representa el 40% de la economía mundial y supera en sus alcances al ALCA, la zona de libre comercio mundial que fue sepultada en Mar del Plata en 2005. Si el TPP logra imponerse, los salarios caerán en picada, las economías regionales morirán de inanición y las transnacionales impartirán justicia en sus propios tribunales.
Es que, como sostiene el magíster en Integración Latinoamericana de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Tomás Bontempo: «En la política exterior actual hay, como antes, amigos y enemigos, y eso se basa en determinadas ideas e intereses. Al final, el filósofo argelino Luis Althusser parece tener razón cuando señala: “la ideología no dice nunca ‘soy ideológica’”».

Estás leyendo:

Política

Cambio de aliados