16 de febrero de 2025
La batalla cultural libertaria tiene en la mira a artistas populares a los que hostiga en redes sociales mediante trolls rentados. Con la prohibición del recital de Milo J dan un nuevo paso en la escalada autoritaria.
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Por la fuerza. Un gran operativo montado al solo efecto de impedir una actividad que había convocado a miles de jóvenes en la exEsma.
Foto: Leandro Teysseire
Bien dicen que «el pez por la boca muere». Y en un posteo en su cuenta de X, Juan Carreira, que utiliza el seudónimo Juan Doe, terminó por confirmar que el show que iba a realizar el rapero Milo J en la exESMA fue censurado por el Gobierno. «Ahora gobernamos nosotros, no ellos. Están locos si los vamos a dejar usar un edificio del Estado para hacer un showcito político nefasto», escribió.
Director de Comunicación Digital del Gobierno nacional desde junio, Carreira-Doe llegó al cargo tras el despido de otro tuitero mileísta, Iñaki Gutiérrez.
El grupo de «influencers» libertarios que fue creciendo desde las redes sociales se potenció en tiempos de la pandemia y fue –todavía lo es– clave para sostener la figura de Javier Milei desde sus tiempos de panelista de tevé y en su paso por el Congreso como diputado. Ni bien asumió la presidencia, el fundador de La Libertad Avanza se rodeó de los más experimentados en el manejo de esa herramienta, clave en las últimas elecciones. Desde entonces, inició lo que Milei gusta en llamar una «batalla cultural» contra un genérico en el que engloba socialismo, comunismo, peronismo, radicalismo o simplemente a quienes tienen una visión más igualitaria de la sociedad.
Por esos mismos tiempos fue desarrollándose un movimiento juvenil que a través de lo que se llamó «freestyle» fructificó en una generación de chicos –Milo J tiene 18 años– que de manera independiente de las grandes productoras y de los medios masivos, ya ocupan un lugar central en la música y tienen alcance internacional. Son otros «influencers» que irritan al inquilino de la Quinta de Olivos, porque están en otra vereda, arrastran multitudes y no tiene modo de «entrarles». Ahí las redes son uno con uno, cara a cara, codo con codo. Un mundo extraño para él.
Aunque la burla de Juan Doe comenzaba contra «los kukas», esa forma despectiva de referirse a los kirchneristas, no todos los seguidores de los raperos más encumbrados podrían ser ubicados en ese sector. La postura de Milo J, un pibe de Morón que se hizo de abajo y empezó a hacer su música con las computadoras de Conectar Igualdad, es por los derechos humanos. El recital que iba a hacer el 12 de febrero era una preescucha de su disco 166 (Deluxe) Retirada.
Camilo Joaquín Villarruel, tal su nombre en el DNI, es admirador de Charly García, hizo dúos con Nito Mestre, Tini Stoessel y acompañó a la murga uruguaya Agarrate Catalina en una sesión en ¡Fa!, el espacio de Mex Urtizberea en Youtube. Cuando se viralizó la clausura de su recital, García fue uno de los primeros en solidarizarse, a su manera. «Que se quede tranquilo», le mandó decir, «a mí me censuraron un montón de veces. Bienvenido al club».
El caso es que si las autoridades querían silenciar a Milo J, la censura no hizo más que popularizarlo y hacerle descubrir a gente «de otro palo» que es un gran cantante que muchos no conocen porque circulan por carriles separados. Le pasó a la escritora Claudia Piñeiro, que tras anotar que «se volvieron locos cuando Cecilia Roth dijo que había censura, pero ayer con Milo J aplicaron el lema que tanto les gusta: principio de revelación», escribió: «Una buena de este gobierno, me hizo conocer a Milo J».
Entre quienes se solidarizaron con el adolescente estuvieron otros «castigados» por el oficialismo, como Lali Espósito, María Becerra y raperos y músicos de toda laya, como Soledad Pastorutti, Las Manos de Filippi, La Delio Valdés, Ricardo Mollo, Yamila Cafrune, Trueno, Willy Bronca y siguen las firmas.
¿De dónde nace esta movida que inquieta al Gobierno? Cuentan los que saben que para 2009 unos muchachitos comenzaron a juntarse los fines de semana en la estación de Claypole del Ferrocarril Roca, en el partido bonaerense de Almirante Brown, para rapear. La cosa empezó a crecer y el certamen convocó a montones de entusiastas en lo que se llamó «Halabalusa Underground«. Para 2012, el rapero YSY A y el presentador de radio Muphasa inician un certamen en el porteño Parque Rivadavia bautizado Quinto Escalón, porque se hacía en el último peldaño de la escalinata que da a las calles Doblas y Chaco. Duró hasta 2017 y de allí surgieron, entre otros, nombres conocidos en el ambiente como Duki, Wos, Dani, Gotti. Pero a ese encuentro masivo vinieron raperos de toda Latinoamérica y de España.
El mundo rap incluye a personalidades como L-Gante, otro que comenzó desde muy abajo con una computadora de las que se entregaban a estudiantes durante el Gobierno de Cristina Fernández, o Dillom, quien se hizo viral en noviembre pasado cuando cruzó en un avión a un tuitero libertario que actúa bajo el alias La Pistarini. «Así de guapos son en persona», escribió luego de haber descubierto que Juan Carlos Siber –integrante del ejército de trols del Gobierno– lo estaba «bardeando» en las redes. «Portate bien», le recomendó tras una caricia nada amable en la cabeza.
Dillom es el mismo que en el Cosquin Rock 2024 había «actualizado» un tema de Las Manos de Filippi, «Sr. Cobranza», y donde decía «Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar», cantó «A Caputo en la plaza lo tienen que matar», lo que le valió una presentación judicial de un abogado por incitación a la violencia que no prosperó.
Si lanzar la caterva de trols contra Lali Espósito no hizo otra cosa que alentar su carrera artística a niveles que ella no podía pensar, ahora lo de Milo J puede ser otro tiro en el pie para un presidente que según muchos analistas llegó a donde llegó porque tuvo una infancia de niño maltratado y representó a millones de castigados por la situación económica y social del país que lo sintieron un par. Estos raperos también representan a ofendidos y humillados por la realidad, que ahora incluso es peor para ellos.
Como perla final, acá va uno de los temas del álbum que iba a presentar Milo J en la exESMA, Hippie, que desmenuza qué batalla cultural se está disputando.