Política | GUILLERMO MONTENEGRO

Cazador de fisuras y trapitos

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Ricardo Ragendorfer

El candidato quiere encabezar la «unidad contra el kirchnerismo» mientras insiste en desalojar de las calles marplatenses a personas sin hogar. Retrato de un animal político.

Foto: NA

Corrían los últimos minutos del 19 de julio cuando el intendente del Partido de General Pueyrredón, Guillermo Montenegro, pudo dar por hecho su anhelo más reciente: encabezar la nómina de candidatos al Senado bonaerense en la quinta sección electoral, convirtiéndose allí en la estrella del acuerdo entre macristas y libertarios para los comicios provinciales del 7 de septiembre. 

Envalentonado por ese logro, ancho como nunca y con el ímpetu de una orca que se abre paso en el océano, no dudó en proclamar: «La unidad contra el kirchnerismo es lo que la gente pide». 

Lo cierto es que él siempre fue muy llano con el lenguaje. De su autoría, por ejemplo, es la expresión «los fisuras» para aludir a las personas que están en situación de calle.

Dicho sea de paso, durante las noches invernales de Mar del Plata –la ciudad principal del distrito que administra–, sus esbirros del Cuerpo de Patrulla Municipal solían irrumpir en esquinas y plazas para desalojarlos a patadas. 

Esa fue su política más visible. Hasta que, luego de una denuncia hecha por la Comisión Provincial de la Memoria (CPM), el magistrado marplatense Juan Tapia, a cargo del Juzgado de Garantías N°4, prohibió semejante práctica.

La cuestión generó una polémica. Entonces, con un dejo de contrariedad, Montenegro solo atinó a decir sobre tales faenas: «Eso es lo que la gente pide». 

No era la primera vez que resumía así su apego por la voluntad popular. 

En este punto, es necesario retroceder al otoño de 2008, época en la que estrenaba su primer cargo público como ministro de Seguridad del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, durante la gestión inicial de Mauricio Macri. En tales circunstancias, departía con un periodista en su despacho de la avenida Patricios, ufanándose de que la Policía Metropolitana –aún en gestación– estaría basada en el modelo de los Mossos d’Esquadra, la policía autónoma de Cataluña. Pero cuando se le dijo que la especialidad de esa fuerza era la persecución de indocumentados, él enarcó las cejas, y soltó: «Bueno, eso es lo que allá la gente pide». 


El hilo se corta por lo más fino
La biografía de este marplatense ya sexagenario está atravesada por ambiciones zigzagueantes que él supo cumplir son empeño y paciencia. 

Una fue destacarse en el universo tribunalicio. Y lo lograría, llegando, en 2004, a la titularidad del Juzgado Federal N° 7. 

Sus detractores dicen que tardó más en concursar para ello (cuatro años y medio) que en ejercer como juez (tres años y nueve meses). 

En ese lapso no se lució, ya que el único expediente resonante que tuvo entre las manos fue el del «caso Skanska» (sobre sobornos con facturas falsas en la construcción de dos gasoductos), que dejaría inconcluso, al igual que muchas otras causas apiladas sobre su escritorio, tras colgar la toga.

Fue el ofrecimiento de Macri lo que torcería su destino.

Al irse de Comodoro Py esgrimió, en una misiva dirigida al ministro de Justicia, Alberto Uribarne, una razón de peso: «Creo que como servidor público puedo llegar a rendir más que desde el Poder Judicial».

En rigor, su nueva etapa fue muy aleccionadora, en vista del gran desafío que la vida le brindaba: ser nada menos que el fundador de una fuerza policial: la Metropolitana.

Para organizar aquella mazorca, él contó –por expresa recomendación de Mauricio– con un especialista en la materia: el comisario Jorge «Fino» Palacios. De hecho, este antiguo jerarca de la Federal sería colocado en su jefatura. Y la dupla que formó con Montenegro parecía, a simple vista, perfecta. Pero su designación derivó en un cúmulo de contratiempos. 

El más ruidoso fue el affaire de las escuchas telefónicas (ordenadas por Palacios desde la Metropolitana) a familiares de las víctimas del atentado a la AMIA, a empresarios y hasta a parientes incómodos de Macri. Para eso, contó con la complicidad de Ciro James, un veterano «pluma» –tal como se les llama a los fisgones del aparato de inteligencia de la Federal–, a quien el «Fino» llevó de manera inorgánica al Ministerio de Seguridad porteño.

Este asunto se desplomó sobre el pobre Montenegro como un baldazo de agua fría. Y a eso también se le sumaba el procesamiento del comisario –junto con el juez José Luis Galeano y otros– por su dudoso rol en la pesquisa sobre la voladura de la mutual judía. En definitiva, Palacios se había convertido en una mancha venenosa.

De modo que Macri, sin ser ajeno –como ya se sabe– al espionaje a sus parientes y rivales económicos, le bajó el pulgar, ordenándole a Montenegro su inmediata desafección. El ministro cumplió. Y la escena fue para alquilar balcones.

Ocurrió durante la mañana del 24 de agosto de 2009, después de citarlo con urgencia en su despacho para pedirle la renuncia. 

La reacción de Palacios fue preocupante. Primero enrojeció; luego, con estudiada lentitud, entornó los párpados y, finalmente, dijo: 

–Te estás equivocando, Gordo…

Así es como él llamaba al ministro.

Este puso cara de póker.

Y tras una pausa, el Fino agregó:

–Tengo el apoyo de Mauricio.

La réplica de Montenegro fue:

–Es Mauricio, justamente, el que pide tu renuncia.

Nunca antes lo había tuteado.

La conversación había adquirido una inocultable rispidez. Y Palacios, ya alzando la voz, le recordó a su interlocutor algunos detalles de su pasado como juez. Por ejemplo, que –a pocas semanas de sumarse al gabinete de Macri– una de sus últimas resoluciones consistió en archivar un expediente en el que estaba implicado el empresario Ángelo Calcaterra, un primo de Macri. Y también lo amenazó con revelar pedidos de dinero, presuntamente hechos por Montenegro a ciertas agencias de seguridad para seguir funcionando. 

El ministro se puso pálido. 

En paralelo, tuvo más problemas: una denuncia, efectuada por el abogado Ricardo Monner Sans, a raíz de la compra irregular de patrulleros, junto con otra, del diputado socialista Alejandro Bodart, esta vez debido a la adquisición con sobreprecios de armas para la Metropolitana. 

Sin embargo, ninguna de esas acusaciones llegó a buen puerto. 

Pero, a partir de entonces, Montenegro mantuvo un bajísimo perfil, hasta el fin de su gestión, en diciembre de 2015, cuando Macri llegó a la Casa Rosada. 


El tobogán del PRO
En esa época, el tipo nada quería menos que ocupar otro cargo público. Y, de hecho, Macri no se lo ofreció. En realidad, él necesitaba unas largas vacaciones. Y en eso sí, Macri fue generoso. De manera que Montenegro terminó siendo el embajador de Argentina en Uruguay.

La etapa diplomática del «Gordo» duró hasta septiembre de 2017, cuando nuevamente sintió bajo sus talones el costillar de Rocinante.

Su vuelta a la política tuvo un objetivo preciso: competir en las elecciones de medio término por una banca en la Cámara Baja. Y se salió con la suya. 

Aquella fue otra «beca» para él, puesto que no presentó ningún proyecto propio. Pero le era útil a la causa para dar quorum (o no) y para alzar la mano (o no) en asuntos legislativos de interés para el PRO.

Sin embargo, no completo allí el período de su mandato.

Es que él estaba para más. Su siguiente apuesta –en 2019– fue llegar a la intendencia de General Pueyrredón. Lo hizo al obtener el 40% de los votos. Y ya en 2023 fue reelecto con el 41%. 

¿Acaso había encontrado su lugar en el mundo?

Por lo pronto, la clave de su éxito electoral radicaba en que él era el brazo ejecutor de los deseos que palpitaban en la parte «sana» de la población. 

La guerra contra la «inseguridad» fue su bandera primordial. Pero debido a que sus atribuciones no incluyen el accionar policíaco propiamente dicho, supo volcarse de lleno a la construcción de un enemigo o, mejor dicho, de dos: los ya mencionados «fisuras» (porque afean el paisaje) y los «trapitos» (porque, según su óptica) hacen su trabajo no sin extorsionar a los automovilistas. 

Claro que el lanzamiento de la Guardia de Patrulla Urbana fue el remate ideal de su cruzada disciplinante y civilizatoria. Los resultados están a la vista.

En lo político, ya casi sin relación con Macri, pero todavía definiéndose como un referente del PRO, Montenegro está en pleno tránsito a convertirse en un libertario de pura cepa. 

Tal vez eso sea, de acuerdo con su olfato, lo que ahora «la gente pide».

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