Política | SANTIAGO ORÍA

El director de Milei

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Ricardo Ragendorfer

Creador de puestas en escena para los anuncios oficiales, su máxima realización es el video presentado por el Gobierno el pasado 24 de marzo para instalar su visión negacionista.

Formación. Milei rodeado de funcionarios en la planificada estética de la cadena nacional del 22 de abril.

Foto: NA

La película Barry Lyndon, dirigida por Stanley Kubrick en 1974, transcurre en la Europa del siglo XVIII, y se la evoca, entre otras razones, por una audacia técnica: el uso de velas y lentes especiales, en vez de luz eléctrica, para todas las escenas de interiores, consumando así una fotografía tenue y difusa, propia de la pintura renacentista.
Lo cierto es que aquella estética perece haber inspirado las imágenes de las entrevistas televisivas al presidente Javier Milei, efectuadas solamente ante periodistas amigables, aunque sin velas y con el único propósito de disimular su papada. Una hazaña de Santiago Oría, su cineasta personal. Pero no la única, puesto que él –un muchacho casi cuarentón, egresado en 2019 de la Fundación Universidad del Cine (FUC) y cuya obra dentro del séptimo arte, hasta toparse en la pandemia con el líder libertario, se limitaba a un puñado de videoclips– es también el hacedor de otros logros. Tal fue el caso de la notable escenografía que ideó en el Salón Blanco de la Casa Rosada con motivo del discurso que, el 22 de abril, Milei pronunció por cadena nacional. Allí se lo ve detrás de un escritorio, flanqueado por el ministro de Economía, Luis Caputo, y otros funcionario, todos en perfecta formación, tiesos como muñequitos de torta, con las manos entrelazadas a la altura del bajo vientre y uniformados con trajes negros. Un plano destinado a la inmortalidad.
Sin embargo, no le fue a la zaga el spot del 24 de marzo, difundido por el Gobierno para celebrar (sí, ese es el verbo correcto) el cuatrigésimo octavo aniversario del último golpe de Estado. Su título: Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia Completa. Tal vez, la producción más ambiciosa de Oría.
Bien vale explorar su contenido.

Matemática del horror
Claro que, a simple vista, este cortometraje bien puede ser interpretado como una provocación, puesto que soslaya por completo el final, en 1976, del orden democrático, y sin mencionar la dictadura cívico-militar más sangrienta que hubo en la Argentina. Por el contrario, focaliza su relato en dos ejes: su clima precedente, maquillado por lo que el discurso oficial denomina «elementos terroristas» y en el escamoteo de la cantidad de víctimas del régimen militar.
¿Negacionismo en estado puro? Desde luego que esa fue su intención. No obstante, de modo involuntario, es posible que la cinta de Oría constituya al respecto un documento periodístico de valor extraordinario.
Ello, en parte, se debe a dos de sus entrevistados: Luis Labraña –un exmontonero que se hizo amigo de la «gorra»– y Juan Bautista Yofre (a) «Tata» –un periodista que fue el primer director de la SIDE del menemismo–. Ambos, en la actualidad, son los mayores operadores en la materia.
Pero vayamos por partes.
El negacionismo se refiere a comportamientos y discursos que apuntan hacia la omisión deliberada de hechos históricos atravesados por un grado extremo de injusticia y crueldad. Y si bien aquel término ha sido acuñado en referencia a la Shoá, su concepto se extiende al acto de invisibilizar toda clase de genocidios, siendo –en el caso argentino– la discusión en torno al número de muertos y desaparecidos uno de los ejes del asunto.
Ya durante la campaña electoral, el entonces candidato Milei, de gira en Santiago del Estero, soltó: «No fueron 30.000 los desaparecidos; son 8.753. Ni uno más».
Pues bien, en este punto cabe aclarar que la cifra convertida en consigna por los organismos de derechos humanos es fruto de un cálculo estimativo. Pero de ningún modo arbitrario, ya que surge –tal como se verá más adelante– de un conjunto de variables fehacientes, cuando el número exacto de aquella suma se encuentra únicamente en poder de los asesinos.
¿Qué tienen que ver Labraña y Yofre con su falsificación contable?
Es que el bueno de Labraña se atribuye, sin ninguna prueba ni pudor, la invención de ese balance, situando tal maniobra durante su exilio en Holanda, «para así impresionar –según sus palabras– a las autoridades europeas».
En cuanto a la contabilidad efectuada por los artífices del terrorismo de Estado, hay sobrados elementos para suponer que el albacea de semejante lista –junto con todo el archivo no desclasificado del Batallón 601 del Ejército– es nada menos que Yofre, quien se la habría apropiado en su paso por la SIDE.
Esa hipótesis surge de sus desavenencias con su tercera exesposa, la productora de modas Andrea Luz Sanguinetti de Ridder.

Protagonista. Yofre, extitular de la SIDE en tiempos de Menem, lleva adelante el relato en el corto dirigido por Oría.

Fue durante el invierno de 2006, cuando ella se presentó en el juzgado federal a cargo de Jorge Urso para denunciar un delito de acción pública con la siguiente prueba: una lista volcada en 19 hojas con el índice completo del archivo del Batallón 601, diciendo que los jackets con el preciado contenido estaban en la baulera del elegante edificio de Recoleta habitado por Yofre.
La policía allanó aquel domicilio unos días después, pero se fue con las manos vacías: alguien, en el interin, había puesto los rollos a buen resguardo.
No obstante, Yofre los utilizaría con fines –diríase– literarios, ya que le habrían permitido escribir unos 15 libros para embellecer las atrocidades de lo que él llama «guerra sucia».
En resumen, fue un gran acierto de Oría el haber incorporado a estos dos protagonistas cruciales de la historia del negacionismo en Argentina, para apuntalar la idea de «memoria completa».

Los papeles del mal
Tal vez, ahora, al reverdecer la polémica sobre el número de víctimas del terrorismo de Estado, Yofre guarde bajo siete llaves algo que voltearía de un plumazo sus propios argumentos negacionistas: un paper, enviado desde Buenos Aires al cuartel general de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), la policía secreta de Pinochet, por su delegado en Argentina, Enrique Arancibia Clavel (quien lo rubrica con su nombre de cobertura, «Luis Felipe Alamparte Díaz»).
Esa hoja, escrita el 4 de julio de 1978, informa: «Se tienen computados 22.000, entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha». Era el saldo, calculado por el Ejército, cuando aún faltaban cinco años y medio para el fin del ciclo militar. De hecho, en otro párrafo quedó asentado que tal dato «se pudo conseguir en el Batallón 601 de Inteligencia».
Aquel documento, junto al resto de su archivo –compuesto por otros 400 informes repartidos en más de 1.500 páginas–, salió a la luz en medio de circunstancias fronterizas entre el drama y la comedia. Fue cuando el pobre Arancibia –quien hasta entonces había oficiado como agente de enlace entre la DINA y el Batallón 601– cayó en desgracia por una encrucijada geopolitica: el conflicto con Chile por el canal de Beagle. De manera que fue secuestrado por la SIDE en su domicilio –donde vivía en pareja con un bailarín que trabajaba para Susana Giménez– a raíz de una obviedad: ser un espía chileno.
En 1981, por un pedido de la Santa Sede, recuperó la libertad. Pero sin sus papeles. Estos recién fueron descubiertos un lustro después por la periodista chilena Mónica González, en un sótano del Palacio de Tribunales, durante su exhaustiva investigación sobre el «Plan Cóndor».
Vueltas de la vida.

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