16 de junio de 2025
Supo esperar el momento preciso para tomar las decisiones que lo llevaron a la cumbre de la Corte. Perfil de un exministro de Kirchner que hoy preside el tribunal que ratificó la condena a Cristina Fernández.

Para bien o para mal, el 10 de junio de 2025 será para él –en perspectiva– una fecha crucial de su biografía. Ese martes, el presidente de la Corte Suprema de la Nación, Horacio Daniel Rosatti, llegó al Palacio de Justicia a primera hora de la tarde y se retiró antes de caer el sol.
En el interín, junto a sus pares Ricardo Lorenzetti y Carlos Rosenkrantz –sin discutir con ellos, en tiempo récord y con el desgano de quien liquida un trámite burocrático–, firmó la resolución que impugna los planteos de Cristina Fernández de Kirchner al fallo de la Cámara Federal de Casación Penal (Sala IV), el cual, a su vez, supo ratificar la sentencia del Tribunal Oral Federal N°2 (TOF 2), quedando así firme su condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos, a raíz de la llamada «causa Vialidad», una construcción acusatoria alimentada –según sus abogados– con pruebas endebles y testimonios antojadizos.
Tal vez, al regresar a su hogar, sintiera fastidio por los embotellamientos del tránsito ocasionados por columnas de manifestantes movilizados justamente en repudio a lo que él acababa de suscribir. Gajes del oficio.
¿Rosatti fue alguna vez consciente de que su ansia por el poder lo llevaría a semejantes desafíos? Imposible saberlo.
Pero, quizás, en ciertos tópicos de su vida haya indicios al respecto.
Historia judicial de la infamia
En un sentido contextual, la primera escena de esta trama podría situarse el 10 de diciembre de 2015. Fue cuando el flamante presidente Mauricio Macri leía su discurso ante la Asamblea Legislativa. Entonces, soltó:
–En nuestro Gobierno no habrá jueces macristas. A quienes quieran serlo, les digo que no serán bienvenidos.
Una salva de aplausos estalló en el recinto.
Pero cuatro días después rubricó un decreto para sumar a Rosenkrantz y a Rosatti al máximo tribunal de la República.
Tales nombres habían sido soplados a su oreja por otro personaje clave de esta historia: el operador judicial Fabián Rodríguez Simón (a) «Pepín».
Lorenzetti les brindó una calurosa bienvenida. Sin embargo, le advirtió a Macri que aún no estaban dadas las condiciones para que ellos asumieran, dado que eso debía suceder con un acuerdo del Senado
De modo que ambos recién se sumaron a la Corte el 22 de agosto del año siguiente, tras pasar el filtro de la Cámara Alta.
A partir de entonces, Rosenkrantz dio rienda suelta a una fidelidad casi perruna hacia el líder del PRO. En cambio, Rosatti se mostró más recatado, ya que únicamente se cuidaba de no firmar fallos adversos al Gobierno.
A primera vista, ese hombre –un abogado, escritor, docente universitario y dirigente político– parecía un «supremo» probo. Pero tenía algunos muertos en su placard: 23, para ser preciso. Es el número de víctimas provocadas por las inundaciones en la ciudad de Santa Fe en enero de 2003, siendo él su intendente durante el gobierno provincial de Carlos Reutemann. Rosatti fue el responsable de que las obras de defensa en la zona oeste quedaran inconclusas, lo que hizo posible que las aguas del río Salado se tragaran un tercio de la capital provincial.
Pero Rosatti es en realidad un «tiempista» de pura cepa; o sea, un buitre que no duda en esperar el momento preciso del picotazo. Así fue como escaló a la cúspide de la Corte, votándose a sí mismo justo en ausencia de Lorenzetti (su rival en dicha candidatura), quien había solicitado un aplazamiento de aquella elección interna, ya que no estaría en Buenos Aires. Eso no le fue concedido. Corría entonces la primavera de 2021.
En el otoño siguiente, Rosatti se votó nuevamente a sí mismo, esta vez para también presidir el Consejo de la Magistratura.
El reverdecer de un antiguo pacto
Su entronización en ambos cuerpos llamó la atención de propios y ajenos, dado que, en julio de 2004, el entonces presidente Néstor Kirchner lo había puesto al frente del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos. En esa época se mostraba como un partidario incondicional del proyecto político en marcha.
Aun así, el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, le susurró al primer mandatario: «Al tipo este yo no le confiaría un secreto».
Néstor no le llevó el apunte.
Por su parte, la personalidad apocada de ese individuo parco y preciso en sus opiniones hizo que Cristina –quien en aquella época ocupaba una banca en el Senado– le tuviera cierta estima. A la luz de la Historia, una paradoja.
Rosatti se mantuvo en ese cargo durante exactamente un año. Y fiel a su fama de «tiempista», se apuró en dar un paso al costado apenas unas horas antes de que el presidente le pidiera su renuncia por su negativa a encabezar la lista de candidatos a diputados en Santa Fe.
«Yo estoy para más, Néstor», fue la excusa que entonces esgrimió.
En la Casa Rosada y en Tribunales solían sintetizar con pocas palabras el concepto que ya pesaba sobre su conducta: «No le pone el pecho a nada, excepto a sus intereses personales».
Kirchner y Duhalde no vivieron lo suficiente como para verlo jurar por los Santos Evangelio al asumir en la Corte Suprema.
Aquel día, en el inmenso salón de actos del Palacio de Justicia, el bueno de Rodríguez Simón aplaudía a rabiar.
Los deseos de Pepín eran órdenes para él. Pero, desde luego, en un clima de camaradería y confianza.
En tal sentido, hubo un episodio que lo demuestra.
Durante la primavera de 2017, el operador se dejó caer en el despacho de Rosatti con un obsequio. Era una lapicera Montblanc de oro.
Entonces, muy sorprendido, Rosatti declamó una frase casi pavloviana:
–¿Qué puedo hacer por vos, Fabián?
Por respuesta, el visitante extendió hacia él unas hojas mecanografiadas.
Pues bien, con aquel regalo firmó una resolución que les otorgaría a los genocidas condenados por delitos de lesa humanidad el beneficio de 2×1. Eso también fue suscripto por Rosenkrantz y Elena Highton de Nolasco, la única dama de la Corte.
Pero las movilizaciones y protestas desatadas por ello fueron para dicho cuerpo un tembladeral que se extendió al Poder Ejecutivo. Y el asunto quedó en la nada. Nunca se supo si Rosatti tuvo que devolver la Montblanc.
Tales fueron las idas y vueltas del ejercicio en Argentina del lawfare, así como se denomina la triple alianza entre la prensa hegemónica, los organismos de inteligencia y el partido judicial, al servicio de fines políticos espurios.
Ya se sabe que Pepín fue su bastonero en jefe. Y que, tras concluir la era macrista, su suerte penal le fue esquiva, debiendo poner los pies en polvorosa para refugiarse en la Banda Oriental. Una caída en desgracia que no se extendió hacia los «supremos».
Pero nada es eterno. De modo que Pepín resucitó de sus cenizas como el Ave Fénix, ya con Javier Milei en el Sillón de Rivadavia.
La vida le daba una segunda oportunidad.
El reencuentro con sus amigotes Rosatti y Rosenkrantz resultó sublime. Fue durante el mediodía del 24 de noviembre del año pasado en el Jockey Club Bistró, un lujoso restaurante sobre la avenida Cerrito al 1400.
Ellos se abrazaron con un exagerado afecto, ante las miradas de soslayo del resto de los comensales. ¿Acaso sabían que Rodríguez Simón había estado prófugo hasta apenas unas horas antes?
El tipo había vuelto de Punta del Este aquella misma mañana a bordo del Buquebús, tras casi cuatro años de ausencia. Desde la terminal portuaria enfiló hacia los juzgados federales de la avenida Comodoro Py. Y allí, la jueza María Servini, derrochando una amabilidad inusitada, lo puso sin más a derecho.
Media hora después, ya durante su almuerzo con Rosatti y Rosenkrantz, palpitaba lo que podría ser considerado el reverdecer de un antiguo pacto.
Tal vez fue en ese instante cuando el destino de CFK quedó sellado. Solo había que esperar.