Política | LAS INCONSISTENCIAS DEL MODELO

El pan dolarizado

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Daniel Vilá

La licuación de salarios y ahorros y el ajuste salvaje impulsado por el Gobierno chocan contra un aumento de precios desproporcionado que expone los primeros crujidos del plan de Milei.

Foto: Shutterstock

Aunque resulte increíble, en la Argentina, uno de los principales países productores de trigo del mundo, sus habitantes pagan por el kilo de pan mucho más que los de Europa o Estados Unidos. El precio promedio argentino es de 2,20 dólares contra el 0,95 de dólar en la potencia del norte y los dos dólares en Francia e Italia.
Según un informe de la consultora Miglino & Asociados, luego de una investigación basada en el relevamiento de 900 puntos de venta, un pan tipo baguette de 250 gramos se expende a un costo de entre US$0,83 y US$1,25 en las principales cadenas de supermercados argentinos. La consultora añade un dato que asombra: una pieza de pan de molde de idéntica marca y calidad producido por una conocida empresa mexicana se vende a US$1,20 en México, pero a US$3,95 en la Argentina.
En Italia, un paquete de fideos secos se paga entre US$0,70 y US$0,80 –cuando en Argentina cuesta US$1,50 en cualquier supermercado– y los italianos están furiosos porque hasta la crisis de la pandemia costaba US$0,50. A tal punto llegó la indignación que en junio de 2023 se produjo la llamada «huelga del macarrón», impulsada por asociaciones de consumidores, que exhortaba a no comprar el producto durante una semana para forzar la baja del precio.
Uno de los países más pobres del viejo mundo, Portugal, con un salario mínimo de alrededor de US$1.100, paga por un kilo de arroz US$1,030 –cuando en los establecimientos comerciales de nuestro país se compra a US$2,40–, y se pagan US$1,20 el kilo de bananas y un litro de leche US$0,70 –cuando acá, respectivamente, pagamos entre US$2 y US$1 dólar–.
La liberación de precios y su dolarización es la causa de estas distorsiones, sobre todo porque, en España por ejemplo, con precios similares a los de la Argentina, los salarios medios son ocho veces más altos, ya que en el país peninsular alcanzan a unos 2.400 euros (es decir, unos US$2.600 contra US$300). Cabe señalar que los precios españoles están algo por debajo del promedio europeo, pero hay once países de la Unión Europea, incluidos Francia e Italia, que registran valores menores, según una comparación de Eurostat que monitorea los precios de los alimentos.

Como en Europa
En este contexto, la Argentina que hasta hace pocos meses era considerada un país barato para el turismo extranjero, se ha convertido en uno caro. Por caso, un almuerzo o una cena en un restaurante elegante cuesta entre US$30 y US$40, prácticamente lo mismo que en otro similar de Europa o Estados Unidos. Un menú económico en un bodegón porteño se paga unos US$11, un monto similar al de España o Italia.
Las empresas que dominan el mercado argentino han impuesto incrementos del 53% en la harina, 48% en el arroz y hasta el 90% en el aceite. Contra las predicciones de los gurúes neoliberales, la contundente baja del consumo no determinó que también disminuyeran los precios.
El Gobierno de Javier Milei, que aplica un ajuste salvaje y licúa salarios y ahorros, está siendo vapuleado por la realidad. Por eso el ministro Luis Caputo, en una reacción desesperada, ha intentado por todos los medios y sin éxito que los oligopolios y los supermercadistas moderen sus ganancias extraordinarias. Todo para intentar atenuar la inflación que se resiste a someterse a las leyes de la ortodoxia monetarista y que sus fanáticos sostenedores adjudican a la emisión sin tener en cuenta la multiplicidad de factores que determinan la disparada de los precios. Caputo también anunció una medida inesperada y regulatoria, la libre importación de productos alimenticios, pero son muchos los que creen que en verdad se trata de una presión que no tendrá efectos prácticos dada la oposición de las cúpulas empresarias. 

Derrumbe de ventas
En los últimos días se produjeron episodios que tuvieron repercusión pública y que reflejan el desconocimiento de los economistas librescos sobre el comportamiento del consumo masivo en el país. Una empresa láctea que controla el 80% del sector se quejó de que la venta de sus postres se derrumbó más del 35% y, contra lo que se supone, no se produjo un traslado a segundas marcas. Simplemente los consumidores dejaron de comprar ese tipo de productos destinados en general a un público infantil y probablemente los reemplazaron por frutas. Lo que más los preocupa es que cuando la población recurre a los sustitutos también cambia sus hábitos y resulta muy difícil recuperar la clientela.
Otro hecho aún más novedoso acaba de revelarlo el periodista Leandro Renou en Página/12: la empresa de bebidas sin alcohol más grande del mundo dejó de rotar sus botellas a los niveles habituales, lo que obligó a la firma a vender a precios de remate las que vencen dentro de 20 días. Por esta circunstancia, las embotelladoras de todo el país comenzaron a ofrecer promociones de 2×1 o descuentos del 70% u 80% por la segunda unidad, lo que demuestra que las empresas no están dispuestas a prorratear las ofertas en los precios unitarios como pretenden Milei y Caputo para bajar artificialmente los índices, ni que la especulación se detenga con amables conversaciones y que el intervencionismo puede exhibir formas sutiles cuando se trata de los empresarios o brutales como lo es imponer topes en las paritarias, cuando se trata de los trabajadores.
En el caso referido, los voceros de la empresa afirmaron que este año no hubo temporada de verano en las ventas y que es la primera vez que se produce un desplome de semejante magnitud. Sin embargo, deberían haber considerado que, pese al prestigio de la marca que los consumidores no suelen reemplazar por otra, el factor fundamental de la caída es que el precio de las gaseosas en cuestión aumentó un 100% desde la asunción de Milei y resulta hoy más cara que en cualquier país del primer mundo.
Las cosas podrían agravarse para los sectores más desprotegidos y aún para los que todavía están en la línea de flotación si se dispone una nueva devaluación como exigen las patronales campestres. Se alegará esta vez que, dada la recesión y la caída salarial la depreciación de la moneda no influirá en los precios, aunque inevitablemente eso sucederá potenciando la crisis económica y social. 

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