28 de junio de 2025
Ocupa un puesto clave y fue responsable de la filtración del escandaloso plan de inteligencia libertario. Retrato de un hombre de mirada esquiva, convicciones efímeras y una historia de deslealtades.

Dicen que, por estos días, Diego Kravetz no confía ni en su sombra.
Este sentimiento resulta perturbador por ser alguien que ocupa un puesto clave en el esquema del poder; se trata nada menos que del segundo funcionario en jerarquía de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), y como tal está a cargo de su Dirección General de Operaciones. Debido a esa razón, en la jerga del organismo se lo conoce como el «Señor 8», mientras que su único superior, Sergio Neiffert –quien hasta su nombramiento se dedicaba a la compra y venta de futbolistas–, utiliza el alias de «Señor 5». En fin, motes que a John le Carré, el máximo referente del género literario que explora el mundillo de los espías, le hubieran causado cierta gracia.
Pues bien, el motivo del desvelo actual de Kravetz fue un contratiempo embarazoso: la filtración del Plan de Inteligencia Nacional (PIN), un paper ultrasecreto –de su puño y letra– que fija los lineamientos anuales en la materia.
Una parte de su letra fue difundida a fines de mayo por el periodista Hugo Alconada Mon en el diario La Nación y, en paralelo, más datos al respecto se pudieron leer en la revista Crisis. Eso dejó al descubierto el fisgoneo de la SIDE a un variado espectro: desde figuras opositoras y simples manifestantes, hasta grupos vulnerables, organizaciones sociales, colectivos feministas, agrupaciones de jubilados e, incluso, pueblos originarios, pasando por periodistas, personalidades de la cultura y todo ciudadano crítico al régimen de La Libertad Avanza (LLA). Es decir, una actividad expresamente vedada por la Ley de Inteligencia Nacional, que solo apunta hacia las «amenazas externas».
Más allá de eso, bien vale revisar la trayectoria de dicho sujeto, ya que la misma traza una parábola sobre la Argentina del presente.
«Progre» todo terreno
Muchos arribistas de la política, a falta de una formación adecuada para actuar en las gestiones administrativas del Estado, suelen volcarse a tareas inherentes a la «seguridad» y, en casos menos numerosos, a la «inteligencia». Kravetz no es una excepción. Sin embargo, los orígenes de su vida pública parecían estar direccionadas hacia metas más loables.
De hecho, su figura adquirió un modesto renombre tras la crisis de 2001, desde el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER). En aquellos días tenía 30 años, un título de abogado y un perfil que se esforzaba por resultar «progre» y empático.
No obstante, desde entonces arrastra una acusación por estafa a miembros de la agrupación H.I.J.O.S, tras convencerlos de invertir sus indemnizaciones en un proyecto empresarial que en realidad no existía.
Lo cierto es que tuvo suerte, porque tal mácula fue rápidamente olvidada. Al menos, por Miguel Bonasso, quien no vaciló en sumarlo como candidato en la lista del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Aquello le valió una banca en la Legislatura porteña durante dos períodos. Y desde allí hizo todo lo posible para convertirse en una estrella del Frente para la Victoria (FpV).
Pero en ese hombre de mirada huidiza y sonrisa de roedor había algo que no cerraba. Tanto es así que Néstor Kirchner llegó a opinar: «Ojo con Kravetz, que trabaja más para el PRO que para nosotros».
Sin embargo, Mauricio Macri tampoco confiaba en él. Eso bien lo supo su esposa, la entonces ministra de Educación porteña, Soledad Acuña. Porque ella vio naufragar su anhelo de dirigir la cartera de Desarrollo Social, justamente por su cónyuge. Y pese a que Kravetz, desde 2012, ya jugaba abiertamente para el proyecto macrista, aunque no para siempre.
Porque, a continuación, tuvo la gran ocurrencia de montar el Instituto de Políticas de Pacificación (IPP), un sello que lo arrimó al Frente Renovador (FR), de Sergio Massa, quien tenía planes para él.
De manera que grande fue su sorpresa, a fines de 2015, al enterarse por los diarios (sí, por los diarios) que Kravetz asumía como funcionario macrista en Lanús, cuando Néstor Grindetti llegó a la intendencia. Su cargo: secretario de Seguridad y Movilidad Sustentable.
Acababa así de dar un gran salto en su carrera.
El sheriff suburbano
¿Qué diablos habría visto el nuevo jefe comunal en él?
En este punto hay que remontarse al 4 de noviembre, cuando Grindetti, todavía al frente del Ministerio de Hacienda porteño, hizo dos pagos de casi trescientos mil dólares a la ignota consultora Signica SRL por presuntos estudios sobre «satisfacción de contribuyentes». ¿Acaso hubo alguna relación entre esos desembolsos y el nombramiento de Kravetz? Un dato lo sugiere: el socio gerente de Signica SRL era precisamente él.
Es que la campaña de Grindetti había quedado sin fondos en la última etapa de su carrera hacia la intendencia de Lanús. Y ahí fue cuando apareció la mano salvadora de Kravetz, quien desde entonces pasó a ser su recaudador de emergencia. Un gesto que a Grindetti no le salió gratis.
El nombramiento de Kravetz fue parte del pago por esa «gauchada».
Allí se produjo en él una notable metamorfosis: de oportunista y módico amigo de lo ajeno, se convirtió en represor de pibes y jóvenes excluidos. Tal cambio se vio favorecido por la presencia de Daniel Villoldo, el subsecretario de Seguridad que le impuso Grindetti: un comisario retirado de La Bonaerense más sucio que un lodazal.
Ambos dieron la nota al encabezar, el 30 de marzo de 2016, un ataque policial al comedor infantil Los Cartoneritos, de Villa Caraza. Una memorable salvajada que puso en aprietos al propio Grindetti. Aun así, la cabeza de Kravetz no rodó. Un milagro macrista.
Pero, en el plano simbólico, esa dupla será siempre recordada en Lanús por la infame extorsión a un niño de 11 años que fue forzado a confesar una serie de crímenes imaginarios en el programa de Jorge Lanata.
«¡Subite o te quemamos!», le gritaron al «Polaquito» desde la cabina de una Corsa Classic. El secuestro sucedió en el anochecer del 10 de julio.
A continuación, fue obligado a participar de esa –diríase– entrevista, en la cual debió atribuirse culpas penales de toda laya.
Luego lo despidieron con la siguiente frase: «Si contás algo sos boleta».
Tal «nota» la vio el país entero el 16 de julio por Canal 13. Y también se vio la patente jQW419 de la camioneta perteneciente a Villoldo, en la que estaba apoyado el cronista Rolando Barbano mientras le hacía preguntas al Polaquito. Un imperdonable descuido de la producción. Villoldo y Kravetz, en calidad de gestores del asunto, estaban detrás del vehículo.
Su paso por Lanús lo condujo a otros logros. El siguiente: secundar –a fines de 2023– a Waldo Wolff, designado al frente del Ministerio de Seguridad porteño por el flamante alcalde Jorge Macri. De manera que Kravetz, a la cabeza de su principal Secretaría, también se puso a dirigir a la Policía de la Ciudad.
Pero la más grande urbe criolla era muy compleja para él.
Por lo pronto, entre el 31 de marzo y el 8 de abril del año siguiente, unos 17 presos se le «piantaron» de las comisarías bajo su autoridad, en tres fugas no sincronizadas entre sí.
También tuvo la mala fortuna de ser difundido por TV el registro de una cámara callejera; allí se lo ve en un parque de Palermo luego de ser detenido un arrebatador de celulares. El chico ya estaba esposado cuando, sin mediar palabra alguna, Kravetz le prodiga una trompada en el rostro. Un valiente.
En esos días, durante la desconcentración de una marcha piquetera en la Plaza Congreso, se viralizó en los medios el audio de una orden impartida por él a través de la frecuencia policial: «No se me vayan las brigadas! ¡Tiene que haber detenidos!». Fue cuando comenzó la cacería de manifestantes.
Se comenta que Wolff ya cavilaba con desplazarlo de su cargo.
Pero se le adelantó un acontecimiento: la crisis causada por la sorpresiva eyección del jefe de Gabinete de LLA, Nicolás Posse, lo cual, a su vez, hizo que fuera renovada la cúpula de la SIDE.
Ya se sabe que Neiffert y Kravetz fueron los elegidos para comandarla.
Así fue el súbito brinco que dio desde el macrismo a la falange libertaria.
Pero, ahora, ya convertido en el «Señor 8», nuevas jaquecas sacuden su vocación de servicio.