Política | MARTÍN MENEM

El sobrino del tío

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Ricardo Ragendorfer

Amante de los autos deportivos, abogado y «emprendedor», creció en una emblemática familia política, pero tardó cuatro décadas en descubrir su vocación por el poder. Retrato de un heredero.

Banca y cargo. Menem preside la Cámara de Diputados desde el 10 de diciembre de 2023.

Foto: Getty Images

Es un gran registro sonoro del presente, y fue grabado a hurtadillas durante el mediodía del 21 de agosto pasado en el Salón Blanco del Congreso Nacional, al desarrollarse allí una reunión del bloque libertario de la Cámara Baja.

–¡No tuviste los huevos para defendernos, Martín! –gritaba, fuera de sí, la legisladora Lourdes Arrieta.

–Dejame terminar, Lourdes… –alcanzó a decir el aludido. 

Tal pedido enardeció aún más a la susodicha, quien, siempre a voz en cuello, insistió con la presunta disfunción testicular del otro.

Este era nada menos que el presidente de dicho cuerpo, Martín Menem. 

El tipo tenía hándicap genético para ocupar tal cargo: es sobrino del expresidente Carlos Menem e hijo del exsenador Eduardo Menem. 

Pero ahora se las veía en figurillas. 

El audio de semejante diálogo no tardó en viralizarse en los medios y, desde La Rioja, su papá fue uno de los oyentes. 

El pobre Martín había quedado indefectiblemente marcado por el affaire de la visita efectuada por seis diputados a los represores presos en el penal de Ezeiza. Su rol en el asunto fue oficializar tal evento a través del aporte –con su rúbrica– de una combi perteneciente a la Cámara para ese traslado. Pues bien, aquello puso en foco su figura, hasta entonces sin brillo ni relevancia.

El viejo Eduardo apagó rápidamente el televisor para así impedir que su esposa (y madre de Martín), doña Susana Cristina, supiera lo que acababa de ocurrir. Pero sin lograrlo. Ella ya había sido puesta al tanto del escándalo por boca de su primogénito, Adrián.

¿Acaso era el primer paso del final político de ese hombre de 49 años?

El emprendedor
Si bien él es, por su cargo parlamentario, el tercero en una hipotética sucesión presidencial, no hubo demasiados signos en su hoja biográfica que vaticinaran tan venturoso porvenir, salvo el de ser una suerte de príncipe republicano.

Nacido en la capital riojana durante el otoño de 1975, recién al cumplir los 15 años fue mudado a Buenos Aires, donde su papá ejercería la presidencia provisional del Senado, mientras su tío se instalaba en el Sillón de Rivadavia. De modo que las intrincadas cuestiones del Estado ya palpitaban en su hogar.

Pero la ambición de poder no parecía correr por sus venas. Más bien, en sus años mozos, se perfiló como un autentico tarambana: tenía debilidad por los automóviles deportivos y las mujeres bellas (llegó a ser el novio de la modelo Paula Traverso). Aún así se recibió de abogado en la Universidad de Belgrano (cuyo decano-propietario era Avelino Porto, un exministro de Salud y Acción Social del gabinete de su tío). Y después no brilló en el ejercicio del Derecho (entre otras desgracias, resultó denunciado penalmente por Matías Garfunkel, uno de sus clientes, a raíz de maniobras para beneficiar al vidrioso magnate Raúl Moneta, al cual había querellado por una millonaria estafa). 

Fue una época complicada para Martín. 

Corría una madrugada otoñal de 2002 cuando circulaba con tres amigos en su automóvil por una calle de Núñez. Entonces fue súbitamente encerrado por tres vehículos, cuyos ocupantes saltaron de las cabinas empuñando armas de grueso calibre. Fue un secuestro express al voleo. 

Las cuatro víctimas fueron trasladadas a un «aguantadero» de Bernal. Recién allí los captores se dieron cuenta de a quién tenían en sus manos. Y las negociaciones se iniciaron de inmediato por vía telefónica.

Desde el otro lado de la línea, el senador discutía la suma del rescate por la vida de su hijo con la templanza de un avezado comerciante. 

Los secuestradores exigían 2.000 pesos-dólares por cada muchacho. Una verdadera ganga. Pero don Eduardo no daba el brazo a torcer.

De nada valió que le hicieran oír por el auricular el llanto suplicante de Martín. Al final, logró un descuento de solo 200 pesos per cápita. Ya hecha la transacción, los jóvenes fueron dejados en libertad.

–La política es el arte de la negociación, m’hijo –le soltó, entonces, con tono didáctico. 

¿Acaso esa enseñanza cambió su cosmovisión?

En aquel entonces, ya con 27 años, Martín cerró su estudio jurídico para fundar su propia empresa de suplementos dietarios, bautizada «Gentech». Y es posible que su espíritu de «emprendedor» –así como él se define– incidiera en su configuración ideológica. 

«Me metí en política para que no le pongan más obstáculos al sector privado», supo repetir en numerosas entrevistas.

Los viejos tiempos. Menem y Milei pocos meses antes de las elecciones que los llevarían al poder.

Foto: NA

El jinete del Apocalipsis
Lo cierto es que la suya fue una vocación tardía, dado que demoró casi cuatro décadas y media en descubrirla, antes de sumarse, en 2019, a las huestes del floreciente Javier Milei para alzarse, dos años más tarde, con una banca de diputado provincial, desde la cual no presentó proyecto alguno.

Dicho sea de paso, Martín suele ufanarse por haber sido el nexo entre el actual mandatario y su afamado tío, una deidad en la liturgia libertaria. 

Ello ocurrió en 2020, cuando, a los 89 años, el estado cognitivo de don Carlos ya no era el mejor. Sin embargo, el pintoresco visitante lo deslumbró. 

Ese encuentro vespertino, que por iniciativa del anfitrión se prolongó hasta la medianoche, fue sublime. Gratamente sorprendido por el histrionismo de Milei, el veterano estadista lo lisonjeó con las siguientes palabras: 

–Tenés condiciones para la política. Sos más menemista que este –dijo, refiriéndose, entre risas, a Martín, mientras Milei sonreía con humildad. 

El viejo Menem, entonces, se puso de pie, para rematar: 

–Largate nomás. Porque vas a llegar a presidente. 

A su vez, Martín soñaba un gran futuro junto a su amigote. 

En mayo de 2023 presentó su candidatura a gobernador de La Rioja, siendo vencido holgadamente por el peronista Ricardo Quintela.

Pero en las elecciones generales del 22 de octubre de aquel año, resultó elegido diputado nacional. Y el 7 de diciembre fue nombrado presidente de la Cámara Baja. 

«¡Ese es mi pingo!», exclamó entonces don Eduardo, quien no cabía en su orgullo. Al fin y al cabo, él –según su propia creencia– le había inyectado a Martín en la sangre el ímpetu para ser en un profesional del poder.

El destino estaba en manos del hijo pródigo. 

Pero siete meses después ocurrió –con su anuencia burocrática– la visita de los diputados de La Libertad Avanza (LLA) a Ezeiza. Algo que –como ya se sabe– convirtió a Lourdes Arrieta en la heroína del momento.

Eso nos lleva al ya famoso cónclave en el Salón Blanco del Congreso. 

–¡No tenés huevos, Martín! –bramaba ella, antes de ser retirada casi por la fuerza, frente al furioso estupor de los presentes. 

Recién entonces se impuso un pesado silencio, trazando así una escena que hubiera envidiado el mismísimo Luis Buñuel.

El silencio persistió, hasta ser quebrado por el inefable Martín, con una pieza de oratoria que merece ser recordada por las futuras generaciones. 

–¡Argentina fue hasta acá por los tibios! La gente se cansó. Y nosotros no somos putitas, con perdón de la expresión.

Un signo de época. 

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