Política | HISTORIA DE LAS CAMPAÑAS

Entre pintadas y redes sociales

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Daniel Vilá

Si bien hay pocas novedades en el tono de enfrentamiento que se da en el proceso preelectoral, cambiaron los formatos y los canales para hacer llegar los mensajes a la población.

Carteles y pasacalles. Herramientas del proselitismo de otros tiempos.

Foto: Juan Quiles/Archivo Acción

Una candidata presidencial promete «terminar con los K ahora y para siempre» y en otro de los espacios televisivos concedidos a los partidos políticos apunta con el índice extendido a supuestos delincuentes a los que les anuncia que no tendrá piedad con ellos para rematar con la remanida frase «el que las hace las paga». Su competidor en el espacio de la extrema derecha esgrime una motosierra, símbolo que proclama su intención de destruir el Banco Central, las empresas públicas y el Estado mismo.
Tales las características de una campaña electoral pobre en ideas y propuestas y abundante en disparates, descalificaciones e insultos hacia el adversario. En tanto, las redes sociales multiplican las diatribas elaboradas en laboratorios comunicacionales que trabajan incansablemente para urdir operaciones políticas y noticias falsas que suelen ser reproducidas por los medios hegemónicos.
Sin embargo, no existen grandes novedades en lo que hace a los mecanismos de propaganda, solo se ha perfeccionado la tecnología utilizada y se han incorporado especialistas que científicamente valorizan el «vale todo». Ya en 1916, las primeras elecciones presidenciales con voto secreto y obligatorio, abundaron las chicanas y los enfrentamientos entre el radicalismo que abandonaba una prolongada etapa de abstencionismo y el conservadurismo que aceptaba abandonar las prácticas fraudulentas en la convicción de que su aparato clientelar le garantizaría la victoria. El arma preferida para librar la batalla eran las revistas de variado contenido (modas, sociedad, hechos policiales y, por supuesto, información política). Caras y Caretas, PBT, Fray Mocho y Mundo Argentino, las más importantes, que llegaron a vender 200.000 ejemplares. Sus notas solían combinar textos con imágenes y la ironía era una constante en los comentarios. Las nuevas técnicas de impresión, especialmente los cromos y el fotograbado, mejoraron la calidad de las fotografías, pero los dibujos y las caricaturas ocuparon un importante espacio. El caudillo radical Hipólito Yrigoyen se impuso ampliamente, ante la estupefacción de los sostenedores del régimen.

Cuando mandaba la radio
30 años después los dueños del poder sufrirían una nueva derrota, fruto del surgimiento de una fuerza heterogénea que se referenciaba con el coronel Juan Domingo Perón, que como vicepresidente de la Nación y secretario de Trabajo del Gobierno militar –en el que convivían liberales y fascistas– unificó en su contra a todo el espectro político que se agrupó en la llamada Unión Democrática para hacer frente al que creían un discípulo de Benito Mussolini. Los principales diarios defendían a capa y espada ese posicionamiento y sus propietarios estaban convencidos de que Perón –que se presentaba con una alianza entre el Partido Laborista, la Junta Coordinadora del radicalismo y el Partido Independiente– sería aplastado en las urnas, una ilusión que estuvo lejos de cumplirse. Cabe destacar que el diario Clarín, que había sido fundado en 1945 tuvo un sesgo decididamente antiperonista. Cuando el escrutinio evidenció la victoria de Perón, no hizo referencia al tema. Finalmente, el 4 de junio de 1946 anunció su toma de posesión de manera muy vaga y, al igual que en los anteriores titulares, evitó en lo posible mencionar su nombre.
La campaña de la flamante organización se hizo sobre la base de «la tiza y el carbón» y la consigna predominante era «Braden o Perón», en referencia al embajador estadounidense, aliado a sus adversarios que habían adoptado la consigna «Por la libertad contra el nazismo». Durante su Gobierno, Perón monopolizó prácticamente la prensa y aprovechó el instrumento más popular de la época, la radio, para difundir su programática. Posteriormente los afiches que propagandizaban el Segundo Plan Quinquenal exhibieron una estética muy parecida a los de la Guerra Civil Española.
Tras sucesivos golpes militares y Gobiernos civiles débiles y condicionados por las fuerzas armadas, la convocatoria a elecciones en 1973 movilizó al peronismo, particularmente a la juventud, que colmó las calles y las plazas para exigir el retorno de su líder. Su virtual proscripción determinó que Héctor Cámpora encabezara la fórmula y las consignas que surgieron –«Liberación o Dependencia», «Cámpora al gobierno, Perón al poder»- sintetizaban los objetivos que se planteaba esa multitudinaria acción proselitista. Importa señalar que en esa misma etapa histórica la publicidad comercial se mixturó con la propaganda política a través de un spot televisivo de la Nueva Fuerza, liderada por Álvaro Alsogaray, que proclamaba; «Los argentinos queremos goles y la Nueva Fuerza los hará».
El derrumbe de la dictadura cívico-militar después de siete años de terror posibilitó el llamado a comicios y otra sorpresa electoral: la derrota del peronismo, que postulaba la candidatura presidencial de  Ítalo Luder. El vencedor, Raúl Alfonsín, candidato de la UCR, tomó nota de los nuevos tiempos y entendió que los mecanismos motivadores de la publicidad eran una herramienta diferenciadora. Así, se rodeó de profesionales como David Ratto, gestor de la estrategia de su campaña, y Gabriel Dreyfus, otro experto en la materia. El círculo azul y blanco en el que se destacaban las letras RA, vinculaban las iniciales del nombre y apellido de Alfonsín con las de República Argentina. El slogan «Ahora Alfonsín», el saludo con las manos entrelazadas apuntando hacia arriba y el recitado del prólogo de la Constitución en los actos principales, contribuyeron a su victoria.
Después el «Síganme» que impulsó la candidatura de Carlos Menem profundizó la impronta publicitaria de todas las acciones proselitistas y fue sucedido por el menos efectivo «Dicen que soy aburrido» de Fernando de la Rúa. Por esos tiempos, las tradicionales pintadas que solían realizar los militantes fueron suplantadas por otras más prolijas realizadas por empresas especializadas. Aparecieron las gigantografías y proliferaron las redes sociales.
En 2011 se puso el acento en «La fuerza de Cristina» y en 2015 Jaime Durán Barba –que fue asesor del partido Alternativa Liberal de Pablo Escobar Gaviria en Colombia– tomó a su cargo la campaña más sucia de la historia, la que presentaba a Mauricio Macri como un constructivo postulante a la presidencia que se comprometía a continuar lo que se había hecho bien y desacreditaba sistemáticamente a su adversario Daniel Scioli. La «Revolución de la Alegría» y «Sí se puede» fueron las consignas impuestas, pero más efectivas que ellas fueron las operaciones basadas en noticias falsas (fake news). Todas las trampas y engañifas del escurridizo asesor estaban contenidas en sus libros que, entre otras miserabilidades, propiciaban arrinconar al oponente y llevarlo incluso hasta el suicidio.
La repentina aparición de Javier Milei en la actual campaña ha llevado los recursos anteriormente señalados a su límite más extremo. Las delirantes propuestas de dolarizar la economía, destruir el Banco Central, privatizar las empresas estatales, legalizar el comercio de órganos, terminar con la obra pública o no penalizar la contaminación de los ríos, culminan con la justificación de los horrores de la última dictadura que considera «excesos de una guerra», lo que lo coloca al margen de la ley y de los acuerdos internacionales en la materia.

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