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Durante la discusión de los proyectos de presupuesto, participación público-privada y la reforma judicial aparecieron grietas en el armado del oficialismo con sectores de la oposición para lograr su aprobación. Realineamientos de cara a los comicios de 2017.

Muñeca. El jefe de la bancada oficialista, Nicolás Massot, con Emilio Monzó, Marco Lavagna, Sergio Massa, Graciela Camaño y Diego Bossio. (DYN)

 

Cuando Mauricio Macri ganó la segunda vuelta, hace ya un año, uno de los temas de análisis era el de la gobernabilidad, ya que la primera ronda había dejado un Poder Legislativo desfavorable para el nuevo oficialismo. Si algo caracterizó los primeros meses de la nueva gestión fue, precisamente, la forma en que Cambiemos fue logrando consensos parlamentarios para sus principales propuestas, como el arreglo con los fondos buitre, el desmembramiento de la Ley de Medios y la designación de los jueces de la Corte Suprema, por mencionar algunos casos.
Hubo idas y vueltas, pero el macrismo –sin lograr todos sus objetivos– mostró la habilidad de sus operadores políticos para tejer alianzas que le permitieron destrabar un escenario que parecía complicado. La idea fue y sigue siendo reconstituir día a día lo que algunos llaman el «partido del balotaje». En ese esquema, Sergio Massa, del Frente Renovador, fue la principal espada de lo que irónicamente desde el kirchnerismo tildan de «opoficialismo». Lo mismo ocurrió con Diego Bossio, que fue la primera ruptura dentro del bloque del Frente para la Victoria. Y también el senador Miguel Ángel Pichetto, titular de la bancada del FPV y por tanto cancerbero de las leyes en la Cámara Alta.  
La sintonía del rionegrino con el macrismo quedó expuesta cuando recibió el apoyo de funcionarios del gobierno tras declaraciones xenófobas y racistas que merecieron el repudio de buena parte del espectro político y de la sociedad. La otra llave para que la Casa Rosada tuviera las leyes que se propuso fueron los acuerdos con los gobernadores, que en un toma y daca ya conocido intercambiaron votos por apoyo económico del gobierno central.
Ese camino de consensos circunstanciales chocó en las últimas semanas con la debilidad de construcciones no tan sólidamente estructuradas. Los involucrados en esta suerte de paso de comedia inesperado fueron los arquitectos de ese sistema institucional: Massa, Bossio y Pichetto, con una intervención determinante de Elisa Carrió, que juega el rol de gran árbitro de las internas del espacio oficialista y sus aledaños.
La voz de Carrió ya había tronado cuando el gobierno quiso nombrar por decreto a dos jueces de la Corte Suprema. Ahora, el deseo exacerbado del oficialismo por sacar del medio a la procuradora general, Alejandra Gils Carbó, volvió a toparse con la queja estentórea de la diputada chaqueña, quien consideró al proyecto pactado  por macristas, renovadores y peronistas no kirchneristas para reformar el ministerio público fiscal como una ley con nombre y apellido y entonces inconstitucional.
Quedaron, como se dice en la calle, «pedaleando en el aire» los promotores de una reforma judicial que limitaba la duración del mandato de Gils Carbó y además establecía órganos de control parlamentario por el que se disputaron cargos entre sectores del radicalismo y el massismo. La diputada Graciela Camaño fue la más afectada, ya que se veía asumiendo la titularidad de la comisión bicameral que habría de supervisar a los fiscales. Pero también Pichetto, que ya tenía la media aprobación senatorial en el bolsillo. Y Massa, quien recibió airadas quejas de sus diputados y las elevó al oficialismo. «Si no se ponen de acuerdo entre ustedes no nos pueden pedir apoyo a nosotros», fue lo más delicado que dejaron trascender.

 

Modificaciones a las apuradas
La votación por el Presupuesto y el proyecto de ley de Participación Público-Privada (PPP) fueron otros dos baldazos de agua fría para Cambiemos. Así, el Presupuesto fue una negociación más reñida que lo pensado porque al conocerse los recortes efectivos para las cuentas de 2017 surgieron protestas de los principales afectados. Entre ellos, universitarios, científicos y asociaciones de derechos humanos. También hubo fuertes críticas por el alto nivel de endeudamiento que prevé.
Luego de varias reformas –se incrementaron los recursos para ciencia y el reparto de coparticipación federal entre otras– obtuvo 177 votos a favor, 58 negativos y 4 abstenciones. El dato, sin embargo, fue que dentro del FR, el sindicalista Héctor Daer, miembro del triunvirato de la CGT, se abstuvo, junto con los integrantes de Libres del Sur que acompañan a Margarita Stolbizer en el acercamiento a los renovadores.
Pero también hubo sorpresas en el FPV, ya que si bien desde allí alertaron sobre el aumento de la deuda que propone el Presupuesto, acompañaron al oficialismo 12 diputados del bloque comandado por Héctor Recalde. En contra votaron el resto del FPV, Carlos Heller del Partido Solidario, el Partido Obrero, el PTS y Proyecto Sur.
Algo similar ocurrió con el proyecto de PPP, con el que Macri aspira a seducir a los esquivos capitales foráneos. Fue quizás el mayor triunfo del kirchnerismo legislativo en estos meses. El tufillo noventista de la iniciativa generó nuevas escisiones en los respaldos al proyecto armado por Camaño y Marco Lavagna, el hijo del ministro de economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. Aquí tallaron otras figuras «renovadoras» como Felipe Solá, José Ignacio de Mendiguren, Facundo Moyano, y los diputados Jorge Taboada, de Chubut, y Florencia Peñaloza, de San Juan. Así, el FPV logró hacerlo volver a comisión para su revisión.
Con el año electoral cada vez más próximo, los realineamientos parecen a la orden del día y cada sector comienza a atender su propio juego para llegar en las mejores condiciones a los tiempos de definiciones de listas y candidaturas. Oficialismo, oposición y quienes aún creen que pueden transitar por la denominada «ancha avenida del medio», se aprestan para una batalla política clave.

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