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La geometría del poder

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Ricardo Ragendorfer

Entre los vértices del «triángulo de hierro» compuesto por los hermanos Milei y Santiago Caputo se encuentra nada menos que el timón del país. Historia de una alianza que muestra sus primeros signos de oxidación.

Fotos: Getty Images/NA

Las estructuras de la autocracia libertaria, desde la mesa chica presidencial hasta el último anillo del espacio partidario que llevó a Javier Milei a la Casa Rosada, son un semillero de vanidades, ambiciones y purgas. Sí, purgas; es decir, caídas en desgracia tan sorpresivas como estrepitosas. Y sin que nadie –excepto el líder y su hermana, Karina– esté a salvo de semejante destino. 

¿Quién se acuerda, por caso, de Carlos Kikuchi o de Nicolás Posse?

El primero fue el gran arquitecto electoral de La Libertad Avanza (LLA). Pero, antes del balotaje, cometió el pecado de cuestionar el denominado «Pacto de Acassuso» con Mauricio Macri. Y su figura se desplomó como un piano.  

El segundo, desde la jefatura de Gabinete, fue el consiglieri de cabecera del nuevo mandatario y controlaba casi todas las áreas del Estado. Pero cometió el pecado de ladrar sin tener con que morder.

No está de más evocar este episodio.

Ocurrió en mayo, por una frase suya: «Pasala bien en Punta del Este». Su destinataria: la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, quien quedó de una sola pieza antes de romper en llanto.

Es que ella, con el mayor de los sigilos, estaba por emprender un weekend romántico en ese balneario con un «masculino», según un paper que le enviaron a él desde la Agencia Federal de Inteligencia (AFI).

De modo que Posse no solo espiaba a los funcionarios de LLA, sino que, además, se jactaba públicamente de eso.

Su expulsión no se hizo esperar. Y Guillermo Francos lo reemplazó.

Eso, además, derivó en el irresistible ascenso de Santiago Caputo al poder. Fue el paso inmediatamente previo al surgimiento del «triángulo de hierro», como el propio Milei llamó a esa suerte de politburó que el joven asesor –sin cargo formal en el Gobierno– integraría con Karina y él.

Pero, ahora, dicho órgano ya exhibe los primeros signos de su oxidación. 


Tatuajes de guerra
Ante todo, bien vale revisar los fotogramas iniciales de esta historia, cuando el arribo de estos personajes a la cúspide del Poder Ejecutivo era aún una quimera. Durante una mañana del otoño de 2021, Caputo fue visitado en su oficina, donde trabajaba de consultor político, por un antiguo condiscípulo del Colegio Marista Manuel Belgrano. Era Ramiro Marra. Lo acompañaba un tipejo de cabello revuelto que lo quería conocer.

Lo cierto es que el flechazo entre él y Javier Milei fue instantáneo. Y lo primero que a este le llamó la atención fueron los tatuajes que aquel muchacho lucía en los antebrazos. Eran –según su explicación– símbolos de la mafia rusa que había copiado del libro Russian Criminal Tatoo Encyclopedia.

Milei, por aquellos días un simple panelista televisivos con ensoñaciones de poder, se permitió entonces un comentario:

–Si me dan a elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia, porque tiene códigos, cumple, no miente y, sobre todo, compite.

Fue una declaración de principios que selló el lazo entre ambos.

Milei no tardó en presentarle a la hermana; lo hizo confiándole un secreto, diríase, bíblico: él era para «Kari» –así la llamaba– lo que Aarón había sido para Moises. Un divulgador. 

Caputo, fingiendo asombro, miró con calidez a esa mujer de cara alargada y ojos hundidos que le sonreía de oreja a oreja.

Dos años y medio después, durante el cierre de campaña en el Movistar Arena, Milei dijo de él:

–Quiero agradecerle a alguien muy importante, que su enorme humildad hace que siempre esté ahí, detrás de la sombra.

Aquellas palabras tenían asidero: para Caputo, su campo de acción era la sombra, bajo la cual se movía como un felino.

En un costado del escenario, Karina le sonreía otra vez de oreja a oreja.

Ella repitió aquella gestualidad cuando, el 10 de diciembre de 2024, Milei leía, de espaldas al Congreso, su primer mensaje presidencial.

Caputo, sin sonreír, estaba a su lado.  

Pues bien, semanas más tarde, la eyección de Posse fue el momento en el cual ese ménage à trois se consolidaría en el plano de la gestión.

Desde entonces, Caputo tiene en sus manos la batuta de la orquesta negra del Estado. Suyos son los ojos y oídos del régimen; desde la rebautizada SIDE hasta la ARCA (sigla en la que devino la vieja AFIP), pasando por las granjas de trolls. Todo con tecnología de punta para vulnerar la intimidad de quien se le dé la gana. El tipo tiene vía libre para la extorsión o la dádiva, y carpetazos a la carta, además de medios para infiltrar cualquier clase de aparato político y social. A lo que se le suman sus alfiles en puestos clave del Gabinete.

Además, su pragmatismo no se fija en culpas. Y eso supo demostrarlo en enero, al no movérsele un solo músculo del rostro cuando fue expulsado su gran amigo, el pobre Marra, de LLA. Un capricho, por cierto, de Karina.

Ella maneja el aparato partidario, siendo al mismo tiempo su conductora, su comisaria política y su estratega para las elecciones venideras. Por si fuera poco, en el ámbito de los tres poderes, su tropa incluye a las ministras Patricia Bullrich y Petovello; al vocero Manuel Adorni, al presidente de la Cámara Baja, Martín Menem, a la diputada-maquilladora Lilia Lemoine, al cortesano Ricardo Lorenzetti y al juez federal Arel Lijo, entre otros personajes clave del régimen. 

A su vez, desde el Sillón de Rivadavia, el coto específico de Milei es la Economía, siendo Luis Caputo y Federico Sturzenegger sus piezas más dilectas. 

Entre los vértices de este «triángulo de hierro» se encuentra nada menos que el timón del país. ¿Qué podía entonces salir mal?


El pacto de silencio
En este punto, es necesario ubicarse durante el comienzo de la madrugada del pasado 14 de abril en el departamento de Caputo.

Al célebre monotributista le hacía el aguante su amigote Nahuel Sotelo, a quien había colocado en la Secretaría de Culto y Civilización.

Ambos seguían por TV e Internet el conteo de las elecciones santafesinas para convencionales constituyentes. Y al consolidarse el magro 13% del listado de LLA (por detrás del oficialismo provincial y del kirchnerismo), el bueno de Santiago alzó su lata de speed para brindar. ¿Acaso había enloquecido?

Ya, por La Nación+, Luis Majul señalaba que Karina Milei –quien había patrocinado al candidato Nicolás Mayoraz– era la gran derrotada del día.

Ella, dicho de paso, era la nueva archienemiga de Caputo.

Los roces entre ambos estallaron el 13 de febrero, a raíz del escándalo de la criptomoneda $Libra.

Caputo estaba convencido de que el vínculo de Karina con Hayden Davis y Mauricio Novelli –dos de los involucrados en esta estafa– no resultó ajeno a la decisión que tomó Milei de promocionarla.

El asunto empeoró al trascender que ella, desde la Secretaría General de la Presidencia, habría embolsado pingües ganancias con la «venta» a terceros de audiencias con su hermano.

La guerra entre esos dos vértices del «triángulo» ya estaba declarada.

El contrataque de la repostera no se hizo esperar.

Corría el 17 de febrero cuando, para atenuar su responsabilidad con aquel maldito tuit, Milei le dio una entrevista a Jonatan Viale. Su backstage ya forma parte de la historia reciente: en medio de la grabación, Caputo la interrumpió, ya que el entrevistado acababa de irse de boca con una frase que lo incriminaba.

Pero si bien la escena fue borrada de la edición emitida por TN ese mismo día, salió por Internet. Un terrible papelón. 

Milei, entonces, defendió a su asesor, pero Karina no.

De hecho, a la mañana siguiente, su fiel Adorni les soltó a los periodistas acreditados en Balcarce 50:

–Yo no hubiera interrumpido.

¿Acaso el conflicto quedó congelado es ese punto?

Entre los catetos del «triángulo de hierro» reina ahora una calma tan tensa como silenciosa. Caputo ya está avisado: si Milei tiene que elegir, su prioridad será siempre Karina. Pero, a su vez, ellos son conscientes de que, en tal caso, el hombre de los tatuajes mafiosos se irá con sus secretos a cuestas; secretos que, más temprano que tarde, saldrían a la luz. Gajes de la geometría política.  

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