Política | A MEDIO SIGLO DE SU MUERTE

La huella de Perón

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Daniel Vilá

Tres veces presidente, marcó a fuego la historia argentina del siglo pasado y su legado se proyecta en la actualidad. El movimiento político que creó hace casi 80 años sigue vigente.

Desde el balcón. En 1973, anciano y con problemas de salud, encabezó su tercera presidencia.

Foto: Archivo Acción

A principios de junio de 1974, el presidente Juan Domingo Perón comenzó a sufrir dolores en el pecho y a experimentar un decaimiento que obligó a los médicos que lo asistían a recomendarle que renunciara a su cargo para encarar un tratamiento adecuado. Sus funcionarios lograron que desistiera de tal idea y la CGT convocó a un acto en Plaza de Mayo para el 12 de ese mes con el fin de que el pueblo le reiterara su adhesión.

Se lo notó ahogado, con la voz deteriorada. Sabía que estaba pronunciando su discurso de despedida. Pidió a los miles de asistentes que cuidaran sus conquistas laborales porque se aproximaban tiempos difíciles y dejó una de las tantas frases mitológicas que signaran su trayectoria política: «Llevo en mis oídos la más maravillosa música que es para mí la palabra del pueblo argentino». Cuatro días después, se le diagnosticó una broncopatía infecciosa que complicó su enfermedad circulatoria crónica. El 1 de julio de 1974, un país consternado recibía la noticia de su muerte.

Perón había nacido en Lobos, el 8 de octubre de 1895, «hijo natural» de Mario Tomás Perón y Juana Salvadora Sosa –posiblemente de origen tehuelche– quienes se casaron posteriormente. Sus íntimos lo llamaban «Pocho», un apodo que se generalizó y así era mencionado en los ámbitos en los que le tocó actuar. En 1911 ingresó en el Colegio Militar de la Nación en el que se graduó como subteniente de infantería dos años después.

El 6 de septiembre de 1930 se produjo un golpe de Estado encabezado por el general José Félix Uriburu contra Hipólito Yrigoyen –quien ejercía su segundo mandato–, que fue apoyado por radicales antipersonalistas, socialistas independientes, conservadores (la denominada Concordancia), el Poder Judicial que lo declaró legítimo, organizaciones patronales y estudiantiles. Nacía así la Década Infame, caracterizada por el fraude electoral, la represión, la entrega y la corrupción. Por entonces, Perón fue ascendido a coronel y años más tarde participó marginalmente en la preparación del golpe de 1943 ligado a una logia nacionalista conocida como GOU, sigla que podría corresponder a Grupo Obra de Unificación o a Grupo Oficiales Unidos.


El germen
A partir de entonces comenzó a desarrollar intensos contactos con gremialistas y se lo designó como titular del Departamento Nacional de Trabajo, una dependencia poco importante en la que desarrolló una contundente labor, merced a la cual consiguió que elevara su rango a Secretaría de Trabajo y Previsión. Paralelamente se desempeñó como vicepresidente y ministro de Guerra de Edelmiro J. Farrell cuando este sucedió a Ramírez como fruto de un golpe palaciego. Desde los dos primeros cargos hizo aprobar las leyes laborales que habían sido reclamadas históricamente por el movimiento obrero, entre ellas, la indemnización por despido, el aguinaldo, el estatuto del Peón de Campo y la negociación de convenios colectivos.

Tan importante actividad le granjeó la adhesión de amplios sectores de la clase obrera que muy pronto se declararían peronistas, pero también el repudio de los terratenientes y los industriales a quienes había intentado convencer infructuosamente de los beneficios que se derivarían de una alianza entre el capital y el trabajo. La Sociedad Rural Argentina, a través de sus voceros, consideró que el Estatuto del Peón «habrá de sembrar el germen del desorden social al inculcar en gentes de limitada cultura aspiraciones irrealizables», en tanto la Unión Industrial Argentina se alzaba contra «la indisciplina que engendra en las empresas el uso generalizado de un lenguaje que presenta a los patrones en posición de prepotencia».

En octubre de 1945 las presiones de los sectores oligárquicos consiguieron que fuera despojado de todos sus cargos y detenido en la isla de Martín García, pero tras una compleja trama de intrigas, el 17 de ese mes una multitudinaria concentración obrera colmó la Plaza de Mayo en reclamo de su liberación. Esa gesta tuvo una protagonista central, María Eva Duarte, una actriz de humilde origen que ese mismo año se casaría con quien ya era líder de los trabajadores. El régimen de facto convocó a elecciones para 1946 y prácticamente todas las fuerzas políticas se coaligaron con el auspicio del embajador estadounidense Spruille Braden y constituyeron la Unión Democrática para enfrentar al naciente peronismo. Contra todos los pronósticos, la fórmula Perón-Quijano, respaldada por el flamante Partido Laborista, un sector del radicalismo y un grupo de dirigentes conservadores, se impuso después de una modesta campaña con precarias herramientas propagandísticas. Su principal consigna: «Braden o Perón».

Durante su primera presidencia impulsó la reforma de la Constitución Nacional, en 1949, sancionando legislación de contenido social, consagró el voto femenino, nacionalizó empresas de servicios, los ferrocarriles ingleses, el comercio exterior y en el plano de la política exterior planteó la «tercera posición», equidistante de Estados Unidos y la Unión Soviética.

Por entonces María Eva Duarte, que desempeñaba una ímproba labor en beneficio de los que llamaba sus «descamisados» se había convertido en Evita, «la abanderada de los humildes».

En 1951 la oposición antiperonista articuló un frustrado golpe de estado encabezado por el general Benjamín Menéndez. Un año después, víctima del cáncer, murió Evita. Su funeral, que duró varios días, fue una espectacular demostración de cariño popular. Perón fue reelecto, continuó con sus políticas a favor de los más postergados y apostó al desarrollo industrial, pero debió enfrentar atentados terroristas que endurecieron su persecución a la oposición y los medios de prensa adversos. La creciente violencia se expresó brutalmente en el bombardeo a la Plaza de Mayo de junio de 1955 encarado por militares antiperonistas que ocasionó más de 300 muertos y en el enfrentamiento con la Iglesia Católica que derivó en el incendio de algunas iglesias, presuntamente por partidarios del peronismo.

1950. Uno de los emblemáticos actos peronistas: discurso ante una multitud.

Foto: Getty Images

En septiembre de ese año se produjo su derrocamiento. La dictadura, autodenominada «Revolución Libertadora», proscribió al peronismo de la vida política, derogó la reforma constitucional y mediante el decreto 4.161 prohibió mencionar a Perón, quien se exilió en Paraguay, Panamá, Nicaragua, República Dominicana y España y se casó con María Estela Martínez, más conocida como Isabel. Desde ese país intentó regresar en 1964, pero el Gobierno del radical Arturo Illia lo impidió y fue enviado de regreso desde Brasil. En ese lapso surgió la denominada «resistencia peronista», integrada por grupos sindicales, juveniles, barriales, estudiantiles y organizaciones guerrilleras que luchaban por su retorno al país y elecciones sin proscripciones.


De vuelta
La dictadura de Alejandro Lanusse intentó cooptarlo para legitimar sus propios planes, pero el astuto líder ideó una serie de maniobras distractivas y logro regresar provisoriamente al país en 1972 para armar su juego que consistía en un fluctuante apoyo a la Tendencia Revolucionaria y al sindicalismo tradicional. El peronismo participó de las elecciones de 1973 con su líder proscripto y la fórmula presidencial Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima, que se impuso por un amplio margen. Sin embargo, los conflictos internos que no logró aplacar el nuevo Gobierno estallaron en la masacre de Ezeiza el 20 de junio, día del regreso definitivo del líder proveniente de España.

A partir de allí Perón respaldó a la ortodoxia, Cámpora y su vice fueron instados a renunciar y se convocó a nuevos comicios en los que la fórmula Perón-Isabel triunfó por amplio margen. En las sombras operaba el comando parapolicial de las Tres A (Alianza Anticomunista Argentina) conducido por el ominoso ministro de Bienestar Social, José López Rega, que perpetró centenares de crímenes contra militantes peronistas y de izquierda. La tercera presidencia siguió los lineamientos de las dos anteriores aunque en un contexto más problemático y la relación con los jóvenes radicalizados culminó con la ruptura definitiva cuando se retiraron de la plaza de Mayo el 1º de mayo de 1974.

Su desaparición física, dos meses después, reflejó el peso histórico de un líder que dejó su impronta en el siglo XX y sigue influyendo aún en la Argentina de hoy, al punto de que el día de su fallecimiento el popular diario Crónica no necesitó más que una palabra para registrar el dolor de las mayorías populares: «Murió».

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