Política | VICTORIA VILLARRUEL

La Pigmalión de Milei

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Ricardo Ragendorfer

Principal adversaria en la interna actual, la vicepresidenta fue, sin embargo, una de las mentoras del líder libertario en el comienzo de su carrera política. Sus vínculos con genocidas y el aprecio de Videla.

18 de julio. La mandataria durante el acto por el 30° aniversario del atentado a la AMIA.

Foto: NA

Durante el mediodía del último domingo de julio, la atmósfera que envolvía al acto culminante de la Exposición Rural se podía cortar con un cuchillo. Es que la proximidad física del presidente Javier Milei con la vicepresidenta Victoria Villarruel, su gran enemiga del presente, era el plato fuerte de la jornada. 

Lo cierto es que la animosidad entre ambos ya es de dominio público, al punto de que hasta la prensa oficialista admite que el vínculo los unía está «todo roto» y que ella «ya no es parte del Gobierno» (Jonatan Viale por TN).

Una paradoja, puesto que, quizás, el líder libertario seguiría siendo un personajillo del montón si el destino no lo hubiera cruzado con esa mujer.

Bien vale entonces reparar en su figura

La visitante
Sin ser tan rústica como la ya olvidada Cecilia Pando, esta abogada de 49 años sobrelleva con empeño su gesta en defensa de los genocidas desde el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTyV), una ONG de su propio cuño. Asimismo, ha publicado dos libros al respecto, además de trajinar programas de TV, tipo Intratables. Esta militancia a favor de lo que ella denomina «memoria completa» le ha brindado una módica celebridad y el aprecio del mismísimo Jorge Rafael Videla, a quien iba a ver con frecuencia al penal de Marcos Paz, además de ser recibida por otros represores. 

Nadie entonces imaginó que ella, una simple «groupie» de genocidas, se convertiría en vicepresidenta de la Nación. 

Ya en plena campaña electoral, al salir a la luz sus visitas a seres de tal calaña, ella simplemente adujo que eso tuvo por objeto «documentar todas las voces» para volcarlas en un libro. 

¿Acaso se refería a Los llaman jóvenes idealistas (2009), su presunta ópera prima en el campo de las letras, o a Los otros muertos (2014), escrito en presunta coautoría con un tal Carlos Manfroni? 

En este caso, la palabra «presunta» no es antojadiza. Al respecto, resalta uno de sus «visitados»: el excapitán de la Armada Alberto González (a) «El Gato», un esbirro de la ESMA con veleidades intelectuales, a quien Villarruel considera su «formador».

De hecho, sus encuentros con él –también en el penal de Marcos Paz– no solo eran frecuentes sino que solía ir acompañada por otros negacionistas deseosos de conocer al ilustre presidiario. Entre ellos, la señora Pando.

Pues bien, en un posteo subido por esa mujer el 23 de julio de 2022 en X (antes Twitter), dice: «Conocí a Alberto González por Victoria Villarruel. Fuimos juntas al penal, y él nos mostraba un libro que estaba escribiendo, que luego firmó ella».

No está de más poner en foco al ghost writer en cuestión.

En la actualidad, González cumple dos condenas a prisión perpetua. La primera (causa ESMA II) por su papel en la desaparición de 86 personas; en la otra (causa ESMA III), su cosecha asciende a 789 víctimas. Y también purga una condena a 20 años por violaciones a mujeres cautivas en los inframundos de la Armada. En definitiva, además de torturador y asesino, aquel sujeto es un vulgar «violeta», como en la jerga «tumbera» se les dice a los violadores. 

De eso dio cuenta Silvia Labayru al describir –no solo ante la Justicia sino también en su testimonio para el libro La llamada, de Leila Guerrero– su paso por la ESMA a los 20 años de edad, donde fue convertida en su «botín sexual». El tipo no solo la violaba en esa mazmorra, puesto que también solía llevarla a un hotel alojamiento y a su propio domicilio –un hogar «occidental y cristiano» en la calle Marcelo T. de Alvear 1960–, donde a las violaciones se sumaba su esposa, Amalia Bouilly, mientras la hija de ellos, de solo tres años, dormía en una habitación contigua. 

Ya en democracia, González fue destinado a las agregadurías navales de Argentina en el Reino Unido y Holanda. 

De regreso, cursó la carrera de Historia en la Universidad de Belgrano. En 1989 lo nombraron jefe de investigaciones del Departamento de Estudios Históricos de la Armada. Tres años después lo pasaron a retiro por considerar que estaba «inutilizado para el servicio».

En 2005, ya preso en la Base Naval de Zárate, acostumbraba ir a verlo un amigote suyo, el coronel retirado Marcelo Villarruel (a) «El Cachucha» (el tipo, a fines de 1975, había participado en el Operativo Independencia contra el ERP en Tucumán, donde se lo recuerda por sus feroces interrogatorios). La cuestión es que, en una oportunidad, fue a visitar a González en compañía de su hija, Victoria. El flechazo (intelectual) entre ambos fue inmediato. 

Es posible que su mixtura de virtudes asesinas y académicas hiciera que la doctora Villarruel se deslumbrara con él. Desde entonces, por cierto, ella se percibe su «discípula». Y el bueno de González hasta le cedió la autoría de sus textos. Conmovedor. ¿Habría existido entre ambos un lazo amoroso, tal como, por caso, desliza en privado el intelectual libertario Nicolás Marquez? Solo Dios lo sabe.

El Club de los Viernes 
Ya en la segunda década de este siglo, Villarruel anudó un muy provechoso lazo con ciertos referentes de la ultraderecha española. Entre ellos, Santiago Abascal, el líder de Vox, una falange neofascista que ahora cuenta con medio centenar de representantes parlamentarios, además de ser el factótum de una «internacional negra», con presencia en Uruguay, Colombia y Venezuela.

El asunto es que, con el mayor de los sigilos, ella pasó a ser nada menos que la delegada de Vox en Argentina. 

En este punto entró a tallar Javier Ortega Smith, el segundo de Abascal en Vox. A este sujeto se lo vio junto a Villarruel en agosto de 2019, durante su visita a Buenos Aires, al ofrecer en el Círculo Militar una conferencia ante un público que lo aplaudía a rabiar. Así, con aquel sencillo pero emotivo acto, Vox puso un pie en Argentina, mediante un sello bautizado «El Club de los Viernes», cuyo crecimiento se cifraba en la organización de eventos. Desde entonces, los viajes de Villarruel a Madrid se tornaron frecuentes. En aquella ciudad la recibía el mismísimo Abascal, quien tomaba nota de sus logros. El más prometedor fue la captación de Javier Milei.

El economista comenzó a frecuentar «El Club de los Viernes». Fue en ese ámbito donde Villarruel puso el ojo en su singular temperamento. Y al poco tiempo, fue convocado para inaugurar allí un ciclo de conferencias ante 500 asistentes.

Su flamante mentora no tardó en presentárselo a Ortega Smith. 

–Así que tú eres mi famoso tocayo. Me han hablado mucho de ti –fue la frase del dirigente español, en medio de un cálido apretón de manos.

Al «tocayo» le brillaban sus ojillos verdosos, tal vez al intuir que su vida acababa de dar un vuelco. No se equivocaba.

De modo que Milei, lejos de ser un producto milagroso del rechazo que genera la «casta política», es en realidad una criatura prolijamente amaestrada para deslumbrar al sector más vulnerable del electorado. 

Así fue que, siempre con Villarruel a su lado, poco a poco comenzó a ser «la voz de los sin voz» o –como él suele definirse– el hombre que vino a «despertar leones». Y con Villarruel nada menos que de Pigmalión.

En fin, buena parte de esta trama –que ahora hasta incluye el estrepitoso desplome del vínculo entre ellos– ya se conoce. Pero no aún su final.

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