20 de diciembre de 2024
Aun con su influencia en retroceso, la institución religiosa siempre mantuvo vínculos significativos con la política nacional. Cortocircuitos con Milei y movimientos en la jerarquía eclesiástica local.
Visita presidencial. El Gobierno y la Santa Sede sostienen un vínculo tirante que apuesta al diálogo y a relaciones institucionales correctas.
Foto: NA
En la Argentina, la relación entre el Gobierno de turno y la Iglesia Católica ha sido siempre una cuestión que mereció análisis político dado el histórico poder simbólico del catolicismo y su incidencia en la cultura y en la vida social. También lo es hoy cuando gobierna Javier Milei, a pesar de que la incidencia de la institución católica sigue en retroceso en cuanto a feligresía y su influencia social es cada día menor. Sin embargo, el capítulo de esas relaciones gana ahora una dimensión especial porque ya no se trata solamente de un asunto local, sino que adquiere otros ribetes a partir de que la máxima autoridad del catolicismo está ejercida por un argentino, el papa Francisco, una figura que desde el Vaticano creció en reconocimiento político y en las relaciones internacionales.
En campaña, Milei se encargó de fustigar severamente al papa. Lo calificó de «representante del maligno» y lo enfrentó ideológicamente, desautorizando una agenda que para Francisco incluye temas de gran centralidad. A saber: la justicia social (que para el presidente es «un robo», porque les saca a los ricos para darles a los pobres), la «opción preferencial por los pobres», el apoyo a los movimientos sociales y la defensa del ambiente en la llamada «casa común». Luego de la elección, Jorge Bergoglio accedió a recibir al presidente argentino en el Vaticano y las imágenes y las informaciones que trascendieron entonces apuntaron a un eventual acercamiento entre ambos. Debería decirse que primaron la «cordialidad» y la «institucionalidad», pero las diferencias de fondo nunca desaparecieron y parecen difícilmente subsanables debido a la existencia de dos perspectivas sumamente desencontradas respecto de la vida en sociedad y la manera de afrontar la convivencia entre las personas.
Desplante. El canciller chileno ante el papa por el aniversario del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile. El ministro argentino faltó a último momento.
Foto: Ministerio de Relaciones Exteriores Chile
El último cortocircuito entre la Casa Rosada y el Vaticano tuvo lugar el pasado 2 de diciembre en una conmemoración organizada por el sumo pontífice en Roma para recordar los 40 años del «Tratado de paz y amistad» firmado por Chile y Argentina en 1984, luego del conflicto por el Canal de Beagle, que estuvo a punto de precipitar una guerra entre las dictaduras de Augusto Pinochet y Jorge Videla. En ese momento, una mediación de Juan Pablo II evitó el enfrentamiento armado. Francisco quiso destacar aquella acción diplomática y ponerla como un ejemplo para las gestiones de paz –no siempre exitosas– que ahora mismo encara el Vaticano. La de máxima era que del acto participaran los presidentes Boric y Milei, como en una ocasión similar (2009) lo habían hecho las entonces presidentas Cristina Fernández y Michelle Bachelet. La idea no gustó en Olivos y se buscó una alternativa: la presencia de ambos cancilleres para acompañar al papa. Todo estaba acordado. Hasta que pocos días antes del evento el canciller argentino Gerardo Werthein recibió expresa indicación de Milei de no hacerse presente. Estuvo el canciller chileno Alberto van Klaveren y la representación argentina quedó relegada a nivel del embajador ante la Santa Sede, Luis Beltramino. Un faltazo leído con desagrado por Francisco, más allá de que las explicaciones de Werthein apuntaron a eventuales desavenencias de Milei con su par Boric durante el encuentro del G20 en Brasil. Poco convincente.
Nombres nuevos
Desde Roma, el papa ha tomado decisiones destinadas a cambiar el perfil tradicionalmente conservador de la jerarquía católica argentina a través de la designación de obispos afines con su prédica. Nombramientos como el de Jorge García Cuerva (Buenos Aires), Ángel Rossi (Córdoba), Marcelo Colombo (Mendoza), y el más reciente, de Gustavo Carrara (La Plata), hablan de ello. Son sedes estratégicas para personas que responden a las orientaciones de Francisco. No son los únicos. Se podría hacer una lista de nuevos obispos jóvenes alineados con el sumo pontífice.
En lo local, hay que leer que la designación democrática que hizo el plenario de obispos al elegir en noviembre pasado a Marcelo Colombo como nuevo presidente del episcopado, y a Ángel Rossi como su vicepresidente, es también la ratificación de una postura colectiva. Basta recordar que, pocos días antes de ser electo, Colombo volvió a decir que todo programa económico «tiene que ser con la gente adentro». Rossi sostiene que quitarles los remedios a los jubilados es «eutanasia programada».
Ante la pregunta sobre las relaciones entre la Iglesia Católica y el Gobierno, de ambos lados habrá una misma respuesta: diálogo y relaciones institucionales correctas. Nadie arriesga una palabra más, pero tampoco un paso atrás en sus convicciones. Por ahora, y para entender el desarrollo de la trama, habrá que seguir leyendo entre líneas e interpretar los gestos de ambos lados.
El presidente, por «cuestiones de agenda», no pudo recibir a los obispos que quisieron saludarlo personalmente como es habitual antes de la Navidad. Milei se siente a gusto con los evangelistas liberales y conservadores que lo aplauden. Los obispos católicos continúan con su prédica de «justicia social» y «opción por los pobres», respondiendo a una demanda de las bases de su propia feligresía y de las orientaciones vaticanas. Habrá nuevos capítulos en esta historia.