Política | DERROTA DE MILEI EN EL CONGRESO

Los límites del todo o nada

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Demián Verduga

El oficialismo bajó el proyecto de ley Ómnibus tras perder la votación en artículos que consideraba nodales y retomó la senda de agresiones hacia eventuales aliados. Señales de lo que vendrá.

Foja cero. La sesión del 6 de febrero en Diputados finalizó con el retiro del proyecto.

Foto: Paola Olari Ugrotte

Durante la campaña electoral del año pasado, Patricia Bullrich remataba sus spots con una frase: «O es todo o es nada». Se refería al «cambio» que supuestamente impulsaría su Gobierno. Bullrich quedó tercera en la primera vuelta. Sin embargo, su estrategia de gestión fue tomada por quien salió segundo en esa instancia y luego ganó el balotaje, el actual presidente Javier Milei.
Son muchos los trascendidos y rumores que sostienen que Federico Sturzenegger, autor intelectual de la ley Ómnibus y del megaDNU, tenía contactos con Milei antes de que Bullrich quedara fuera de carrera. Y que le «vendió» al líder de La Libertad Avanza la estrategia del todo o nada. También es cierto que Milei siempre se ofreció como un revolucionario conservador que se proponía dar vuelta el país como una media, apoyado en el mal humor social que sembró una inflación superior al 50% anual durante los últimos ocho años.
Los detalles de cómo se engendró el proyecto de la denominada ley Ómnibus y el megadecreto de necesidad y urgencia con los que Milei se propuso reescribir la historia argentina como si estuviera frente a una hoja en blanco son anécdotas. El punto central es que por ahora la estrategia fracasó.
Su última derrota fue en la sesión de este martes 6 de febrero en la Cámara de Diputados que desembocó en que dejara de tratarse el proyecto y todo volviera a foja cero.
La apuesta a modificar 50 años de legislaciones de un plumazo implicó abrir decenas de frentes de tormenta al mismo tiempo. En general, los presidentes que han logrado modificar algo, por derecha o por izquierda, no tuvieron como estrategia jugar a todo o nada en una sola gran apuesta. Ejemplo: una de las medidas emblemáticas del ciclo kirchnerista fue la reestatización de YPF. Se hizo luego de ocho años de gestión.
El experimento mileísta también se ensaya en el ejercicio del poder, no solo en las formas de comunicación. La ley Ómnibus empezó enredada en una maraña de intereses contrapuestos y malas negociaciones. Uno de los puntos que disparó controversias de inmediato fue la intención de modificar la Ley de Pesca, que pretendía liberar el mar territorial argentino para que empresas pesqueras de otros países puedan explotarlo. Era otra de las innovaciones libertarias que no se aplican en ninguna parte. Los gobernadores de las provincias patagónicas pusieron el grito en el cielo y el Gobierno retrocedió. Fue solo una primera muestra de las complicaciones que traería la estrategia de pretender modificar hasta el color del cielo con un proyecto de ley.

Ejes de la discordia
¿Qué fue lo que ocurrió en la fracasada sesión de este martes en Diputados? La respuesta la dio el propio oficialismo en dos comunicados publicados en la red social X. En uno acusó de «traición» a los gobernadores, sin especificar a quiénes se refería. En el otro publicó una lista de los diputados que habían votado a favor de seis emergencias, pero en contra de la delegación de facultades que pretendía obtener Milei para gobernar a discreción en esas áreas.
La negociación con los gobernadores dispuestos a acompañar al oficialismo, los de Juntos por el Cambio, el peronista tucumano Osvaldo Jaldo y el cordobesista Martín Llaryora, estaba en un punto muerto desde hace semanas. Milei anunció en los primeros días de su Gobierno, con la consigna «no hay plata», que interrumpiría la obra pública en las provincias y también las transferencias directas del Tesoro.
La mayoría de los mandatarios provinciales –y el mundo político en general– creyeron que era un primer movimiento para luego sentarse a negociar con esa carta en la mano, como han hecho todos los presidentes de distinto signo desde la recuperación democrática de 1983. No fue así. Milei se paró de modo inconmovible sobre el ajuste. Esto se sumó a que los distritos ya habían perdido coparticipación por la quita del Impuesto a las Ganancias sobre los salarios.
En las últimas horas surgió como posible prenda de cambio la coparticipación del Impuesto PAIS, uno de los que más recaudación genera luego del IVA. El oficialismo nacional también se negó a incluir esa iniciativa en la discusión parlamentaria y la respuesta de los mandatarios provinciales fue hacerle sentir su peso en el Congreso.
Milei acusó a los diputados de ser «un conjunto de delincuentes que quieren una Argentina peor» y publicó un listado con foto –en una suerte de escrache oficial– de los diputados «traidores al cambio», que según la interpretación del oficialismo no respetaron la voluntad de su propio electorado. Es una lectura que también circuló en la mayoría de los bloques de la «oposición» filooficialista en estas semanas. Varios de los dirigentes de esas fuerzas parten de la base de que sus votantes optaron por Milei en el balotaje y que ese era uno de los motivos para acompañar al Gobierno. Sin embargo, la política es volátil. Milei debería saberlo. Pasó de panelista de televisión a presidente de la Nación en una carrera meteórica de pocos años.

Marcha atrás
Entre los «traidores» había 21 diputados de Hacemos Coalición Federal, el bloque que conduce Miguel Ángel Pichetto, 8 de Innovación Federal y 25 del radicalismo. La supuesta «traición» consistió en lo siguiente. Al comenzar la sesión de este martes, Milei se anotó una victoria. Sobre las 11 emergencias que pretendía que el Congreso declarase, le fueron otorgadas 6: económica, financiera, energética, tarifaria, administrativa, y de seguridad. Luego había que votar la delegación de facultades, es decir, qué podría hacer el presidente de manera discrecional en esas áreas. Ahí fue donde los números se dieron vuelta. De los 134 a 121 que había logrado para las emergencias, la ecuación se invirtió en cada inciso de la delegación de facultades.
El otro nudo gordiano que no se pudo desatar fue el capítulo de los entes públicos, como el Conicet, que el Gobierno pretendía poder reorganizar o disolver sin pasar por el Congreso. Tenía siete incisos y seis fueron rechazados por mayorías incluso superiores a las que habían aprobado las emergencias. Es claro que un sector de la oposición filooficialista hizo un doble juego: aprobó en general y rechazó por lo bajo los instrumentos discrecionales que pedía el Ejecutivo.
Cuando el oficialismo se dio cuenta de lo que saldría, el diputado Pichetto, siempre dispuesto a colaborar con el Gobierno de turno, pidió un cuarto intermedio para negociar. No podía garantizar ni siquiera el respaldo de su propio bloque. Fue cuando le dijo a La Libertad Avanza que «conceda» algo en la negociación. «Dejen de perder, lo importante es ganar», agregó, con su habitual gesto malhumorado, en la que pretendió ser una breve lección de praxis política. La negociación naufragó. El oficialismo pidió que el proyecto volviera a ser tratado en las comisiones, lo que implicó que todo se retrotrajera a foja cero.
Por ahora, desde el Gobierno las señales son disímiles. La posibilidad de que el presidente desista de su megaley está latente. Eso no quiere decir que renuncie a su pretensión refundacional y que opte por una estrategia más «habitual». La apuesta del «es todo o es nada», al menos en el capítulo del proyecto de ley Ómnibus, desembocó en algo parecido a la nada.

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