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Alberto Santillán y Vanina Kosteki, padre de Darío y hermana de Maximiliano, recuerdan a los militantes asesinados por policías bonaerenses el 26 de junio de 2002 y sostienen el reclamo para que la Justicia avance sobre los responsables políticos.

Por su nombre. Vanina y Alberto en la estación ferroviaria rebautizada Darío y Maxi. (Mauro Torres)

Resaltan que la lucha que llevó a la cárcel a los asesinos de sus seres queridos se fortaleció por la tenaz permanencia en la calle, más allá de no haber logrado aún que los responsables políticos rindan cuentas ante la Justicia. A días de cumplirse 15 años de la Masacre de Avellaneda, Acción reunió a Alberto Santillán y Vanina Kosteki, padre y hermana de los militantes fusilados por la Policía Bonaerense el 26 de junio de 2002, bajo el gobierno de Eduardo Duhalde.
No va al cementerio a llevarle flores a Maxi ni a su mamá, pero no por eso los tiene menos presentes. «A veces trato de recordar cosas lindas, no quiero quedarme con ese trágico día y volver a sentir esa sensación de bronca, de odio», confía la hermana del artista plástico nacido en Lomas de Zamora un 3 de julio de 1979. Para Alberto, entre los instantes más felices está el nacimiento de los nietos. «En esos momentos pienso “¡puta madre, cómo me gustaría verlo llegar! ¡Cómo me gustaría que me dé un abrazo y me diga qué haces, gordo!”. Entonces, es como que la felicidad no es completa. Pero bueno, esas son cosas para uno», dice Alberto con ese vozarrón que sube al Puente Pueyrredón cada 26 de junio, desde hace tres lustros, para recordar a ese pibe que nació el 18 de enero de 1981 en Claypole.  
El papá de Darío es feliz por haber tenido un hijo maravilloso que, a su manera, dejó una enseñanza clara. «La alegría tiene que ser nuestra porque la mierda es de ellos. Nosotros tenemos por quién pelear, por quién sonreír, por quién salir a la calle y mostrar la jeta y el pecho», dice orgulloso Santillán y advierte que «muchos de los hijos de puta que tuvieron que ver con la muerte de Darío y Maxi» se terminan ocultando o escapando cuando a veces van a hacer escraches.

En la calle
Para Vanina, con los responsables políticos de los asesinatos de Maxi y Darío en gobiernos anteriores y en el actual, reciclándose constantemente, la pelea es todos los días. «Estamos saliendo a la calle por fuentes genuinas de trabajo nuevamente. Ver que los amigos pierden el laburo o trabajan en negro y son explotados es parte del folclore político cotidiano. Se siguen reclamando bolsones de alimentos, los comedores escolares son una porquería», describe la militante, y asegura que cuando se pide trabajo genuino, ofrecen un plan y eso no sirve, porque el desocupado quiere trabajo.
Sobre la situación actual, Alberto afirma: «La cantidad de gente desocupada en las provincias es impresionante». En este punto rescata a los movimientos sociales, que le dan una contención a la gente que pierde el trabajo; contención que no le da ningún gobierno. «Lo que tenemos es la lucha, siempre conseguimos cosas en la calle. Hemos visto cómo la gente salió contra el 2×1 o lo que pasó con los docentes, y vemos también que el aparato represivo cada vez está más aceitado para oprimir al pueblo», evalúa Santillán.
A 15 años de la Masacre de Avellaneda, el papá de Darío asegura que siguen de pie, caminando y avanzando, mientras Vanina recuerda que, desde el primer momento que la inició con su mamá, le quedó muy claro que la causa contra los funcionarios era una batalla dura y que se estaban jugando mucho. «Puedo decir, con mucho orgullo, que por primera vez, en democracia, metimos a la Bonaerense tras las rejas con una condena efectiva. Pero nos queda lo más importante: los responsables políticos», insiste la hermana de Maxi. «Este gobierno nos aleja más de la búsqueda de Justicia», dispara Alberto. «¿Para qué me voy a sentar a hablar con Vidal si lo tiene a Ritondo en su gobierno?», se pregunta Vanina. «Ritondo era el segundo en seguridad en la provincia de Buenos Aires (subsecretario del Ministerio del Interior) cuando pasó la Masacre de Avellaneda». 

 

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