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Misterio en Tucumán

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El sacerdote, que había denunciado a narcotraficantes, apareció muerto el 5 de octubre. El fiscal de la causa dice que no fue homicidio, pero los vecinos del pueblo de La Florida no se conformaron y salieron a marchar en reclamo de justicia.

Sospechas. Los feligreses no están convencidos de que el caso haya sido suicidio. (Télam)

 

El luchador. El idealista. El amigo o el compañero del seminario. El curita del pueblo que se atrevió a enfrentar al narcotráfico. En La Florida, comuna rural del departamento de Cruz Alta, en la provincia de Tucumán, todos hablan del padre Juan Viroche. «La mirada franca, la sonrisa contagiosa», lo describe Daniel Clerici, que lo conoce desde que tenía 12 años. En la iglesia del Barrio Victoria, al sur de la capital tucumana, compartían bromas y charlas. Ambos se ordenaron con poco menos de un año de diferencia. Daniel lo llora a la vez que lo recuerda su sonrisa. Porque la sonrisa era uno de los rasgos característicos de Juan. «Soñaba con un mundo distinto, luchaba por un mundo distinto», dice el ahora padre Daniel y asegura que ese hombre tan aferrado a la vida no pudo haberse dado por vencido. «Eso no estaba en su esencia», dice mientras mueve la cabeza de un lado al otro.
A Juan, único hijo varón, le tocó hacerse cargo de su familia desde muy joven. Dejó de estudiar y se dedicó a atender el negocio familiar. «Lo conozco de ir a comprar y que sea él quien atendía la carnicería», cuenta Manuel Pérez y sonríe al hablar de esa adolescencia que los encontró en veredas opuestas. La primera «pica» fue por un potrero. «Esa era nuestra cancha», defendió con firmeza. Quizás con la misma firmeza con la que fue a buscar a sus amigos cuando vio que Juan y los suyos querían adueñarse de ese baldío. Aquella rivalidad fue el germen de una amistad de casi 30 años.
Manuel empezó a ir al grupo juvenil en la capilla del barrio. Las campañas de colectas o de organización de eventos eclesiales hicieron que tuviera que pegar afiches en la carnicería. Y un buen día, Juan empezó a participar de ese espacio. «Después confesó que en realidad entró al grupo por la rivalidad que teníamos. Esperaba que nos ‘‘boxiáramos’’», recuerda Manuel en la puerta de la iglesia donde velan los restos de su amigo.

 

El compromiso
El mate y la sonrisa socarrona. La camiseta del Atlético San Martín de Tucumán apretada entre su puño y su boca. Los pantalones de jean gastados y los mocasines. El compromiso y la lucha. La entrega y el oído atento. Así se va completando la imagen que Juan Viroche dejó entre quienes lo conocieron. El changuito que cuando empezó a participar activamente en el grupo de jóvenes de la Acción Católica sintió que quería trascender el mandato familiar. El que se anotó en la escuela nocturna para terminar el secundario. El que en silencio se inscribió en el seminario. «Su mamá se enfermó y ese año lo perdió, pero después volvió y se hizo cura», dice Manuel, que ahora es maestro. El destino quiso que los amigos compartieran hasta el lugar de trabajo: Manuel sigue viviendo en San Miguel de Tucumán y enseña en La Florida.
Juan estaba en la iglesia Nuestra Señora del Valle desde el año 2013. En cada misa denunció a los responsables del narcomenudeo. Vecinos, amigos y familiares aseguran que esa denuncia le costó la vida.
La mañana del 5 de octubre el pueblo empezó a llorar al cura Viroche. La investigación se caratula como «muerte dudosa». Ya fueron tres las marchas que han exigido que autoridades políticas y eclesiales se comprometan con la búsqueda de la verdad. El suicidio parece no ser una posibilidad entre los que lo conocieron. Para el fiscal López Ávila, la hipótesis del homicidio está prácticamente descartada y restaría saber si fue un suicidio voluntario o inducido. Los Curas en Opción por los Pobres, mientras tanto, emitieron un documento en que reclaman una «investigación independiente y creíble».

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