Política | MILEI Y EL MENEMISMO

Parecido y diferente

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Daniel Vilá

La admiración incondicional que expresó el presidente hacia el dirigente riojano surge de la comunión ideológica con las reformas implementadas en los 90. Contextos incomparables.

Casa Rosada. Milei rindió tributo a Carlos Menem al inaugurar su busto el 14 de mayo, aniversario del triunfo electoral que llevó al riojano al poder.

Foto: Casa Rosada

En sus primeros seis meses de gestión, Javier Milei le arrebató a su admirado «mejor presidente argentino», Carlos Menem, el récord de excursionismo internacional con ocho viajes, entre ellos cuatro a Estados Unidos. El riojano, en dos años (1993 y 1994) había visitado Suiza, Holanda, Italia, Chipre, Japón y Estados Unidos, España, la India, Canadá, nuevamente Estados Unidos, Austria y Túnez, siempre con una multitudinaria comitiva, al punto que el jefe de protocolo español, al verlos bajar del avión, exclamó: «Esto no es una visita, es un desembarco».

Su trotamundismo no es lo único que ambos personajes tienen en común. También pueden observarse muchas coincidencias, y algunas diferencias, en las políticas de gobierno y en ciertas actitudes personales. Menem asumió tras el derrumbe del Gobierno de Raúl Alfonsín en un contexto hiperinflacionario que no pudo modificar hasta que Domingo Cavallo, como ministro de Economía, instaló durante varios años la fantasía de la paridad entre el dólar y el peso que sedujo a la clase media, aunque la burbuja terminó por estallar.

Eran tiempos en los que se había derrumbado el socialismo real –hecho que producía un desbalance en el poder mundial– y la gran potencia del norte afirmaba su hegemonía. El Consenso de Washington imponía un catecismo económico neoliberal que fue inmediatamente adoptado por el caudillo riojano. Así fue como se desató un festival de privatizaciones que incluyó a empresas clave como Entel, Segba, Gas del Estado, Obras Sanitarias, YPF, Aerolíneas Argentinas, los ferrocarriles, entre otras de una larga lista.

Convertibilidad y dolarización
Milei, que sueña con repetir la hazaña menemista con la Ley Bases, es fruto, en cambio, de una crisis que generó el fenómeno de la antipolítica y que lo catapultó en apenas dos años al ejercicio de una función que se contradice con sus objetivos: gestiona un Estado al que se propone destruir. Además, su adscripción incondicional a los dictados de Washington se produce en una coyuntura geopolítica donde avanza el multilateralismo, el porcentaje del PBI global representado por la economía estadounidense se ha reducido drásticamente desde el final de la guerra fría –disminuyó de un 26% a 16%– y el dólar, si bien sigue siendo una moneda relevante de cambio internacional, ha pasado de representar un 70% de las reservas de los bancos centrales del mundo a un 60% en apenas 20 años.

En términos económicos existe una identidad de objetivos en cuanto a la desregulación, las privatizaciones y en la búsqueda de un ancla nominal de tipo de cambio. En el caso de Menem, la fracasada convertibilidad, en el de Milei, la utópica dolarización que forma parte del ideario libertario, pero resulta claramente inaplicable. 

Si se abordan sus comportamientos en materia laboral se observa que el riojano negoció mano a mano con los sindicalistas y tuvo no pocos aliados entre ellos, aunque el salario y las jubilaciones se deterioraron fuertemente. El anarco-capitalista, por el contrario, evidenció una pésima relación con el gremialismo. En el área social, durante los diez años en los que gobernó Menem no se contó con una red de contención para los millones de desocupados, la que recién se fue consolidando durante el período kirchnerista. Milei combate abiertamente a los movimientos sociales, procura su extinción y se niega a entregar alimentos a quienes, debido a las medidas que intencionalmente adoptó, deben soportar hambre y miseria.

Relaciones carnales. Menem con su par estadounidense George Bush. La sintonía total con EE.UU. se repite en el Gobierno actual.

Foto: Getty Images

Alineamiento compartido
En cuanto a la justicia federal adicta al menemismo, resultan evidentes sus oscuros vínculos con los servicios de inteligencia que, entre otras cosas, encubrieron los atentados a la embajada de Israel y la Amia y la explosión de la fábrica militar de Río Tercero, así como la complicidad de la Suprema Corte de la mayoría automática. Milei no se propone introducir modificaciones de fondo y puja por colocar a dos jueces de su confianza para cubrir las vacantes en el máximo tribunal.

Otro tópico en el que existen coincidencias, pero también sutiles diferencias, es el de la política exterior. A través de su ministro de Relaciones Exteriores, Guido Di Tella, el menemismo utilizó la expresión «relaciones carnales» para referirse a los vínculos con Estados Unidos y mantuvo una conducta seguidista, que concordaba con todas las decisiones de esta potencia.

Milei, pese a compartir a grandes rasgos el alineamiento automático con Washington, «ha dado –como sostiene el investigador del Conicet Alejandro Simonoff– varios pasos en falso. Mientras sostiene múltiples reuniones con personal clave de la administración demócrata de Joe Biden, se muestra con Donald Trump en plena campaña electoral estadounidense y expresa claramente su favoritismo por él, demostrando la repetición de ese patrón de búsqueda de aprobación y del modo informal y poco sagaz de la política exterior que podría condicionar la pretensión de repetir aquella relación «erótica». Con respecto a Israel, Milei respaldó igual que Menem las determinaciones de Washington, pero sobreactuó su papel al anunciar la intención de trasladar la embajada argentina a Jerusalén, algo que solo hicieron un puñado de países de escaso peso político en el concierto de naciones.

En lo que concierne al reclamo soberano sobre Malvinas y las islas del sur, el menemismo había promovido un proceso de «seducción» respecto de los kelpers que fracasó rotundamente. Milei, que ha expresado reiteradamente su admiración por Margaret Thatcher, fue más lejos, a través de su canciller, Diana Mondino, al promover la devolución de esos territorios mediante un acuerdo similar al que rige para Hong Kong.

Menem y Milei exhibieron también una conducta similar respecto al abandono de los organismos internacionales que no estén regidos por Estados Unidos. El gobierno menemista se retiró ostentosamente del Movimiento de No Alineados con un criterio muy particular: pertenecer al Tercer Mundo es una desgracia que hay que intentar superar y esforzarse por estar allí es una decisión incomprensible. Cabe consignar que, a todas luces, se trata de una modalidad de subordinación autoimpuesta. El actual presidente, en la misma senda, renunció a la pertenencia a los BRiCS, minimizó la importancia del Mercosur y la Unasur y se enfrentó con los presidentes de los principales países de América Latina (México, Brasil, Colombia, Venezuela y Chile).

Por fin, ambos mandatarios tienen elementos comunes y otros disímiles en cuanto a su personalidad. Menem acentuaba su demagogia en relación a los sectores populares y era discursivamente tan sereno como insustancial. Milei utiliza un lenguaje grosero y violento, aunque tan vacuo como el de su lejano antecesor. Pero existe un elemento que los identifica totalmente: su narcisismo exacerbado.

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