Política

Pichetto y los pobres

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Las declaraciones discriminatorias del candidato a vicepresidente de Juntos por el Cambio constituyen una provocación destinada a conquistar al sector más reaccionario del electorado. El negacionismo oficialista, una constante de campaña.


Exabrupto. «Nunca hablé de dinamitar las villas», debió aclarar el senador rionegrino después de que trascendiera su polémica frase. (Télam

Los exabruptos del senador y candidato a vicepresidente de Juntos por el Cambio, Miguel Ángel Pichetto, se fueron sucediendo desde que resolvió culminar su carrera política en esa alianza, tras una prolongada actividad legislativa como representante del peronismo en todas sus variantes. El rionegrino –que carece de apoyaturas sólidas en su propia provincia– se esfuerza en fustigar las ideas que antes defendía, pero sus últimas sobreactuaciones permiten suponer que aspira a competir por la conducción del actual oficialismo si –como todo indica– los resultados de las elecciones del 27 de octubre son desfavorables para la alianza gobernante. Para ello necesita convertirse en el adalid de la fidelización del núcleo más duro del macrismo en pos de encabezar una «oposición a la venezolana» en el muy probable caso de que su jefe político resuelva retirarse de la vida pública, o en su mano derecha, si decide continuar ejerciendo una tarea para la que no ha demostrado capacidad alguna.
De allí que sus polémicas declaraciones sobre el narcotráfico y la necesidad de «dinamitar» la villa 1.11.14 deban ser evaluadas como una premeditada provocación destinada a excitar y conmover al sector social más antiperonista y reaccionario de la población, que festeja con algarabía cualquier agresión o despojo a los más desfavorecidos, a los que considera responsables de su situación debido a una supuesta desafección por el trabajo. Una variante más moderada de esta concepción fue sostenida por un personaje secundario ligado a la principal competidora de Pichetto en materia de «bolsonarismo», Elisa Carrió. Se trata de Héctor Toti Flores, quien se inició hace poco menos de dos décadas como dirigente social para, tras romper con su clase, convertirse en diputado oficialista. Flores, interpelado por la prensa, intentó explicar a su manera las razones que motivarían a sus antiguos representados: «En los lugares más pobres hay un destino marcado de que vas a morir pobre y eso hace que no te preocupe producir para sobrevivir».
El negacionismo acerca del brutal incremento de la pobreza y la indigencia ha adquirido características intolerables, por el cinismo de los funcionarios que la consideran «una cuestión subjetiva», o de los que, como Patricia Bullrich, sostienen sin ponerse colorados que si hay quien padece el hambre puede comer en los comedores, a los que el Estado que los creó con sus políticas aporta migajas y que son sostenidos por el esfuerzo de los movimientos sociales y algunas iglesias.
Pero tal vez el episodio más grotesco haya sido el que acaeció en establecimientos escolares a los que asisten alumnos que residen en la villa La Cava de San Isidro –del que dieron cuenta el periódico Tiempo Argentino y otras publicaciones locales–, muchos de los cuales padecen problemas nutricionales graves, que a menudo derivan en obesidad. En lugar de proporcionar a las escuelas alimentos frescos  que reemplacen al arroz y las harinas que los pibes se ven obligados a ingerir debido a los altos costos de productos más sanos y nutritivos que sus familias no pueden comprar, se les han entregado folletos que, como parte del Programa de Alimentación Saludable que impulsa el intendente Gustavo Posse, alegan: «Podés comer menos y después disfrutar más». En las ilustraciones, dos jóvenes, una chica rubia que encarna la corrección nutricional y un joven con gorrita que asume el papel de contradictor, se enfrentan en el «rap de la saciedad». El chico dispara: «No seas aburrida, yo me como todo, como, como, hasta sentirme como un globo», mientras la elegante niña replica «Comer alimentos, tu panza llenar y al llegar a esto podemos frenar».
Estos comportamientos discriminadores insisten, además, en denostar a las culturas y etnias no europeas y se proponen como objetivo central culpabilizar a los inmigrantes de la delincuencia que provoca inseguridad y de la falta de trabajo que se produciría por una supuesta «invasión de mano de obra extranjera», algo que nunca sucedió, ya que menos del 5% de los habitantes de la Argentina proceden de países limítrofes.  
No se trata solo de xenofobia, una especialidad de Pichetto, quien dedica un considerable segmento de sus declaraciones públicas a estigmatizar a bolivianos, peruanos, paraguayos y senegaleses. La palabra indicada es «aporofobia», un concepto que surge de los términos griegos áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico), creado por la filósofa española Adela Cortina e incorporado  en septiembre de 2017 al diccionario de la lengua española por la Real Academia. Sociológicamente se inscribe en el marco de los discursos de odio, como la homofobia y el racismo, y conduce a acciones de rechazo o violencia a una persona por el solo hecho de pertenecer a un grupo social pauperizado.
La autora del libro Aporofobia, el rechazo al pobre formula una inquietante pregunta: «¿Realmente molestan los extranjeros, o lo que molestan son los pobres, sean extranjeros o de la propia casa?». Como señala Eduardo Valdés, diputado por el Parlasur, en una nota publicada en diversos medios: «Nadie pone reparos a que un jeque árabe se instale en un país europeo, ni a facilitar la residencia a un futbolista famoso. Los yates atracan sin problemas en la costa rica del Mediterráneo mientras las pateras con refugiados se hunden tratando de alcanzarlas».

Cuestión de etiqueta
Otra de las formas que asume el desprecio por la dignidad del pobre se manifiesta, por ejemplo, en el ejercicio del clientelismo electoral. Hace pocos días, un concejal que integraba el bloque de Cambiemos en el Concejo Deliberante de Morón, Nicolás Canario Soto, resolvió abandonarlo con durísimas críticas a la gestión del intendente de ese partido bonaerense, Ramiro Tagliaferro.
En el texto de la renuncia asegura que su decisión se debe «a los lamentables hechos políticos que son de público conocimiento» (se refiere al reparto en barrios carenciados de colchones y otros enseres etiquetados con el nombre de Tagliaferro). «No puedo seguir siendo cómplice del más descarado de los clientelismos políticos nunca antes vistos en la historia de este distrito», aseguró el edil.
En otro párrafo del documento, Canario Soto se refiere al desabastecimiento del hospital municipal y a «la violencia moral ejercida contra empleados del Estado para realizar actividades de campaña, la malversación de recursos públicos para provechos particulares, la captación del voto de los más vulnerables a través de prebendas (…) las irregularidades en el manejo de los fondos públicos, el recurso a la constitución de los oscuros contratos inexplicables para evitar los mecanismos transparentes de licitación».
Por último, señala que «un concejal se debe al pueblo que lo eligió, no a un patrón de estancia que pretende manejar un municipio de 400.000 habitantes como si fuera una empresa personal». Denuncias similares se han formalizado en varios partidos bonaerenses, entre ellos,  Lanús y San Antonio de Areco.