9 de diciembre de 2025
En la mitad de su mandato, el Gobierno refuerza su presencia parlamentaria y ordena su coalición, pero se sustenta en alianzas endebles, el alineamiento automático con EE.UU., represión y una deuda que se agiganta.

Desprecio. Al asumir la presidencia Milei habló de espaldas al Congreso y descalificó reiteradamente el rol de los y las legisladoras.
Foto: Getty Images
Javier Milei y su experimento anarcocapitalista llega a los dos años en el poder con la sensación de que ganó un campeonato en el que sus detractores no lo creían capaz de pasar siquiera la primera ronda. Cualquiera que haga un corte del espacio-tiempo del pasado miércoles podría decir que como por arte de magia el partido violeta es la primera minoría en la Cámara de Diputados, capeó el temporal económico que se le desató en la previa a las elecciones del 26 de octubre y parece tener el camino despejado para cumplir con su programa de liberalismo extremo de «ejemplo mundial».
Habrá que recordar, sin embargo, que estos «éxitos» se basan en préstamos de corto alcance y condicionalidades quizás irreparables. Verbigratia: la cantidad de legisladores que pegaron el salto repentino a La Libertad Avanza luego de haber ganado la banca con otros colores –predominantemente amarillo, el complementario en la escala cromático-política– tranquilamente pueden pegar otro salto en cuanto los vientos cambien. El salvataje de la administración Trump ante los desaguisados del ministro de Economía argentino plantean el riesgo de embarcar al país en los disparates más peligrosos de la Casa Blanca, sobre todo a nivel regional. Pero quién se pondría a pensar en esas nimiedades cuando todo parece un suave camino a la gloria y aparece el viejo anhelo de los presidentes en circunstancias como esta de la reelección.
Para entender la película desde el 10 de diciembre de 2023 sería bueno reparar en dos fotos. La de la asunción de Milei, con un escenario a espaldas al Congreso con invitados del talante de Jair Bolsonaro, Volodimir Zelenski y Viktor Orban, a la sazón, expresidente de Brasil, actual jefe de Estado ucraniano con mandato cumplido y primer ministro de Hungría. El primero terminó preso con una sentencia de 27 años por intento de golpe contra Lula da Silva, el segundo presionado para firmar un acuerdo lastimoso con Rusia. El único que sigue incólume es el húngaro, gran amigo del ruso Vladimir Putin.
Dos fotos
El miércoles 3 de diciembre, un Milei sosegado y bastante diplomático asistió al Parlamento nacional para la jura de los nuevos diputados. Dejó atrás 24 meses de insultos de baja estofa contra enemigos «culturales» como podrían ser los sectores más cercanos al kirchnerismo y hasta de ese grupo de gobernadores y legisladores ávidos de transfundir gobernabilidad. Todo ese clima se fue tensando a lo largo de este año y se calmó luego de los comicios de medio término, con un resultado que dejó ganador al oficialismo con algo más del 40% de los sufragios contra alrededor del 35% de los peronismos. O sea, una diferencia que si no fuera por el discurso mediático –un gran logro, también prestado– sería considerada como ajustada.
En el medio de estas dos fotos, la película fue de ajustes perpetuos contra los menos favorecidos en la escala social, apenas dibujados por estadísticas «creativas» que disimulan el impacto real de una inflación que no cesa, pero sirvió para alimentar la esperanza de que ese flagelo que castigó a la población con fuerza en el último tramo de la gestión de Alberto Fernández acabe. Y la consecutiva represión contra los jubilados que cada miércoles se repite con mayor ferocidad.
Este panorama da cuenta de otro ámbito al que el mileísmo pretende llevar la disputa ideológica. El de su «batalla cultural», que no es sino el regreso a épocas arcaicas tanto en las relaciones laborales, la justicia social y hasta los roles y las identidades sexuales. Cierto que el cambio de época se da en el occidente mayoritario. La verborrea de Milei tiene su cuño en Donald Trump, como en Bolsonaro y la ultraderecha española de Vox. El patrón de desprecio por el otro y el ensalzamiento de la brutalidad no tienen correlato en la historia moderna desde la entreguerra europea. Tanto que una reivindicación del nazismo hasta generaría atención mediática. Basta ver la cobertura de los ataques tanto verbales como físicos a los discapacitados.
Palazos
Un ejemplo de esta degradación se pudo ver este jueves en la represión a las protestas de trabajadores del INTI contra la disolución del Servicio Argentino de Calibración y Medición (SAC). Un agente acusó a un manifestante de ñoqui. El hombre le recordó que ellos verificaban la seguridad de los chalecos antibalas. El policía se retiró con una sonrisa nerviosa.
Los efectivos que dispararon contra el fotógrafo Pablo Grillo, o los que gasearon a una nena de 10 años o los que tiraron al piso a una señora de 87 años también actúan imbuidos de ese espíritu de tropas de ocupación que les viene de arriba. Un problema social a largo plazo, porque la pérdida de derechos que ellos defienden a los palazos los va a afectar cuando les toque la jubilación, o un despido, o la baja de salarios les resulte incompatible con la vida digna.
Más allá de estas elucubraciones, tranquilamente se podría afirmar, como ya alertaba desde el año pasado el sutil analista Marcelo Falak en el portal Letra P, el plan de Milei encaja en un proyecto encarnado con fuerzas de ocupación para cambiar irreversiblemente el rumbo del país en el futuro. Un proyecto para el que la destrucción del Estado nacional es indispensable, siempre que otro Estado exterior saque las papas del fuego.
En esa ocasión se refería a la política exterior, que le costó el cargo a su primera canciller, Diana Mondino, por haber aprobado una votación en la ONU que mantenía la tradición democrática argentina de oponerse el bloqueo a Cuba. Fue el inicio. Luego se profundizaría la sumisión a las políticas de Estados Unidos e Israel, al punto de que en no pocas ocasiones son los únicos tres países en sostener alguna votación específica, como ocurrió con una resolución contra la tortura. Otra tradición argentina se tiró por la borda cuando la ofensiva militar en el Caribe comenzó a poner en riesgo a Venezuela y a Colombia en una política de presunto combate al narcotráfico de Trump. Da la casualidad de que la Doctrina Drago, que enorgullece a la historia diplomática argentina, fue la respuesta de nuestra cancillería –a cargo entonces de Luis María Drago– ante amenazas de potencias coloniales para cobrar manu militari deudas del Gobierno venezolano de Cipriano Castro en 1902. La adhesión automática a los deseos estadounidenses puede llevar, temerariamente, a colaborar en una posible intervención armada contra el país caribeño, un territorio que se autoproclamó «zona de paz» en 2014.

Escena repetida. La acción violenta contra manifestantes y trabajadores de prensa que cubren las protestas fue una constante en los últimos dos años.
Foto: Getty Images
La caída de Mondino, alguien del «palo» neoliberal desde los albores del mileísmo, fue uno más en una catarata de expulsiones y deserciones de estos dos años. Algunos, marcados por disidencias que en aras de mantener la «infalibilidad neopapal» del presidente, resultarían inadmisibles. Otros, por serias desavenencias con sus políticas. El segundo canciller, Gerardo Werthein, y el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, se fueron en este contexto de manoseos fruto de internas entre el monotributista Santiago Caputo y Karina Milei.
La hermana presidencial apareció en el centro de una investigación por presuntas coimas en la Andis (Agencia Nacional de Discapacidad). Un hecho que sumado al escándalo por la criptomoneda $Libra, en otro Gobierno hubiese dejado un olor a cala muy perceptible y, sin embargo, luego del 26 de octubre, quedó prolijamente acomodado debajo de la alfombra. Los mismos comunicadores que sostuvieron al Gobierno hasta poco antes de esa crucial elección, aparentaron correrse estratégicamente a un costado y, con el resultado puesto, acudieron prestos en ayuda del ganador. Lo mismo ensayaron gobernadores que ya habían apoyado al Gobierno desde el 2023. El Decreto 70/23 quedó vigente por falta mayoritaria de ganas para rechazarlo, lo mismo ocurrió con la llamada Ley Bases. Dos amplias reformas de la Constitución sin mayor debate electoral. Esa misma falta de discusión, gracias a una suerte de aletargamiento social, producto de una oposición que no alcanza a fijarse un horizonte de discusión política por sus propias contradicciones, avizora un 2026 con el camino despejado para la nueva etapa de reformas, el viejo sueño húmedo de las élites económicas de sellar el futuro del país de manera definitiva. Y sin justicia social ni derechos humanos a la vista.
