Política | VIOLENCIA EN CONTEXTO HISTÓRICO

Protocolo con antecedentes

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Daniel Vilá

La represión a las protestas que promueve el Gobierno y opiniones poco democráticas del propio presidente podrían alentar episodios lamentables. Reminiscencias del siglo XX.

Operativo. Despliegue policial sobre la avenida Corrientes al finalizar la marcha de la CGT el pasado 27 de diciembre.

Foto: Uma Nielsen

La represión estatal, promovida por el protocolo de Patricia Bullrich; varias de las iniciativas contenidas en el paquetazo que el Gobierno envió al Congreso; el llamamiento del expresidente Mauricio Macri a los jóvenes libertarios para que salgan a las calles con el objetivo de enfrentar a las víctimas del ajuste; el «me gusta» que el presidente Javier Milei le obsequió a un posteo en las redes sociales en el que se solicitaba que las próximas manifestaciones populares sean bombardeadas con napalm son solo algunos de los preocupantes episodios que alientan la violencia y restringen las libertades democráticas.
El propio mandatario ha reconocido que su ideal es volver a las primeras décadas del siglo XX, en las que afirma –erróneamente– que la Argentina era la primera potencia mundial, cuando la desocupación llegaba al 20% y la caída del poder adquisitivo de los salarios rondaba el 40%.
Con el radicalismo en el poder se produjo la recuperación de las exportaciones de carne, al tiempo que se instalaban en el país empresas de capitales extranjeros y se producía una leve mejora en las condiciones materiales de la clase obrera, aunque continuaba rigiendo la ley de Residencia, que permitía expulsar a los inmigrantes que participaran de las luchas sindicales.
La oligarquía presionaba al radicalismo para que impusiera restricciones a la organización obrera y para disputar el control de las calles comenzó a organizar a los hijos de las familias «de bien» en grupos de choque armados. Así nació la Comisión Pro Defensores del Orden que se reunía inicialmente en la confitería París y luego se trasladó al Centro Naval, sito en Florida y Córdoba.
El bautismo de sangre de estos grupos paramilitares se produjo a principios de 1919 durante la Semana Trágica, cuando se inició una huelga en los talleres metalúrgicos Vasena que llevó a la empresa a contratar rompehuelgas para intentar seguir funcionando. Los disturbios que se desencadenaron ocasionaron cuatro muertos y la policía intervino disparando con armas largas contra la multitud.
La huelga general que sobrevino a estos acontecimientos y los graves enfrentamientos entre los trabajadores y las fuerzas de seguridad dejaron un saldo de varias decenas de muertos y 700 heridos. Los comandos civiles que secundaron a la policía en la represión de los huelguistas tomaron el nombre de Liga Patriótica Argentina cuyo ideólogo era el dirigente radical Manuel Carlés y entre sus integrantes se destacaban personalidades de la derecha de la época como Joaquín S. Anchorena, Francisco P. Moreno, monseñor Miguel D’Andrea, Ángel Gallardo, Miguel Martínez de Hoz y Julio A. Roca (h). Se estima que, por entonces, la Liga contaba ya con unos 9.000 integrantes que eran entrenados militarmente por miembros del Ejército y la Armada y contenidos espiritualmente por numerosos sacerdotes.

El ataque en Once
Simultáneamente, el barrio de Once fue atacado por las bandas patrióticas. Allí fueron incendiadas sinagogas y bibliotecas y se atacó con cachiporras y culatazos a transeúntes que vestían con algún elemento que delataba su pertenencia a la colectividad. En el barrio de La Boca, los vecinos comenzaron a tomar precauciones. En la barriada conocida como «Tierra del Fuego» –porque muchos de sus moradores eran anarquistas que habían pasado por el penal de Ushuaia– los estaban esperando con agua hirviendo y piedras que arrojaban desde los balcones mientras los francotiradores disparaban contra los coches que transportaban a los liguistas. El tratamiento fue efectivo porque los agresores no regresaron jamás.
Según su propia definición, los objetivos de la Liga eran: «Impedir: 1°) La exposición pública de teorías subversivas contrarias al respeto debido a nuestra patria, a nuestra bandera y a nuestras instituciones. 2°) Las conferencias públicas y en locales cerrados no permitidos sobre temas anarquistas y marxistas que entrañen un peligro para nuestra nacionalidad. Sus miembros se obligan igualmente a usar de todos los medios lícitos para evitar que se usen en las manifestaciones públicas la bandera roja y todo símbolo que constituya un emblema hostil a nuestra fe, tradición y dignidad de argentinos».
La Liga intervino luego en los sangrientos sucesos de La Patagonia Trágica donde, a través de una delegación local, colaboró en los fusilamientos de obreros. También tuvo una participación decisiva en el golpe de Estado de 1930. Después fue languideciendo, pero del viejo árbol surgieron nuevos brotes, el último de ellos la Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como las Tres A, que perpetró centenares de crímenes en la década del 70 del siglo pasado.​
Es preciso acudir a la memoria para no repetir el pasado y recordarles a los presuntos alberdianos, sostenedores de la represión y el ajuste neoliberal, lo que Juan Bautista Alberdi proclamó enfáticamente. «Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del Gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del Gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el discernimiento de los otros es algo que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte».

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