Política

Rumbo marcado

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Los cambios de funcionarios en el Gabinete no significan modificaciones en la orientación del gobierno que aspira a preservar el esquema de alianzas construido en 2016. Los ejes del discurso oficial y la elaboración de un mensaje unificado.


Comunicación. El ministro coordinador Marcos Peña y el presidente Mauricio Macri son los principales voceros de Cambiemos. (Dyn)
 

Si de algo puede jactarse el gobierno de Cambiemos en catorce meses de  gestión es de haber logrado que un amplio segmento poblacional acepte casi acríticamente la necesidad del ajuste, la transferencia de ingresos a las corporaciones financieras, agrícolas, mineras y petroleras, el deterioro del salario y la masiva pérdida de puestos de trabajo. Este heterogéneo conglomerado no es capaz por sí solo de ganar una elección pero, como ya lo ha demostrado, puede inclinar la balanza.
La eficiente tarea de Jaime Durán Barba –cara visible de un aceitado equipo de sociólogos, psicológos y politólogos– consiguió elaborar un discurso pleno de generalizaciones y lugares comunes que no requiere complejas fundamentaciones y se constituye en «sentido común» para ese sector despolitizado, al que se acoplaron los «dadores de gobernabilidad», que le permitieron al macrismo superar su debilidad parlamentaria e imprimirle velocidad al desmontaje del Estado de bienestar, y también la dirigencia cegetista dispuesta a eludir, en la medida de lo posible, toda confrontación que pueda poner en riesgo las posiciones conquistadas. Prueba de ello son las recientes declaraciones del secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, Antonio Caló, quien preguntado por la actitud que adoptaría ante la caída del salario real de los trabajadores de esa rama, respondió que la prioridad, a su juicio, era defender los puestos de trabajo, en línea con las recomendaciones que en ese sentido habían expresado el exministro Alfonso Prat-Gay y los representantes más conspicuos del empresariado.
Durante la última campaña electoral, el publicista ecuatoriano sintetizó el camino que Mauricio Macri debería recorrer, en apenas dos conceptos. El primero: «No propongas nada, no pierdas tu tiempo, la gente no está particularmente preocupada por eso». Y el segundo: «No expliques nada, cuando seas gobierno harás lo que creas que tienes que hacer». El consejo fue aceptado sin reservas, al punto de que tanto el relevo de Alfonso Prat-Gay del ministerio de Hacienda y Finanzas
–desdoblado  ahora en dos carteras a cargo de Nicolás Dujovne y Luis Caputo– como el cordial despido de Carlos Melconian de la presidencia del Banco Nación y su reemplazo por Javiar González Fraga, el desplazamiento de Víctor Pérez Baliño –virtual viceministro de Salud– y la forzada renuncia del secretario de Obras Públicas, Daniel Chaín, no requirieron fundamentación alguna y sus gestiones fueron elogiadas por el presidente.
Pero las recomendaciones de Durán Barba no fueron ingeniosas improvisaciones; por el contrario, se basaban en un exhaustivo estudio de las características de la franja social a la que se pretendía conquistar electoralmente. En efecto, del análisis de numerosos cientistas sociales surge una serie de elementos que definen a ese sector: una confianza ciega en el esfuerzo individual, una oposición a la función reguladora del Estado, la creencia de que la política es sinónimo de corrupción, un profundo desprecio por los pobres y los marginados que se resume en la frase «no me metan la mano en el bolsillo para mantener vagos», la naturalización de la represión y la criminalización de la protesta.

 

Frases contundentes
De allí que, en opinión de estos expertos, los exabruptos de algunos funcionarios no sean sino la expresión de lo que un auditorio determinado necesita oír. Hace pocos días se difundió una frase que el flamante presidente del Banco Nación, Javier González Fraga, formuló el año pasado en unas jornadas organizadas por una empresa de maquinaria agrícola. «Cuando nace un chico en una villa, un embarazo no deseado, de una chica de 14 años, y la chica que está más para ir a los recitales que para amamantar a un bebé, lo descuida, y ese chico tiene 24 horas de hambre, se le pone una marca en el cerebro y va a detestar ser educado. Es como un animalito salvaje». ¿Alguien podría asegurar que este concepto discriminatorio no es compartido por muchos? Como señala Mariano Massaro en el sitio web Contexto XXI, «esa racionalidad le reclama al sujeto que sea actor de su propia vida. Partiendo de ese punto, cualquier política que le otorgue centralidad al rol activo del Estado, le quita protagonismo a su potencial autónomo, razón suficiente para no apoyarlo».
Además, ese esquema requiere demonizar al adversario-enemigo, acusarlo de las peores perversiones, de haber robado, de planificar y ejecutar el asesinato de un fiscal, de mentir sistemáticamente hasta hacerle creer a un humilde empleado que podía acceder con su módico salario a comodidades que estaban reservadas a las elites, de haberle asestado duros golpes «al campo», perseguir al empresariado, perjudicar a las multinacionales, nacionalizar a mansalva y aislarse del mundo.
Como contrafigura, el gobierno de Cambiemos se presenta como  superador de las ideologías, antiautoritario, partidario de los consensos («no somos como ellos» sostuvo el jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien junto con el presidente Macri es el principal responsable de sostener el discurso oficial). Los referidos expertos agregan que las trampas lingüísticas y discursivas contenidas en este relato se verifican en consignas como «pobreza cero». Si el presente se revela problemático, dice uno de los apotegmas de Cambiemos, el futuro nos deparará felicidad y prosperidad. El emprendedurismo se publicita como una panacea, la caridad suplanta a la solidaridad, se condena toda forma de asistencialismo y el Estado se compara con una empresa gigantesca en la que todos somos accionistas y tiene como gerente de Recursos Humanos, según sus propias palabras, al ministro de Educación.

 

Estética y hechos
Planteadas así las cosas, no llama la atención que el gobierno tome partido por Benetton en el conflicto con los mapuches que defienden sus tierras ancestrales,  reivindique la recuperación del espacio público usurpado por los manteros pero no el que ocupan   elegantes confiterías o comerciantes que las utilizan como extensión de sus locales, proteja a Joe Lewis, a quien considera un dador de trabajo en detrimento de la población que se está quedando sin agua, considere imprescindible bajar la edad de punibilidad a 14 años para satisfacer a quienes piden mano dura para los delincuentes, pero obvian considerar la complicidad policial con el delito y la existencia de un sistema carcelario aberrante que genera reincidencia.
Complementariamente, se promueve una estética simpática, colorida, que privilegia la espectacularidad y la trivialidad, el acontecimiento neutro desprovisto de cualquier connotación ideológica como antídotos para combatir al vituperado «pensamiento crítico». Empero, aseguran estos analistas, la efectividad del mensaje es efímera, porque los destinatarios de la narración, pequeños comerciantes, talleristas y cuentapropistas, entre otros, han comenzado a sentir en carne propia que la prosperidad prometida está cada vez más lejana. Como lo demuestra la historia reciente, los tercos hechos acaban por imponerse.