Política | ANIVERSARIO DE ABUELAS DE PLAZA DE MAYO

Un legado de lucha

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Luciana Bertoia - Fotos: Guido Piotrkowski

La organización, que cumple 48 años de vida, está asegurando la continuidad de su tarea a través de los nietos recuperados, los hijos de sus hijos, que se incorporan a la búsqueda.

Traspaso generacional. Con Estela de Carlotto en el centro, la sucesión está en marcha.

Al principio, solo eran doce mujeres. Estaban desesperadas porque buscaban a sus hijas o nueras embarazadas. Algunas seguían los rastros de sus nietitos que estaban con sus padres cuando fueron secuestrados por los grupos de tareas de la dictadura. Con los años, fueron muchas más e hicieron lo imposible: pasaron de ser investigadoras a impulsoras de avances científicos para identificar a esos chicos que el terrorismo de Estado les había arrebatado. Desde octubre de 1977 hasta hoy, las Abuelas de Plaza de Mayo lograron restituir 140 identidades y consiguieron algo más: que esos nietos y esas nietas, que ellas tanto hicieron por hallar, se les unan para continuar la búsqueda de los que faltan.

Los martes por la tarde se reúne la comisión directiva de Abuelas de Plaza de Mayo. En la mesa se discuten temas sensibles –sobre todo cuando gobierna una fuerza política que empatiza más con los victimarios de la dictadura que con sus víctimas–, pero también hay espacio para la distensión. Desde lejos, en el departamento de la calle Virrey Cevallos, se escucha la voz de Estela de Carlotto, presidenta de la institución, conversando con el senador Eduardo «Wado» de Pedro, que fue de visita. De Pedro tiene a sus padres desaparecidos y también estuvo unos meses apropiado tras haber pasado por el centro clandestino de detención conocido como «el Olimpo».

En el área metropolitana de Buenos Aires solo quedan dos Abuelas: Estela y Buscarita Roa. A principios de septiembre falleció Rosa Tarlovsky de Roisinblit, presidenta honoraria de la entidad.

Manuel Goncalves Granada es el último en salir de la reunión. Es el secretario de la organización y, desde 2011, el primer nieto en incorporarse a la comisión directiva. «Nuestra presencia hace que las abuelas se sientan abrazadas ante la ausencia de las que se fueron yendo. Nosotros hicimos que esas sillas no quedaran vacías. Reemplazamos a las que nos buscaron. Es como una amalgama de amor», dice.

El padre de Manuel, Gastón Goncalves, desapareció antes de que él naciera. Manuel no había cumplido los cinco meses cuando la dictadura asesinó a su mamá, Ana María Granada, en un operativo en San Nicolás. El bebé se salvó porque la madre lo ocultó en un ropero, aunque debió ser internado durante tres meses, bajo custodia policial. Cuando se recuperó, el juzgado de menores de San Nicolás lo entregó en adopción sin hacer averiguación alguna sobre su familia biológica. En 1995, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró identificar a la mamá de Manuel y, al poco tiempo, lo encontró a él.

Manuel tuvo distintas responsabilidades en Abuelas: desde trabajar en el área de difusión en la producción de spots hasta estar a cargo de la investigación de los casos que aún resta resolver, tarea que se hace en coordinación con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), uno de los organismos atacados por el Gobierno de Javier Milei. «Las apropiaciones implican que hay una persona que está en calidad de desaparecido. Esa apropiación necesita de una jaula de mentiras. El concepto de libertad, que está en el logo de las Abuelas, es muy claro. La libertad es la verdad; después, con esa verdad, hacés lo que querés. La búsqueda de Abuelas es un hecho liberador. Cuando buscamos y encontramos es para que sean libres. Yo trabajo en la búsqueda de esa libertad, y lo hago porque siempre me han interpelado dos cosas: qué podía hacer por las Abuelas y por mis padres, siendo el único sobreviviente de un operativo. Me dedico a buscar a los hijos e hijas de los compañeros de mis padres», remarca Manuel.

Leonardo Fossati Ortega nació en 1977 en la comisaría 5ª de La Plata. Pudo compartir cinco días con su mamá, Inés Ortega, que tenía tan solo 17 años. En marzo de 2004, Leonardo se acercó a la filial platense de Abuelas de Plaza de Mayo con dudas. Un año después, se confirmó que era hijo de detenidos-desaparecidos. Cada vez que salía de su trabajo, Leonardo daba vuelta la manzana y pasaba por la sede de Abuelas. Tomaba unos mates, hacía preguntas y acompañaba, y se sentía acompañado. En esos años, junto con la decisión de que la memoria, la verdad y la justicia se volvieran una política pública, tuvo lugar un «boom» de presentaciones de quienes dudaban sobre su identidad, lo que generó una gran demanda de trabajo a las Abuelas, la Conadi y el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG).

«Cuando las circunstancias nacionales son favorables, permiten crecer y adaptarse a nuevos desafíos. Del mismo modo, cuando las circunstancias son malas, hay que estar a la altura de los desafíos. Lamentablemente, esto nos pasó con Mauricio Macri y, sobre todo, ahora. Del mismo modo que ha hecho con el hospital Garrahan o con las universidades públicas, este Gobierno primero desprestigia para que sea más sencillo el desfinanciamiento. Tuvimos que salir a buscar recursos para sostener la institución», relata Leonardo, que es el tesorero de Abuelas.

Una de las propuestas fue lanzar la campaña «Yo soy de Abuelas», para que, con contribuciones de $4.800, pueda mantenerse la búsqueda. «Lamentablemente, quedan muy poquitas Abuelas. Nosotros, como las nuevas generaciones, nos sentimos en la obligación de sostener la institución para que se resuelvan todos los casos, para que puedan abrazarse con sus familias y encontrarse con su historia lo más rápido posible», añade.

Los sucesores. Goncalves Granada, Poblete, Pérez Roisinblit y Fossati Ortega integran la comisión directiva de la organización.


Que se vengan los chicos
Claudia Poblete se unió a la comisión directiva de Abuelas a la salida de la pandemia. Allí interactúa con su abuela, Buscarita Roa, vicepresidenta de la entidad. Claudia fue secuestrada con sus padres, José Liborio Poblete y Marta Gertrudis Hlaczik, y llevada al Olimpo. Estuvo unos pocos días hasta que fue apropiada. Recién restituyó su identidad en el verano de 2000. Con su caso, se logró la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que impedían el juzgamiento de los criminales de la dictadura y, por ende, la reapertura del proceso de juzgamiento que lleva 1.202 condenados.

En su caso, también el primer acercamiento fue para dar testimonio. En los últimos tiempos, puso su formación al servicio de las Abuelas. Ella es ingeniera en sistemas y trabajó durante muchos años en programación. Con ese bagaje, empezó a colaborar con el área de sistemas para actualizar la base de datos de la asociación. «Con la llegada de Milei, todo el trabajo se intensificó. Sufrimos ataques ideológicos y presupuestarios –no solo Abuelas, sino la Secretaría y las políticas de derechos humanos–, y volvimos a asumir el rol de salir a denunciar todo lo que está pasando. Cuando vas al exterior, te empezás a dar cuenta de la importancia que tiene Abuelas. Estamos todo el tiempo con el equipo jurídico de Abuelas, H.I.J.O.S. y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) preparando informes para los organismos internacionales», relata.

En una audiencia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Claudia dejó sin palabras a los funcionarios de La Libertad Avanza (LLA) que habían ido a justificar el desmantelamiento de las políticas de memoria, verdad y justicia. Les dijo que su discurso era idéntico al que ella escuchaba en la casa en la que se había criado. «Para mí, estar en los organismos internacionales fue impresionante. Si alguien le hubiera dicho a la Claudia de hace 25 años, cuando recuperé mi identidad, que algún día iba a estar en la CIDH representando a Abuelas, me habría matado de risa y dicho que era imposible», dice. «Abuelas es un espacio de mucha alegría. Puede parecer contradictorio, pero ellas lo llevan hacia un lugar en el que siempre hay un momento para el encuentro, el disfrute o para compartir algo rico. Te retan y después te dan un chocolate. Y todo esto, mezclado con una lucidez política que no deja de asombrar. En una de las últimas restituciones, Estela dijo una frase que me dejó pensando: “No hay nada más lindo que envejecer luchando”. Probablemente lo dijo por ella, pero nos lo está diciendo a nosotros, que también nos estamos haciendo grandes».

Guillermo Pérez Roisinblit también supo en 2000 que era hijo de desaparecidos. Ese año, Abuelas recibió una denuncia y su hermana, Mariana Eva Pérez, fue a buscarlo. Guillermo había nacido en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde su mamá, Patricia Roisinblit, fue llevada a parir desde la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA). Las dos abuelas de Guillermo fueron parte de la institución: Argentina Rojo de Pérez y Rosa Roisinblit. En su caso, la incorporación a la comisión directiva se produjo cuando su abuela Rosa empezó a ausentarse por cuestiones de salud. «Me pidió que, por favor, protegiera su legado. Me dijo: “Mirá que fueron más de 40 años de lucha”. En parte me decía “seguí vos”; en parte, “no te mandes ninguna macana que empañe todo lo que hice”», cuenta Guillermo.

Como parte de cuidar este legado, él se comprometió directamente a la hora de contactar diputados y senadores para voltear el decreto de Milei que hacía que el BNDG perdiera autonomía y quedara en la cuerda floja. Su abuela Rosa había estado muy involucrada en la investigación que derivó en el desarrollo del índice de abuelidad para demostrar el vínculo entre una persona y sus abuelos cuando no está la sangre de los padres. «Para mí, las viejas son próceres contemporáneas y me parece sumamente noble tratar de devolver un poco de todo lo que se hizo por mí, después de que me buscaran durante 21 años. Es fácil estar en la comisión directiva cuando están ellas. Difícil va a ser cuando no estén. Nosotros no buscamos solamente a gente de mi generación, sino que también estamos buscando a sus hijos. Milito para que tengan derecho a su identidad, para que conozcan de dónde vienen y liberarlos», sostiene. Guillermo, que tiene 46 años y es padre, afirma: «Hoy siento que soy la versión más cercana de quién debería haber sido. Y eso es gracias a que me encontraron las Abuelas y me devolvieron mi historia. Hoy estamos haciendo lo mismo que ellas hicieron».

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