Política | ESTRATEGIA INTERNACIONAL

Un lugar en el mundo

Tiempo de lectura: ...
Néstor Restivo

La participación argentina en dos eventos multilaterales expuso el reto de desarrollar una política exterior soberana mientras se disputan liderazgos globales.

Nuevos espacios. Fernández pidió que el país sea incorporado al grupo BRICS en su intervención ante la XIV Cumbre de Jefes de Estado del bloque.

ESTEBAN COLLAZO/PRESIDENCIA

La participación de Alberto Fernández primero en el BRICS (grupo que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y cuando se sumó a los reclamos del Sur Global por ser escuchado y respetado, y en el Grupo de los 7 después, tuvo como ideas comunes la condena a la guerra –«tragedia» que afectó a flujos comerciales y logística, «ya seriamente dañados durante la pandemia»–. Estos ejes elegidos por el mandatario argentino habilitan, al menos, dos campos de análisis. El primero: ambos ámbitos son ejemplo de la convivencia de un mundo de creciente potencia y otro en retroceso, en medio de mucha complejidad y confusión global, primero por la pandemia del COVID-19 y luego por la guerra centrada en Ucrania, pero con esquirlas por doquier. El otro: cómo le cuesta moverse entre esas dos aguas turbulentas a un país de mediano desarrollo, dependiente de su deuda externa y de dólares, presionado por las potencias, frágil internamente en términos políticos, económicos y sociales. Es Argentina, pero también es –cada uno con su historia– el papel de muchos países que resisten un alineamiento automático y deben caminar haciendo equilibrio. Su política exterior está tensionada por la transición vidriosa del siglo XXI.
Cuando se formó, en 1973, el G7 reunía a las mayores economías del mundo. Hoy, aunque presume de ese perfil y así es replicado por medios hegemónicos de Occidente, está lejos de eso, más allá de que Estados Unidos se mantenga como la mayor potencia. Igual sucede con otras instituciones surgidas en la posguerra de 1945: su poder menguó aunque lo nieguen. China, India, Rusia y otros países, al contrario, crecieron y resisten esa hegemonía, en cuyo armado algunos de ellos ni siquiera participaron.
China, líder de todos ellos, segunda economía mundial o primera (según el propio FMI) medida por poder de compra y vanguardia en producciones, tecnologías y variables de comercio o inversiones globales, acepta participar de espacios donde está subrepresentada (prácticamente, todo el sistema de Naciones Unidas), pero a la vez construye con aliados nuevas reglas para el siglo XXI, como la Iniciativa la Franja y la Ruta, el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura o los BRICS.
Fernández habló ante ellos y habló en el G7. Lo amerita porque Argentina es la tercera economía más grande de su región; también porque preside en esta etapa la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
La política exterior argentina fue bastante coherente en su historia, a diferencia de otras áreas del Estado nacional. En términos de soberanía, por ejemplo, la de Malvinas e islas usurpadas del Atlántico Sur (salvo lamentables excepciones) es una de las pocas políticas de Estado continua. Y desde las posturas de Roque Sáenz Peña en la Conferencia Panamericana en 1889 o Luis María Drago y su doctrina opuesta a la de Monroe de EE.UU. en 1902, hasta el discurso de Fernández en la última Cumbre de las Américas, o su cruce con el premier británico Boris Johnson ahora en el G7, hay un rastro de coherencia soberanista. Dicho sea de paso, cuánta distancia hay entre la derecha argentina de hace un siglo, brutal como la de ahora pero con consciencia nacional –como tienen otras derechas del mundo– a la que profesan hoy la derecha política y empresarial local, profundamente antinacional.
En lo habitual, quienes ejercen en Cancillería pivotean en temas como el «interés nacional», la cuestión de la «toma de decisiones» y el «cambio de los escenarios internacionales», como sintetiza Mario Rapoport en su libro Historia oral de la política exterior argentina. Justamente el actual es un capítulo dramático del «cambio de escenario internacional», con potencias en declive, que siempre representaron sumisión para Argentina, y otras en ascenso, que despliegan otro dispositivo para interactuar. Y por las condiciones que tiene nuestro país, el «interés nacional» y la «toma de decisiones» cobran relevancia ante la búsqueda de un balance tan sensible. Por ejemplo, ¿aceptamos las condiciones de Estados Unidos por su peso en el FMI o la inversión nuclear que propone China?
Hay, sin embargo, un punto donde el Estado nacional adolece de cierta miopía. Siendo, como muestran desde hace al menos dos décadas todas las variables, que el eje del poder económico y algo del político se traslada de Oeste al Este, la Cancillería argentina no lo acompasó con cambios en su dotación de recursos. Por ejemplo, el área Asia quedó chica y ameritaría más presupuesto y capacitación. Hay en varios países mucho menos influyentes de Europa más funcionarios y consulados del servicio exterior que los presentes en países clave de Oriente. Y aunque mejoró en los últimos años, los destinos tradicionales suelen ser más demandados que los del Asia Pacífico.
Fernández dijo ante los BRICS, donde Argentina pidió y podría ingresar en 2023, que el bloque puede generar estabilidad financiera con intercambio en monedas nacionales e inversiones con su Banco de Desarrollo, y que la guerra librada en el Norte impacta más en el Sur. Reclamó reformas financieras globales y multilateralidad, lo que brilló por su ausencia en la oportunidad de oro que tuvo el planeta –y coordinar la lucha contra el COVID-19–. Y anunció que los países emergentes llevarán esos planteos a la próxima reunión del Grupo de los 20 en Indonesia, otro país que podría entrar al llamado BRICS Plus.
Y ante el G7, el mandatario argentino dijo que en Latinoamérica «soñamos con un nuevo orden internacional» sin ser «discriminados», pidió paz en Ucrania, otra arquitectura financiera e impuestos progresivos. Y fue más duro con Rusia que en el BRICS (recordó que Argentina «condenó la invasión», término que diplomáticamente esquivó ante Putin).
Asimismo, denunció que «los mares están militarizados. La guerra promueve el gasto en armamentos en detrimento de la inversión en proteínas, salud o educación para la humanidad».
No lo dijo en este caso explícitamente, pero los mares más poblados de armas y soldados (arsenal dominado ampliamente por Estados Unidos) son los del Pacífico que rodean Asia. Un escenario latente que los más pesimistas ven como hipotético y clave campo de choque si gana el desacople en vez de la cooperación global y se llega a una confrontación directa. También a esas complicaciones debería poner más foco el Palacio San Martín y todo el Estado y la dirigencia nacionales.

Estás leyendo:

Política ESTRATEGIA INTERNACIONAL

Un lugar en el mundo