5 de agosto de 2025
En plena pelea por las internas, la UCR se debate entre acompañar al Gobierno libertario o volver a sus orígenes populares. El recuerdo de Yrigoyen y un pasado de antiperonismo.

Somos Buenos Aires. La intendenta de General Arenales, la radical Erica Revilla, junto a Pablo Petrecca (ex PRO), Julio Zamora (peronista) y Guillermo Britos (Primero Chivilcoy).
Foto: @petreccapablo
Una dura batalla entre las diferentes corrientes internas de la Unión Cívica Radical amenaza con resquebrajar la estructura del histórico partido, al tiempo que revela la carencia de lineamientos políticos comunes en la dirigencia de cada uno de los distritos electorales. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, después de trabajosas negociaciones, se logró acordar la constitución de la alianza Somos Buenos Aires con algunos intendentes del peronismo disidente, la Coalición Cívica de Elisa Carrió, los partidarios de Facundo Manes y otras agrupaciones menores.
Para lograr la precaria unidad fue necesario disuadir a Maximiliano Abad de cortarse solo con la tradicional lista 3. Su condición para aceptar el acuerdo fue que el radicalismo ocupara el primer lugar en la mayoría de las secciones provinciales y rechazara la incorporación de cuestionados caudillos pejotistas como el exintendente de Merlo, Raúl Othacehé.
El objetivo de este conglomerado consiste en incursionar por la tantas veces transitada avenida del centro, con la convicción de que así podría atraerse a un sector importante de los votantes decepcionados por el Gobierno de Javier Milei que no desea canalizar su frustración a través del frente Fuerza Patria. Sin embargo, se produjeron desprendimientos significativos como el que encabeza la intendenta de González Chaves, Lucía Gómez, o el del exintendente de San Isidro, Gustavo Posse, que optó por presentarse a los comicios con su propia agrupación vecinalista.
En tanto, los radicales cordobeses, tras duros enfrentamientos, acordaron realizar elecciones internas el próximo 10 de agosto. Rodrigo de Loredo, que conduce la tendencia Generación X, cercana al mileísmo, pugna por conformar un amplio frente que incluya a La Libertad Avanza, a lo que se opone decididamente el principal referente del espacio Más Córdoba, el exgobernador Ramón Mestre.
Alfredo Cornejo, en cambio, tiene en Mendoza el panorama despejado para un acuerdo electoral con LLA para los comicios tanto nacionales como provinciales del próximo 26 de octubre. Lo mismo sucede en otras provincias gobernadas por el radicalismo.
En el ámbito parlamentario, no sorprendió a nadie que los diputados Pablo Cervi, Mariano Campero, Federico Tournier, Francisco Monti y Luis Picat anunciaran que se integran al interbloque de La Libertad Avanza. «Radicales con peluca» se los llamaba. Huelgan las aclaraciones.
Fraude patriótico
Esta convivencia de posiciones antagónicas dentro de un mismo partido es una característica de los movimientos populares amplios y policlasistas. En efecto, desde 1891, la UCR, nacida para enfrentar al autonomismo conservador que generalizó la práctica del fraude electoral, tuvo que afrontar conflictos entre quienes proclamaban el abstencionismo y una minoría que se inclinaba por la participación en los comicios.
Sancionada la ley Sáenz Peña que garantizaba la transparencia e instauraba el voto obligatorio para los ciudadanos masculinos, el radicalismo se incorporó al sistema y en 1916 logró imponer a su candidato, Hipólito Yrigoyen, que representaba a los sectores medios de la ciudad, los profesionales, un sector de la clase obrera y los pequeños y medianos productores del campo. El naciente yrigoyenismo sostuvo una política exterior independiente, una economía que permitió el ascenso social, el fortalecimiento de la incipiente industria nacional y el desarrollo de empresas estatales como YPF, aunque cedió a las presiones del establishment cuando autorizó la represión en Semana Trágica y posteriormente en la Patagonia.
En oposición a muchas de esas medidas y al personalismo de que se acusaba al presidente surgió una tendencia conservadora que se referenciaba en Marcelo Torcuato de Alvear, aunque este nunca le otorgó un apoyo explícito. Sus integrantes fundaron en 1924 la UCR Antipersonalista, apoyaron en 1930 el derrocamiento de Yrigoyen, que ejercía su segundo período de gobierno y conformaron la Concordancia, en alianza con los conservadores. Así se instauró el «fraude patriótico» y la entrega del patrimonio nacional durante la denominada «década infame».

Arturo Illia. Llegó a la presidencia en 1963. Entre otras medidas relevantes nacionalizó el petróleo que había privatizado Frondizi. Fue depuesto tres años después.
Foto: Archivo Acción
Factor de unidad
En 1945, cuando surgió el liderazgo de Juan Domingo Perón, la UCR lo enfrentó decididamente, salvo un pequeño grupo liderado por Hortensio Quijano y la agrupación Forja, integrada principalmente por intelectuales. En 1946 se convirtió en la columna vertebral de la Unión Democrática, compuesta además por un amplio espectro de partidos menores.
Contra la mayoría de los pronósticos, Perón ganó las elecciones y el antiperonismo se transformó en factor de unidad del radicalismo. Por entonces el alvearismo ya se había reciclado en la corriente unionista, enfrentada al Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR), creado un año antes, que rescataba el ideario yrigoyenista y en el que se destacó Moisés Lebenshon, que fue el principal redactor del Programa de Avellaneda, de carácter nacionalista y progresista.
Sin embargo, una década después ambas tendencias confluyeron en el apoyo a la llamada Revolución Libertadora que derrocó a Perón y omitieron cuestionar la proscripción de sus partidarios que se extendería durante 18 años. Cabe destacar que Arturo Frondizi, que dividió al partido en 1957 y accedió a la presidencia al año siguiente con votos peronistas, había firmado en 1951 junto al unionista Eduardo Laurencena y otros dirigentes políticos de diferentes partidos la proclama golpista del general Benjamín Menéndez.
Después se fueron sucediendo gobiernos militares y justicialistas, con solo tres de signo radical, el de Arturo Illia en 1963, que entre otras medidas relevantes nacionalizó el petróleo que había privatizado Frondizi y fue depuesto tres años después; el de Raúl Alfonsín en 1983 –tras la dictadura genocida–, que rescató algunos comportamientos del yrigoyenismo, especialmente en materia de política exterior, pero fue derrocado por un golpe blando del establishment; y el de Fernando de la Rúa en 1999, que cayó dos años más tarde en el contexto de una catástrofe política y social.
El 15 de marzo de 2015, la convención de Gualeguaychú selló la alianza con el macrismo y consecuentemente su adscripción a las políticas diseñadas por el Consenso de Washington. Hoy, el radicalismo se enfrenta a tres opciones: o se consolida como una variante del conservadurismo, o se comporta como furgón de cola del neoliberalismo libertario, o recupera, así sea parcialmente, el ideario de sus fundadores.