8 de julio de 2015
El triunfo de los oficialismos locales es uno de los datos sobresalientes de los comicios llevados a cabo en cinco distritos que representan más del 20% del electorado nacional. El camino hacia octubre.
Mediáticamente el 5 de julio fue presentado como el «superdomingo», porque en una misma jornada coincidían en las urnas distritos que representaban, en grados bien diferentes, el 20% del electorado del país. Puede decirse que, salvo la excepción de unas PASO muy particulares como las pampeanas, los oficialismos salieron refrendados por la ciudadanía de cada distrito. Y este es precisamente un punto a destacar: extrapolar lo ocurrido este 5 de julio al plano nacional es un ejercicio bueno para especialistas en marketing político, pero no sería errado considerar que fueron elecciones con un determinante contenido local.
De hecho, si bien no logró ganar en primera vuelta, Mauricio Macri se animó a festejar y lanzar desde su búnker un bien planificado discurso de campaña presidencial, aunque con un dejo de sabor a poco por los guarismos que mostraban los centros de cómputos. Y los radicales correntinos, que con justa causa celebraron el triunfo en las legislativas locales del gobernador Ricardo Colombi, quedaron opacados ante las cámaras por Sergio Massa, que se apersonó a copar los medios nacionales atribuyéndose el éxito en una coalición de la que participó el Frente Renovador junto con el radicalismo correntino.
De allí el exintendente de Tigre se cruzó a Córdoba para mostrarse de fiesta al lado de José Manuel de la Sota, con la intención de demostrar que su propuesta alternativa a la polarización FPV-PRO está viva para las presidenciales a pesar de que las encuestas indiquen que se viene desgajando de manera acelerada. El dato mediterráneo es que De la Sota le salió con todo a Macri, de cara a las internas abiertas de agosto. Luego del debate que ambos protagonizaron en TN, la imagen del búnker cordobés representa un desafío para quienes ya habían puesto todos los huevos en la canasta del actual jefe de Gobierno porteño.
Hilando más fino, es cierto que en la Capital Federal ganó Horacio Rodríguez Larreta y que se debe ir a segunda vuelta. Algo poco novedoso, ya que desde que la Ciudad de Buenos Aires es un distrito autónomo, ningún gobernante ganó en la primera vuelta. El que más cerca estuvo fue Aníbal Ibarra, con el 49,4% de los votos en el año 2000, cuando Domingo Cavallo, que quedó segundo con el 33,3%, resignó, tras una serie de insultos, acusaciones y exabruptos, sus aspiraciones de seguir en carrera para el balotaje.
Pero hay algunos datos a tener en cuenta. A favor, que luego de 8 años de gestión, el PRO resulta imbatible en todas las comunas, incluso en los viejos bastiones peronistas del sur profundo de la ciudad. En contra, que tras unas PASO en que Rodríguez Larreta dirimió la interna con Gabriela Michetti, el oficialismo porteño perdió unos 50.000 votos. Incógnitas: como bien marcó el candidato del Frente para la Victoria (FPV) Mariano Recalde, el que quedó segundo para el balotaje, Martín Lousteau, es otra cara de una misma moneda y a nivel nacional apoya a la entente formada por radicales, macristas y sectores de la derecha encolumnados detrás de Lilita Carrió.
Con el resultado puesto, el PRO necesita algo menos de 5 puntos para mantener el poder contra 25 que debería sumar el ex ministro de Economía de Cristina Fernández. Una cifra que aparece como inalcanzable. Por lo pronto, Lousteau tuvo que salir a aclarar que no se bajaría de la segunda vuelta, ante versiones –presiones de los medios concentrados y de dirigentes radicales– que avizoran el riesgo de competir con un socio a nivel nacional, algo incómodo de sostener en el tiempo. Y que también arrastró resquemores de la diputada Elisa Carrió, la virtual armadora de una coalición antikirchnerista que buscó adosar el poder territorial que conservan los radicales a la imagen de líder opositor que se nucleó alrededor de Macri.
En este caso habrá que ver qué hará ese casi 22% de votantes de Recalde –unas 400.000 personas–, muchos de los cuales entendieron que el PRO y el ECO, el partido armado a las apuradas para sustituir el devastado frente UNEN, son lo mismo.
Por otro lado, resta determinar qué harán los votantes que desde distintas variantes de la izquierda representan más de 7% de los electores, alrededor de 120.000 votos que difícilmente se inclinen por alguno de los dos contendientes. ¿Votará en blanco ese medio millón largo de ciudadanos? Mejor aún, ¿irán a votar o se abstendrán, a modo de disgusto ante esta suerte de interna abierta de la oposición? Sería una señal inédita desde la recuperación de la democracia en 1983 y fundamentalmente desde la crisis de 2001.
Esos son los peligros para Cambiemos, el sello con que el radical Ernesto Sanz y Macri disputarán en las PASO. Por eso desde los mismos centros mediáticos con que se intentó llevar a los miembros dispersos de la oposición a crear un frente común, como en Venezuela logró la derecha en torno a la Mesa de Unidad Democrática para apoyar la candidatura de Henrique Capriles, ahora respirarían más tranquilos si Lousteau diera un paso al costado.
Las denuncias sobre los fondos de su campaña, que presuntamente provendrían a través del radicalismo capitalino de negociados oscuros en la Universidad de Buenos Aires, tal vez le limaron algunos votos. Posiblemente, sus propias denuncias de las vinculaciones del macrismo con el negocio del juego hicieron lo propio en el oficialismo porteño. La búsqueda de nuevos votos con estos antecedentes puede ser una mano de brea para ambos de cara a agosto.
El caso es que Lousteau, de la nada, se coló en la segunda vuelta porteña y aspira a crecer para una próxima ronda presidencial como el líder que la UCR no tiene desde hace mucho tiempo. Y Macri no logró más que reposicionarse como un líder «municipal» tras la derrota de Miguel del Sel en Santa Fe –donde compitió contra aliados nacionales como el socialismo y el radicalismo provincial– algo que preocupa a su mentor, el ecuatoriano Jaime Durán Barba.
Córdoba va
El otro distrito donde hubo compulsa electoral fue Córdoba, el bastión del delasotismo desde 1999. Juan Schiaretti arañó el 40% para ganarle por algo más de 5 puntos al radical Oscar Aguad, que iba con el apoyo de su partido, del exintendente de la capital provincial, Luis Juez, y del PRO, la «triple alianza» al decir del actual gobernador, De la Sota, de UPC (Unión por Córdoba). Tercero quedó el representante del FPV, Eduardo Accastello, que gobernó Villa María por 3 períodos.
Como viene ocurriendo desde que el kirchnerismo incursionó en la política nacional, el peronismo cordobés es esquivo al partido a nivel federal, haciendo gala de lo que con cierta gracia los delasotistas denominan «cordobesidad». Ahora De la Sota se presenta como precandidato en las PASO para competir contra Massa en un espacio al que llamaron UNA (Unidos por una Nueva Argentina), y aprovechó también él muy ventajosamente las cámaras durante la celebración del triunfo de su elegido, quien fue secretario de Comercio e Industria de Cavallo durante el menemismo. Ni lerdo ni perezoso, De la Sota apuntó directamente a Macri, al que tildó de «mal líder político y mal gobernante», ya que perdió en Córdoba, abundó, y «tiene por delante un balotaje muy complicado» en la Capital Federal.
Lo que tanto De la Sota como Massa se encargaron de manifestar es la irritación contra una estrategia que, confiados en el supuesto viento de cola que acompañaba a Macri hasta no hace mucho, los dejó afuera de unas PASO de las que podría haber salido el Capriles salvador de la derecha vernácula. Y ahora le gritan en la cara que el nuevo escenario planteado por la decisión del PFV de nombrar como candidatos presidenciales al gobernador bonaerense Daniel Scioli con el actual secretario de la presidencia Carlos Zannini –una fórmula que acarrea en la práctica el perfil moderado y de previsibilidad que el voto independiente reclama al oficialismo nacional con el núcleo duro de las transformaciones logradas en estos 12 años– les hace dudar de sus posibilidades de destronar al kirchnerismo.
Sucede que si bien el gobierno de Córdoba fue en esta década un territorio bastante hostil a la Casa Rosada, no es menos cierto que Cristina ganó en 2011 después de que perdiera su candidato provincial. Lo mismo ocurrió en la ciudad de Buenos Aires. De allí la preocupación de los sectores opositores, que reparan en que el presidente de Aerolíneas Argentinas salió tercero y quedó bastante alejado del resultado que cuatro años antes obtuvo en el mismo distrito Daniel Filmus. Pero saben que luego de las PASO porteñas fue el candidato que más creció y partiendo no solo desde el desconocimiento público sino también desde la animosidad por su gestión en la aerolínea de bandera y por su adscripción a La Cámpora. En este contexto, puede decirse que lo suyo fue un éxito y una importante apuesta al futuro en una ciudad que ni siquiera en el mayor auge del peronismo le fue afín. Salvo que se cuente aquel triunfo pasajero de un candidato menemista, Erman González, en los 90.
Fórmula en campaña
En La Rioja el triunfo del delfín del gobernador Luis Beder Herrera, Sergio Casas, fue también importante: 57,6%, sobre el candidato de la «triple alianza», Julio Martínez, con algo más del 39%. A favor del opositor habrá que anotar que es la segunda vez que se presentaba y que en la anterior sumó menos de 20% de los votos.
Hacia allí fueron Scioli, Zannini, Aníbal Fernández y Eduardo Wado de Pedro. Algunos medios cuestionaron que los popes kirchneristas hubiesen ido a festejar a La Rioja, donde Casas no llegó a los 150.000 votos cuando en CABA Recalde había logrado cerca de 400.000. Pero se sabe cómo es la alquimia electoral: el porteño era tercero en la discordia y quedaba afuera de la discusión en la segunda vuelta. El oficialismo venía de ocupar el tercer lugar en Córdoba y en Santa Fe y de ser relegado en Mendoza, tres lugares clave quizá no tanto para determinar el voto a la presidencia, aunque sí al menos para servir de aliento y publicidad a la oposición más acérrima. Por supuesto, no computa a pérdida que en Tierra del Fuego la candidata Rosana Bertone se haya alzado con una victoria peleada pero determinante en el balotaje dos semanas antes, uno de los escasos cambios de mano en los comicios provinciales hasta ahora.
En cuanto a La Pampa, conviene hacer una pequeña digresión. Esta provincia, gobernada por el peronismo desde 1983, tiene una ley electoral que obligaba a realizar internas antes de que se aprobaran las PASO a nivel nacional. La oposición eligió «a dedo» a quienes los representarán en las provinciales, de modo que el único partido que dirimió diferencias fue el peronismo. No hubo acuerdo para ir con una propuesta unificada y se impuso la lista Peronismo Pampeano, del exgobernador Carlos Verna, con el 58,14% de los votos, contra el 41,86% de Fabián Bruna por Compromiso Peronista, el sector kirchnerista.
Scioli, muy activo desde que fue ungido único presidenciable por el FPV, saludó efusivamente el triunfo de Verna y lo anotó como tropa propia, algo razonable porque se sabe que es un electorado «amigo». Lo mismo hizo con Schiaretti que, bueno es recordar, ya fue gobernador entre 2007 y 2011, en esta suerte de cambio de roles que mantiene con De la Sota. No tuvo entonces un mal diálogo con Cristina Fernández, a diferencia de su líder partidario, que trató siempre de diferenciarse y en eso basa su oferta para las PASO. Mucho menos, se descuenta, lo tendría Schiaretti con Scioli en la Rosada. Mientras tanto el exmotonauta sigue sumando a independientes y remisos para su proyecto de llegar al sillón de Rivadavia.
—Alberto López Girondo