5 de diciembre de 2024
Juzgado por crímenes de lesa humanidad y delitos sexuales, Alberto González, el mentor de la vicepresidenta, cumple dos condenas a perpetua en Marcos Paz. Historia de la peculiar relación entre un genocida y una negacionista.
Flechazo. Villarruel y el militar se conocieron en la cárcel, cuando ella dirigía el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTyV).
Esa entrevista, emitida durante el anochecer del 21 de noviembre pasado por La Nación+, transcurría entre preguntas dóciles y respuestas previsibles. Hasta que el periodista Esteban Trebucq se permitió una inquietud:
–¿Ella (la vicepresidenta Victoria Villarruel) forma parte de la diaria en la toma de decisiones?
Entrecerrando los párpados, Javier Milei le dijo:
–Ella, digamos… ya no tiene ningún tipo de injerencia en las decisiones. Ni asiste a las reuniones de Gabinete.
Y ante el asombro del cronista, fue aún más elocuente:
–Es que, digamos, Victoria está más cerca del Círculo Rojo; o sea, de lo que ella llama la «alta política», y que para nosotros es la casta.
Tal remate retumbó, desde un plasma, entre las paredes de lo que parecía el comedor de un geriátrico. En realidad, era el salón de usos múltiples del área que aloja a criminales de la última dictadura en el penal de Marcos Paz.
Uno de ellos, empuñando el control remoto como si fuera una Browning, apagó el televisor con un dejo de furia.
Ocurre que la ruptura –en apariencia, definitiva– entre las dos máximas autoridades del país lo había contrariado en demasía. Y no era para menos: ello echaba por tierra su última carta para quedar en libertad.
Se trataba del excapitán de la Armada Alberto González.
No está de más reparar en él, y también en el lazo que lo une a esa mujer.
Marino en aguas turbias
Al comenzar la primavera europea de 1978, un montonero cautivo en la ESMA –que aquí llamaremos «Tonio»– fue llevado a la ciudad suiza de Zúrich por dos marinos. Y por una razón de peso: solo él –ya que solía viajar allí para negociar la compra de armas por cuenta de la «orga»– tenía acceso a la caja de seguridad del banco donde había un enorme bolso con un millón de dólares (de los siete millones obtenidos por el secuestro de los hermanos Born).
Pues bien, tras apoderarse de aquella suma, el trío incurrió en un episodio memorable en el hotel Eurobuilding de Madrid, al ofrecer allí una conferencia de prensa, haciéndose pasar por guerrilleros arrepentidos.
Tonio fue obligado a decir:
–La represión en Argentina es un invento de los líderes montoneros para confundir a la opinión pública internacional.
Tonio se mostraba a cara descubierta. Sus captores lucían capuchas.
Uno de ellos, al tomar la palabra, soltó:
–Yo entré a la organización subversiva con el propósito de encauzar mis sentimientos nacionalistas.
Los presentes, entonces, estallaron en una carcajada. La impostura –dicho en términos navales– se había ido a pique.
La palabra «subversiva» había sido pronunciada por el teniente de navío Miguel Ángel Benazzi. El otro encapuchado era el capitán González.
Es posible que, ya de regreso en Buenos Aires, este le haya relatado tal desventura a su dilecto amigo «Cachucha». Ese era el apodo del coronel Ernesto Villarruel, un integrante del Cuerpo de Comandos del Ejército, quien, a fines de 1975, fue parte del Operativo Independencia contra el ERP en Tucumán, donde se lo recordaba por sus feroces interrogatorios.
El marino estaba casado con la señora Amalia Bouilly, una mujer que iba a misa todos los domingos. Y tenían una hijita, de tres años por entonces.
El militar, casado con la señora Diana Destéfani, también tenía una hijita de la misma edad. Su nombre: Victoria.
Ellas acostumbraban a jugar cuando ambos matrimonios se reunían.
Lo cierto es que los González eran muy familieros, aunque tenían hábitos íntimos nada convencionales.
De ello dio cuenta la sobreviviente de la ESMA Silvia Labayru al relatar –no solo ante la Justicia sino también en su testimonio para el libro La llamada, de Leila Guerrero– su paso por esa mazmorra, donde fue convertida en «botín sexual» del capitán. El tipo, además de violarla allí, a veces la llevaba a un hotel alojamiento y, en otras ocasiones, a su propio domicilio –un hogar «occidental y cristiano» en la calle Marcelo T. de Alvear 1960–, donde a las violaciones se sumaba doña Amalia, mientras su hija dormía en una habitación contigua.
Prontuario. González cumple dos condenas a prisión perpetua. «ESMA II», por su papel en la desaparición de 86 personas; y «ESMA III».
Foto: Diego Martínez
El intelectual del mal
González tuvo la desgracia de ser uno de los primeros represores en caer preso luego de que el presidente de Néstor Kirchner dispusiera la reanudación de los juicios por delitos de lesa humanidad.
En 2005, ya alojado en la Base Naval de Zárate, recibió la grata visita de su amigote Villarruel, acompañado de su hija, a la cual él no veía desde su más tierna infancia.
El flechazo (intelectual) entre ambos fue inmediato.
Ella ya tenía 30 años y comandaba el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTyV), una ONG de su propio cuño. En pocas palabras, se había convertido en una grupie de genocidas, lo que no demoró en propiciarle una módica fama y el aprecio de Jorge Rafael Videla, a quien ella iba a ver con frecuencia a la cárcel de Marcos Paz, además de ser recibida por otros represores.
En 2023, ya en plena campaña electoral, al salir a la luz sus visitas a seres de tal calaña, ella simplemente adujo que eso tuvo por objeto «documentar todas las voces» para volcarlas en un libro.
¿Acaso se refería a Los llaman jóvenes idealistas (2009), su presunta ópera prima en el campo de las letras, o a Los otros muertos (2014), escrito en presunta coautoría con un tal Carlos Manfroni?
En este caso, la palabra «presunta» no es antojadiza. Al respecto, resalta González, a quien ella ya consideraba su «formador». Y de vez en cuando iba a su encuentro acompañada de otros negacionistas, como la señora Cecilia Pando. Aquí es necesario exhumar un posteo suyo, efectuado el 23 de julio de 2022 en X, donde manifiesta: «Conocí a Alberto González por Victoria Villarruel, y él nos mostró un libro que escribía, que luego firmó ella».
De modo que ese tipo fue el ghost writer de, al menos, una de sus obras.
Formación le sobraba. Ya en democracia, había cursado la carrera de Historia en la Universidad de Belgrano. Y en 1989 lo nombraron jefe de Investigaciones del Departamento de Estudios Históricos de la Armada, antes pasar a retiro por considerarse que estaba «inutilizado para el servicio».
Es posible que su mixtura de virtudes asesinas y académicas hiciera que Villarruel se deslumbrara con él.
¿Habría existido entre ambos un vínculo amoroso, tal como lo desliza el intelectual libertario Nicolás Marquez? Solo Dios lo sabe.
En la actualidad, González cumple dos condenas a prisión perpetua. La primera (causa ESMA II) por su papel en la desaparición de 86 personas; en la otra (causa ESMA III), su cosecha asciende a 789 víctimas. Y también purga una condena a 20 años por violaciones a mujeres cautivas.
Durante los últimos 12 meses, el excapitán movió en su celda los hilos con el objetivo de que Villarruel, desde la vicepresidencia de la Nación, lograra el indulto para los criminales de la última dictadura.
Ahora, al apagar con furia el televisor del pabellón de lesa humanidad en Marcos Paz, masticaba la certeza de que dicha ilusión acababa de malograrse irremediablemente.