Política | JAVIER MILEI EN EL LUNA PARK

Vulgata técnica y exaltada

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Julián Gorodischer

En el marco de la presentación de su último libro, el presidente ejerció una retórica de la exacerbación y el encono en contra de un enemigo único: el socialismo.

Líder. Milei se desentiende del contexto y salta entre una regla y un modelo, parches y economistas, sin decir nada concreto.

Foto: Getty Images

«Yo soy el rey de un mundo perdido/ Soy el rey y te destrozaré». Luna Park, 22/M; se presentaba el último libro de Javier Milei, Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica. Él, ronco y agitado, con el desparpajo que no le corresponde a la investidura –civil ciudadano del mundo–, seguido por tres vivas, un «carajo», y un «libertad», largaba la noche mediática que daba prueba de un antes y un después en la popularidad del elenco estable de ministros.

El autodenominado «Peluca» arrancaba sacado y, segundos más tarde, ya tenía adversario definido: «Gracias kirchneristas (a las autoridades de la Feria del Libro, que según él no colaboraron en la organización de un acto masivo que finalmente no se hizo); parece que iba a necesitar diez salas José Hernández» (para albergar a las declaradas 10.000 personas que concurrieron al Luna Park).

A esta altura Milei ya era su caricatura, resumible en un eslogan: «Discípulo de la escuela austríaca, liberal libertario, anarco-capitalista». Ávido de reformas estructurales, dijo solo conformarse con un cisma; se burló del otro ausente –un crítico o un adversario– en complicidad con la patota masculina de las tribunas, no fuera a ser que le creyeran la humorada de haberse definido como «un calzonudo» por la cantidad de funcionarias en sus filas.

Confundido y torturado, su gesto es el de un hombre en pugna consigo mismo. Su épica –resumida en ponencias y discursos compilados, jamás un todo programático– es un conjunto-pastiche de fragmentos ágiles forjados en el marketing televisivo que viene sosteniendo desde el rapidito debate de Intratables, diseñado para el minuto a minuto. El estadio completo grita «Sánchez, compadre, la concha de tu madre», y llega su remate de capocómico de última generación, a cargo de un país sudamericano: «Che, ¡pará que Mondino me va a pedir horas extra!», dirigiéndose a la multitud en un tono íntimo y mimoso, como lo calificó la Bregman, y entró en la historia de la sátira política.

Inmediatamente, en un viraje desconcertante de tono, planta el rictus duro y dice de sí mismo que es un académico de primer nivel, a lo que la turba le responde a grito cerrado: «Profesor, profesor». Y de nuevo el leit motiv, a darle de frente al socialismo del siglo XXI, y hay más gritos y vivas que lo hacen sentir en plenitud. «Yo, yo, yo», sigue a mil por hora. El Peluca fluye en una vulgata técnica y delirante, saltando entre una regla y un modelo, parches y economistas, mercado de capitales y economía abierta, sin decir nada concreto; ido, orgásmico ante su propio devenir exitoso –se comparó con Messi– desde su original liderazgo que cruza política fiscal con espectáculo farsesco. 

Milei se desentiende del contexto de las calles y los hogares ajenos a su comicidad a prueba de hambre y pobreza; en ese estadio cerrado al estilo Movistar Arena –tal como está hoy ambientado el Luna, a la manera estadounidense– olvida a los durmientes de las calles, a los maestros, a los jubilados, a los despedidos. Y continúa en su raid: pocas veces tan extático, mercantilista; habla de empresas, de celulares, de consumo como señal de identidad; es el Peluca: consagrado en ese antro en el que casi nadie le sigue ya el derrotero verbal.

No cierran los tiempos, ahora resulta que los capítulos del libro compilan sus incursiones –dice– en el sainete internacional, como cuando se puso a la derecha de Davos y se los dijo en la cara o fue a España a insultar a la mujer de Pedro Sánchez –en la conferencia de Vox–, como parte de su pugilato histriónico que esta vez, ante los propios, se manifiesta contenido, apaciguado, pero igualmente distanciado de eso que todavía llaman «lo real».

Público. En el estadio repleto el fervor y la adhesión se expresan con un ceño fruncido y excitación.

Foto: Getty Images

Te odio, dame más

No hay otro modo de estar en el Luna que no sea mamando el odio en esas tribunas en las que hasta el fervor y la adhesión se expresan con un puño apretado, un ceño fruncido, una excitación exaltada que lacera los oídos del de al lado. Entre la abundante jerga técnica y la mención reiterada a Milton Friedman, entre otros, quedamos como él, histéricos y desguarnecidos, cuando caen los protocolos, los presupuestos, las instituciones. En un Luna Park en el que Lilia Lemoine vierte lágrimas desde las primeras filas como ante la aparición de una virgen y Yuyito González expresa a su mujer perfecta (¿se viene el romance?), el líder sigue con sus apologías teoréticas, enemigas del concepto, de la buena narración y de la síntesis.

La cohesión y la claridad brillan por su ausencia en este devenir de fragmentos reiterativos; pretendido magnífico, vuelve sobre aquello de que «las fallas de mercado no existen» para concluir, otra vez con su implementación tan light del sermón «anti-casta», de que «el problema son los políticos».

Tan regocijado estuvo en su noche mágica, hecha a la medida de su ego, que perdonó y nombró por vez primera al «padre de la criatura» (la cámara enfocó a su padre) y «a la mamá también». Hubo más abucheos a Marx: ¿de dónde salió esta masa «mata-rojitos»? ¿Quiénes son los estruendosos vivadores cada vez que Él dice lo que más se escucha, su marketing mundial, sacado, obsceno, cuando asume que disfrutó la teoría económica más que su primera Playboy

El acto se asemeja a un circo del terror: verlo balbuceante, ultrapersonalista, extendido, excedido en una noche de culto a sí mismo y al staff vilipendiado que aquí se ve reparado cuando cada nombre se posa sobre sus labios. Siendo casi medianoche, ¿mañana quién labura? ¿Alguien labura todavía? Gocen, chicos, gocen con ese trato de interlocutor directo y cómplice con el líder, con ese lazo de uno a uno que les hizo creer que los vincula, tan mentiroso que se los mete en el bolsillo anunciando más ajuste y más motosierra –no «tijerita», no «licuadora»–, y todos felices a agarrar, con la panza vacía, el último servicio del Roca o el San Martín que, con suerte, los llevará a su destino.

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