26 de agosto de 2025
En tiempos en que los algoritmos atrapan, inducen y modelan nuestros gustos, los chicos son las principales víctimas de su poder hipnótico. Las nuevas subjetividades y las advertencia de los expertos.

El flautista de Hamelin. La aplicación creada en China en 2016 tiene mil millones de usuarios, muchos de ellos menores de edad.
Foto: Shutterstock
En la pantalla entra cualquier cosa: retos virales y peligrosos para sumar seguidores, recomendaciones sobre libros y películas, confesiones dichas a cámara, consejos de maquillaje, memes adictivos e infantiles creados con IA o los videos más variados y oportunos que el algoritmo logre predecir. El tiempo también parece entrar en la pantalla y lo que iban a ser diez minutos al final son veinte. O treinta. Más de una hora. Toda la tarde. O la noche. Los ojos miran fijo y el scroll es infinito. De todas las amenazas que acechan en el universo TikTok, la que más crece y alarma a los especialistas es la del poder hipnótico que la red ejerce sobre nenes y adolescentes. Un público que va de los 12 a los 17 años y que resulta víctima de una plataforma que, cifrado de preferencias mediante, figura actuar como el Flautista de Hamelin de estos tiempos.
«Los algoritmos no son neutros –asegura el psicoanalista Juan Vasen, especialista en Psiquiatría de las Infancias y las Adolescencias–: diseñan lo que creemos desear y organizan nuestros pensamientos. Y lo hacen con eficacia quirúrgica, mientras creemos estar eligiendo». Para Vasen, la cultura digital –a través de videojuegos, publicidades y redes– no solo entretiene, sino que también modela. «Educa sin escuela, atrapa seductoramente sin barrotes –precisa–. Sus patrones se convierten en nuestros patrones. Y es con los más jóvenes donde esa pedagogía invisible se vuelve feroz».
Su mirada sintoniza con uno de los últimos estudios de la Sociedad Argentina de Pediatría, según el cual la aplicación tiene motores de búsqueda capaces de un filtrado y recopilación de contenidos puestos en la pantalla en función de sus objetivos y los de sus marcas publicitarias.
Esta forma de filtrar la información, precisan los pediatras, provoca las llamadas «burbujas de filtro», momentos en los que el chico solo visualiza lo que es de su interés y pierde el poder de elección. «Lo que recibe capta cada vez más su atención, genera más estímulo dopaminérgico y, en consecuencia, le impide discontinuar el uso –señala el estudio de la SAP–. Como resultado, se produce una cámara de eco, donde se replica una fracción filtrada de contenidos y las visiones diferentes no están representadas. Sus interacciones solo se producen y viralizan entre usuarios con las mismas preferencias».
Parece hipnosis digital, pero se llama TikTok. Por su atractivo audiovisual, las sugerencias algorítmicas y su capacidad de entretener, la aplicación creada en China en 2016 y que actualmente cuenta con más de mil millones de usuarios en todo el mundo –casi 22 millones en Argentina– se afianzó en la pandemia como un compañero digital de varias generaciones de chicos. Un compañero hasta hoy inseparable.
Silvina Pedrouzo, una de las autoras del estudio de la SAP y especialista en Tecnologías de Información y Comunicación, sostiene que el mejor escudo a las amenazas de la plataforma, además de fomentar actividades al aire libre por sobre el uso de pantallas, es que todo se realice mediante límites claros y acuerdos establecidos en familia. «Es importante ejercer como cuidadores una mediación activa y consciente», apunta, y aclara que la edad recomendada para que un chico tenga su cuenta es «después de los trece años, de acuerdo siempre al grado de madurez. A partir de esa edad los adolescentes tienen mayor capacidad para entender los riesgos, gestionar su privacidad y tomar decisiones responsables sobre su contenido y su uso. Pero siempre con guía del adulto».
A todos por igual
El problema adquiere dilemas de difícil solución si quienes deben poner los límites suelen también quedar abducidos por el poder del algoritmo o, en todo caso, saber poco y nada de lo que ocurre en ese mundo que conquista la atención de sus hijos. «Hay una adicción en el uso de pantallas que nos atraviesa a todos», dice la psicóloga Melina Cuvelo, especialista en Neurodesarrollo Infanto Juvenil, quien advierte que los chicos adoptan y replican ese modelo adictivo de los adultos a edades muy tempranas. «El uso prematuro está muy acentuado –dice–. Tengo pacientes de 3 años que manejan el celular con total naturalidad: entran a Youtube y buscan ellos mismos el video que quieren ver. Pero es una conducta que ven en los mayores y que la criatura repite».
Bajan las edades y, al mismo tiempo, atrapados o no por el modelo y su algoritmo, crecen las consultas de padres preocupados por lo mismo: sus hijos no despegan los ojos de la pantalla. «Se preocupan cuando empiezan a notar conductas distintas –dice Cuvelo–. No quieren hacer ningún deporte ni ir a un cumpleaños y eligen quedarse frente a una pantalla. Los mismos chicos lo dicen: prefieren quedarse con el celu o con la play antes que ir a la casa del amigo que por ahí vive enfrente».
Nada raro: una de las consecuencias más comunes de la exposición excesiva a TikTok, dicen los pediatras, es precisamente la de quedar enganchado a la pantalla y perder la autonomía de lo que se quiere mirar y así, a fuerza de scrolleo, caer en una espiral de la que resulta complejo salir. «La estructura algorítmica estimula el circuito dopaminérgico de recompensa –apunta Pedrouzo–. Genera comportamientos problemáticos y un fuerte incentivo a usar la aplicación sin parar».
En el informe reciente que Amnistía Internacional realizó en el país, donde se concluyó que TikTok es «un espacio tóxico y adictivo para niños y jóvenes», también se menciona que la sencillez de su uso y su posibilidad de pasar pantallitas con un mínimo movimiento del dedo pulgar, ese saltar de un video al otro, es entendida por los propios chicos como un modo de descanso natural. Un «apagar el cerebro», dicen, frente a otras plataformas donde elegir el contenido –como Youtube– requiere de una atención mayor.
La vida actual, reflexiona Vasen, se va convirtiendo así en una larga conversación con las pantallas y con esos algoritmos que nos escuchan y nos perfilan como si fuesen semidioses ocultos. «En este escenario, un nuevo inconsciente se está gestando –detecta el psicoanalista–. No en la familia ni en los sueños, sino en el zumbido constante de la red. Un inconsciente digital. Internet no solo tendió redes: tejió también un nuevo modo de habitar el mundo. Impulsó vínculos impensados, promovió un consumo constante mediante el marketing y segmentó la información. Conectó, fragmentó, vendió, estimuló. Convirtió el deseo en dato, la palabra en clic y la identidad en perfil. Internet ya no es solo una herramienta: es una fábrica de subjetividades. Captura datos, los transforma en patrones y nos devuelve una versión de nosotros mismos simplificada y manipulable. Nos entrena, nos etiqueta y nos construye».
Y lo que muchos repiten: nos atrapa, casi sin que nos demos cuenta y, acaso la mayor preocupación, a edades cada vez más bajas.