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Antivacunas al poder

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Luciana Rosende

Los detractores de las campañas de inmunización llegaron al Congreso con un show plagado de información falsa que incluyó la exhibición de un «hombre magnetizado». Tácticas y estrategias de un movimiento con historia. 

Diputados. Escenario de un evento conspirativo en el que presentaron a una persona supuestamente «magnetizada» a causa de la vacuna contra el covid-19.

Fotos: Captura

El antivacunismo no es una novedad. Los cuestionadores y detractores existieron desde que se lograron las primeras vacunas, en todo el mundo. En esta región hay registro de ello desde principios del siglo XIX, cuando empezaban a llegar dosis contra la viruela. La desconfianza y la apatía se fueron rebatiendo a fuerza de evidencia científica, campañas y decisiones políticas; pero los anti siempre estuvieron. Lo inédito está dado por su llegada al Congreso de la Nación, con aval gubernamental para montar un show antivacunas cuyo carácter bizarro no le quita riesgo sanitario. 

Quienes disertaron en el evento antivacunas que se llevó a cabo en la Cámara de Diputados a fines de noviembre, en pleno brote de casos de tos convulsa y alertas por sarampión por las caídas de las tasas de vacunación, fueron en su mayoría exponentes de un sector que ganó visibilidad durante la pandemia de covid-19. En la primera etapa pandémica no se les dio demasiada entidad en el país. Hasta que irrumpieron como Médicos por la Verdad –replicando un espacio creado en Europa‒ con una concentración en Rosario en plena cuarentena. 

«No hay antecedentes de un movimiento negacionista tan notorio y con tanta difusión en los medios como el que se vio entonces en el Monumento a la Bandera. El consenso general dentro de la profesión es quitarles notoriedad. Queremos que se agote en sí mismo este movimiento que no tiene ningún sentido desde lo científico. Sí hay que explicar qué vinculación tienen con la derecha y los movimientos antidemocráticos», decía por entonces Norberto Melli, del Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires. 

Pero aquel movimiento no se agotó. Una de sus voceras, Chinda Brandolino, fue expositora en el encuentro organizado por la diputada del PRO Marilú Quiroz en la Cámara Baja. Aunque el título de la convocatoria era «¿Qué contienen realmente las vacunas covid-19?», los discursos apuntaron contra la vacunación en general.

Brandolino, conocida además por sus posturas contra el derecho al aborto y a favor del nazismo, dijo en el Congreso: «Es intención de este encuentro pedir la derogación de la obligatoriedad de las vacunas. Que se vacune el que quiera». 


Pasado y presente 
Esa premisa va en contra del efecto inmunizador de la vacuna sobre la comunidad. Se sabe desde hace demasiado tiempo.  «El rosismo llevó a cabo importantes campañas de vacunación contra la viruela, pero la práctica ya estaba presente desde tiempos rivadavianos», dice la historiadora Sofía Gastellu. «A mediados de la década de 1830 –repasa‒ Rosas ordenó a los jueces de paz, alcaldes y tenientes de la ciudad que “hagan entender a todos los vecinos” que, para cortar la propagación de “la peste de viruela que se siente en esta ciudad”, debían “vacunar a todos los niños que no lo estén”. El rosismo vacunó a sus niños, a su población criolla y a los indígenas».

Gastellu es además fundadora del colectivo Niñez en Riesgo y coautora de una investigación publicada en la revista Vaccine que muestra que las tasas acumuladas de mortalidad por covid en 2022 tuvieron una reducción de 16-18 veces en la población pediátrica vacunada en comparación con la no vacunada. El colectivo que integra reunió más de 3.000 firmas para intentar frenar el show antivacunas. El presidente de la Cámara Baja, Martín Menem, lo autorizó igual.

Negacionismo. La proliferación de mentiras y desinformación –en especial en redes sociales y grupos de mensajería– representan una amenaza para la inmunidad colectiva.

Foto: Sebastián Leonardo Granata

La historiadora María Silvia Di Liscia, directora del Instituto de Estudios Históricos y Sociales de La Pampa, también investigó sobre campañas de vacunación –y rechazos‒ en distintos períodos. En las primeras décadas del siglo XX, durante el avance de la vacunación antidiftérica, «la resistencia popular a la medida solo puede entreverse y describirse parcialmente, sin que aparezcan organizaciones antivacunas. La prensa santafesina, por ejemplo, relevó que las autoridades reclamaron el auxilio policial para vacunar a niños en barrios pobres de la capital. Y en los pedidos de los médicos a los padres de los escolares porteños para completar las dosis de vacunación antidiftérica se puede observar, además del hiato en la comunicación, apatía e indiferencia, más que completa negación», escribió en su artículo «Vacunación y educación. La lucha contra la difteria en Argentina (1880-1950)».


Fake news y secuelas 
«Los movimientos antivacunas –en plural, porque las razones por las que militan la no vacunación son diversas‒ vienen de hace rato. Pero hubo un momento clave: cuando el médico Andrew Wakefield, de Inglaterra, relacionó el autismo con la vacunación triple viral. Dijo que la vacuna contra el sarampión provocaba autismo. Hubo una investigación y se vio que había tergiversado datos, cambiado historias clínicas donde el autismo estaba diagnosticado con anterioridad a la vacuna, incluso se supo que había sido pagado por abogados de una familia que quería demandar a una farmacéutica y que unos meses antes había patentado una vacuna que él había desarrollado contra el sarampión», relata Daniela Hozbor, doctora en Ciencias Bioquímicas y experta en vacunología. 

«Diez años después le sacaron la licencia para ejercer la medicina, pero todavía tenemos secuelas de ese ataque contra las vacunas», advierte. «Ahora –compara‒ hay un discurso más amplio, con una difusión más rápida por las redes. Y parte de otro lugar: desde la libertad, desde “mi derecho a decidir” versus el autoritarismo del Estado o la medicina que obliga».

Nicolás Viotti, antropólogo, investigador del Conicet y docente en la Universidad Nacional de San Martín, lleva años analizando los discursos anticiencia. También observa un cambio en los antivacunas que llegaron al Congreso respecto a posturas previas. Desde la década de 1960, sostiene, «los antivacunas tienen mucho que ver con la reivindicación del holismo, la naturaleza, la autonomía personal».

«Hay una gran afinidad entre el principio libertario y estos movimientos. Lo nuevo es que aparecen en el espacio público, en el Congreso, avalados por diputados. La postura antivacunas era un fenómeno más cultural, de gente new age, algo muy diverso. La actual es la versión más política, bizarra y libertaria», define. 


Que no se normalice 
La exposición que más se viralizó tras el encuentro en el Congreso fue la de un hombre que se quitó la remera para mostrar que el celular se adhería a su cuerpo, supuestamente imantado por estar vacunado.

Eso indignó al círculo antivacunas, que pretende mostrarse serio; pero esa intención de rigurosidad se diluye ante la evidencia.

Por caso, la biotecnóloga Lorena Diblasi denuncia que las vacunas contra el covid-19 contienen entre otras cosas óxido de grafeno. Lo expone como resultado de su investigación, ocultando que en 2022 ella misma solicitó al Conicet –según reveló Infobae‒ un análisis para probar su tesis: los resultados la contradijeron y los ocultó. 

«A veces uno dice “qué bizarro”, pero hay que prestarle atención. Hay que desmenuzarlo, entenderlo. Hay que ver cómo impacta y trabajarlo desde todo punto de vista. Las bajas coberturas no se deben al evento en el Congreso, pero sin dudas tiene impacto. Es una alerta que tenemos que tener en cuenta para mejorar las estrategias de confianza en las vacunas, pensarlo desde lo comunicacional. Valorar lo que significa la racionalidad, el método científico, la información que se sostiene con evidencia ‒señala Hozbor‒. Que el discurso antivacunas haya llegado al Congreso asusta. Que esto se normalice asusta».

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