26 de agosto de 2024
El calentamiento global ya afecta las condiciones sanitarias, sociales y económicas de los habitantes del planeta y nuestro país no es una excepción. Qué dicen los expertos.
Más intensos. Las modificaciones en los ecosistemas provocan un aumento de incendios forestales. La gente está cada vez más expuesta al peligro.
Foto: NA
Más calor, más incendios forestales, un nuevo mapa de enfermedades, menor productividad laboral para los oficios al aire libre: el cambio climático ya afecta las condiciones sanitarias, sociales y económicas de los habitantes del planeta Tierra y ni Sudamérica ni Argentina son una excepción. Todos los países de la región muestran una tendencia al calentamiento: en 2022, la población estuvo expuesta a temperaturas ambientales, en promedio, 0,38 grados centígrados más altas que en el período 1986/2005, con Paraguay al tope (+1,9°C) seguido de Argentina (+1,2°C) y Uruguay (+0,9°C).
Entre 2013 y 2022, tanto los niños como las personas mayores estuvieron expuestos a más días de olas de calor que durante el período 1986/2005. En total, la región ha tenido un aumento del 140% en la mortalidad relacionada con el calor entre 2000-2009 y 2013-2022, según un informe de The Lancet Countdown presentado este año, que pone el foco en la gran particularidad latinoamericana: los fuertes niveles de desigualdad, que le agregan una variable extra a los nuevos desafíos para la salud de las personas que trae el clima extremo del siglo XXI.
«La gran tarea es pensar cómo, en la región, el calentamiento del planeta impacta sobre inequidades sociales preexistentes. Hay que poder pensar en un modelo de desarrollo que sea resiliente a este clima», explicó durante la presentación de la investigación Yasna Palmeiro, de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Cambios en ecosistemas
El cambio climático, originado por las emisiones contaminantes de actividades humanas como la quema de combustibles fósiles y los cambios en los usos de los suelos para agricultura y ganadería, modifica la composición medioambiental de ciertos nichos ecológicos.
Esto, a su vez, potencia y multiplica eventos o situaciones que ya existían, pero que ahora son más probables y más intensos, como las olas de calor, los incendios forestales y los brotes de algunas enfermedades como el dengue.
«Los cambios en los ecosistemas han provocado un aumento del riesgo de incendios forestales, exponiendo a los individuos a un peligro de incendio muy alto o extremadamente alto durante períodos más prolongados. Por otra parte, el potencial de transmisión del dengue por el mosquito Aedes aegypti ha aumentado un 54% desde 1951/1960 hasta 2013-2022», puntualiza el trabajo.
La foto de Argentina
Francisco Chesini es investigador en el Laboratorio Interdisciplinario para el Estudio del Clima y la Salud (Liecs) y se ocupó de analizar los datos correspondientes del informe de The Lancet Countdown específicos para Argentina: según relató durante la presentación, en el año 2022 las temperaturas medias del verano fueron 1,2 grados más elevadas que durante el período de referencia (1986/2005). «Vemos una anomalía cálida dentro de una tendencia a tener veranos frecuentemente más cálidos que antes. A partir de los 2000, estas anomalías se vuelven más frecuentes, convirtiéndose en una amenaza climática que complejiza la salud de la población».
Según el experto, entre 2013 y 2022, para los bebés y las personas de más de 65 años el riesgo de exposición a olas de calor creció un 187% y un 220% respectivamente, ya que hay cada vez más cantidad de olas de calor durante el semestre cálido. En un contexto de transición demográfica (Argentina está transicionando hacia una comunidad más envejecida y los grupos de edad avanzada tienen cada vez más peso demográfico), la población de riesgo es cada vez mayor, lo que agrega complejidad extra al escenario sanitario nacional.
Infierno. Las olas de calor aumentaron durante el semestre cálido. Los más afectados: bebés y personas de más de 65 años.
Foto: NA
A eso se suma la aparición o reaparición de enfermedades que, hasta ahora, no estaban en el radar social. Así ocurre con el dengue, que puede transmitirse a través de la picadura del mosquito Aedes aegypti. Según Chesini, la capacidad transmisora del mosquito subió un 18% entre 13/22 respecto al siglo pasado, como consecuencia de los cambios en sus núcleos reproductivos básicos. «En los años 60 estábamos libres de Aedes pero en los 90 se reintrodujo el vector. En el año 98 tuvimos el primer brote y este año hubo medio millón de casos, con 353 fallecidos».
«La epidemiología de la enfermedad se complejiza y el período entre epidemias se acorta –dice el especialista–. Antes eran de entre 3 y 4 años y ahora vamos hacia una epidemia todos los años, con provincias donde hay transmisión aun en invierno. Estamos pasando a que el dengue sea una enfermedad endémica en Argentina, y mucho de esto lo explica el calentamiento del planeta», detalla Chesini.
Nuevos problemas
Además de complejizar los escenarios sanitarios, el cambio climático tiene impactos en otras esferas sociales, como la del mundo del trabajo. Esto, que muchas veces no es tenido en cuenta, ya está ocurriendo en Argentina: según explica el experto, el informe de The Lancet constató que entre los años 2013 y 2022 en el país se perdieron, cada año, unas 300 millones de horas laborables, un 116% más que durante el período 1991/2000. «Más de la mitad de la población laboral activa argentina se desempeña en la economía informal, lo cual vuelve a esa franja más vulnerable aún», dice Chesini.
¿Qué deben hacer los Estados para enfrentar este nuevo escenario climático? Según los expertos que componen el panel de The Lancet Countdown, las políticas de adaptación son clave. «Hasta el año pasado Argentina trabajó bien para mejorar sus capacidades del sector salud, ha sido un país líder en esto. Está demostrado que en Argentina el sistema de transporte contamina el aire, aunque esa mortalidad disminuyó entre 2005 y 2020. Las alternativas de energías limpias pueden reducir esta mortalidad un 27%», señala Palmeiro durante su exposición.
Por otra parte, muchos países de la región –incluida Argentina– tienen una doble carga de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), tanto por la deforestación asociada con la expansión de la frontera agropecuaria (lo cual elimina un sumidero natural de gases contaminantes como son las selvas, los bosques y los montes) como por los patrones históricos de alimentación, marcados todavía por una presencia importante de carnes rojas. «Existe un porcentaje estimado en 18% de fallecimientos asociados a una mala alimentación y a un exceso de consumo de carne roja, quizá sea momento de revisar esos patrones», argumenta Palmeiro.
En todos los casos, para llevar adelante políticas de adaptación y mitigación hace falta financiamiento constante y a largo plazo: «El clima en América Latina cambia y los países no están preparados para enfrentarlo. Esto pone en riesgo el bienestar social y particularmente la salud de la población», dice la investigadora.